Capítulo IV
Aunque
la secretaria no le hubiera advertido, con los gestos y la postura de Miguel le
habría bastado a Walter, su representante, para deducir la situación. Sin
embargo, conocedor de la psicología humana (en especial la de este cantante al
que trata desde que era un niño promisoriamente triunfador), trata de no
contagiarse y, menos aun, de exasperarlo más.
_Bueno,
bueno . . . vamos . . . Hagamos un trato: tú me cuentas el problema; si tiene
solución, yo te ayudo a verla, y, si no . . . pues . . .salimos a tomar el aire
hasta que te calmes.
Miguel,
con las manos en los bolsillos, no sabe si seguir furioso, o adoptar una pose
humorística.
_La
verdad es que no sé, pues. En los años en que te conozco, no comprendo cómo
puedes conservar siempre esa tranquilidad aunque las cosas se desmoronen.
_Quizá
porque soy soltero.
Walter
suelta una carcajada, se sienta, y hace que Miguel también tome asiento.
_Escucha
un minuto: primero; no es tranquilidad lo mío. Es . . . filosofía de vida. De
no ser así, a mi edad, ya estaría enfermo del corazón o . . . loco de atar.
Desde que empezamos a luchar por tu carrera, hemos enfrentado crisis graves y .
. . ¡Mira dónde llegaste! Y a mí aún no se me ha caído el cabello.
Walter se pasa la mano por el cabello para
darle una nota colorida a lo que dice, y continúa:
_¿Crees
que si fuera nervioso, no hubiera pescado, al menos una úlcera? Cuídate, que
camino a eso, vas tú.
Miguel
lo interrumpe:
_¿Sermones?
_¡Claro
que no! Te conozco lo suficiente como para saber que no los escuchas. Sólo
trato de calmarte. Y déjame continuar.
_¡Ah!
¡Cierto! Dijiste "primero". ¿Hay . . . décimo?
_No.
Sólo segundo: ¿Qué es lo que puede estarse desmoronando? Vendes millones de
compactos, llenas los recitales, las mujeres te adoran en todos los países . .
. ¡Ah! ¡Sí! Ya me imagino: Esta mañana te sirvieron el café frío.
Miguel
se levanta, bruscamente, agitando los brazos.
_Por
lo visto, sigues pensando que soy el niño caprichoso que llevabas a los
concursos hace veinte años.
Walter
sonríe y lo mira, como preguntando: "¿No lo eres aún?"
_¿Así
que no reconoces que he mejorado?
Miguel
sigue sonriendo, y Miguel, tratando de calmarse, le replica:
_¿Ni
un poco?
_Pues
. . . Sí. No debo ser injusto. Antes hacías berrinches porque no te servían el
desayuno, y ahora sólo te enfureces si el carro que deseas no está en el color
que te agrada. Es un cambio, sí.
_No
hay forma de que te tomes las cosas en serio.
Walter
apunta con el dedo índice y abre la boca, pero Miguel lo interrumpe, antes de
que emita un sonido.
_Sí.
Ya sé: la úlcera.
_Por
fin entendiste. Y ahora, vamos al punto.
_¿Y
quién puede ser? ¡Néstor, por supuesto! ¡No ha llegado todavía!
Walter finge no saber lo sucedido
y presta atención:
_¿Eso
era? Pues, ¿cuál es el problema? Los músicos siempre están dispuestos. Toma las
partituras y comencemos el ensayo.
_¡Ja!
¡No! Si es como dije: sigues creyendo que soy un niño caprichoso. ¿Qué piensas
tú? ¿Qué si tuviera el material yo aquí estaría haciendo tanto escándalo?
La
expresión de Walter, que hasta entonces había sido tan jocosa, cambia
abruptamente:
_¿Quieres
decir que no . . .?
_¡No!
¡No trajo nada! Bueno, igual que nada. Tú no estabas ese día; habías viajado
para arreglar los contratos. Trajo un solo tema. Intentamos arreglarlo y fue
horroroso. ¡Ah! Y no es la opinión de este "niño malcriado". Hasta
los músicos estaban extrañados.
_¿Y
no se te ocurrió probar con otro tema?
_¿Qué
otro tema? ¡Era el único que se había dignado terminar!
_¡No!
_¡Sí!
Y es más. Te voy a confiar mis peores sospechas. ¿Estás firme en tu silla?
_¿Qué
puede ser tan grave?
_Que
no debe de haber compuesto ningún otro.
_Imposible.
_¿Imposible?
¿Y por qué no aparece hoy?
_¿Pero
no sabe que el plazo se vence . . .?
_Sí,
lo sabe. Y más lo sé yo, que acabo de recibir una llamada de la distribuidora
recordándomelo.
_Ahora
entiendo: no hay letras, no hay música, no se puede ensayar, y mucho menos
grabar. Ni hablar de la gira para la promoción.
_No
era furia de súper estrella la mía, ¿no?
Minutos
después, Walter sale, palmeándole la espalda a Miguel, y, aparentando calma,
dice:
_Vete
a tu casa a descansar, que aquí sólo verás el problema agigantarse. Aquí
quedamos Nélida y yo para avisarte de cualquier novedad _volviéndose a ella
_¿No es así?
_Sí,
sí _contesta ella, sobresaltada.
Walter
acompaña a Ricardo hasta el ascensor. Cuando regresa, encara el escritorio de
Nélida. No parece ya el solterón tranquilo de segundos anteriores.
_¿Y?
¿Llamaste?
_Sí.
_¿
Por qué no lo dijiste, para tranquilizar a Miguel?
-¿Y
por qué crees tú que tenía yo esta cara de terror cuando me interrogaste
delante de él?
_¿Quizás
porque atendió el teléfono su esposa y discutieron?
_¡No!
Basta con esas indirectas. Eso es problema mío.
_Problema
tuyo hasta que Miguel se entere de lo que le están haciendo a su hermana
ustedes dos. Pero, basta: a lo importante.
_Me
atendió él, por suerte. Furioso porque lo desperté; le dolía la cabeza y no
pensaba ni pasearse por aquí.
Walter
suspira profundamente, apoya los puños cerrados en el escritorio cargando el
peso de su cuerpo en ellos. Baja la cabeza y murmura:
_Éste
es el único hombre que conseguirá colmar mi paciencia.
Nélida
lo observa, como desconociéndolo, y oye
sus últimas palabras, al retirarse:
_Miguel
tiene que soportarlo porque es su cuñado. Tú lo excusas porque crees en sus
falsas promesas y en su sonrisa. Yo no tengo esos compromisos.