miércoles, 8 de julio de 2015

¡Hola en este día frííío! ¿Como para tomar un té, un café, unos matecitos ... mientras leen otro capítulo de "Carolina y las letras enamoradas"?
Pero antes, les comento algo que me pone muy contenta. Ya está editado mi nuevo libro. Calculo que lo "presentaré en sociedad" en septiembre u octubre, para que el clima no torture a los que quieran ir. En cuanto tenga fecha concreta, les aviso. ¡Estaré tan feliz de verlos!

Capítulo VII

   
       Es un hermoso mediodía de sol. Revoltosa salida de la escuela: niños y adolescentes agitando sus útiles y abrigos, que, temprano, esa mañana, les fueron indispensables, pero cinco horas y diez grados después, resultaron insoportables, padres buscando a sus hijos, tratando de no llevarse uno equivocado, y revisándolo, una vez que lo encuentran, para ver si está completo o si hay que hacer alguna "reparación" por los juegos de los recreos; jóvenes esperando a sus novias, chicos y chicas formando, espontáneamente, de a poco, distintos grupos para compartir el regreso. Finalmente, los profesores: algunos ingresan a los autos de los cónyuges o a los propios y otros comienzan a caminar con sus papeles escapando entre las carpetas en un brazo, y los libros y los portafolios en el otro, tratando de hacer equilibrio para poder buscar el dinero para el colectivo o conversar con algunos alumnos que los alcanzan.
Entre estos últimos está Carolina, a quien un alumno, caminando a su lado, le entrega una poesía que él ha escrito.                                                                                             
_Profesora, ¿recuerda la clase pasada, cuando nos habló sobre la poesía, los sentimientos y nos recomendó que tratáramos de expresarnos, libremente, en una página?
_Sí, y también me acuerdo de que les dije que era normal que al principio les costara un poco. Hay cosas que uno siente, pero son muy difíciles de traducir en palabras. Sin embargo, si vencemos el miedo y nos convencemos de que podemos hacerlo, algo saldrá. Otras personas lo hacen por medio de la pintura, o de la música. Cualquier forma de arte es buena si nos hace más creativos.
_Pero es que yo no escribo muy bien _ contesta, con cierta vergüenza, el adolescente.
_Pero . . .¿te gusta escribir?
_Sí. ¡Mucho! Si estoy triste, me desahogo; si estoy contento, guardo lo que escribo para leerlo en los malos momentos y consolarme. Otras veces, observo un desconocido en la plaza o en el colectivo y me imagino una historia.
_Entonces, tenés motivos más que suficientes para seguir haciéndolo. No te menosprecies. No todos pueden ser García Márquez, pero no es razón para dejar de hacer algo que te gusta tanto. Es más: ¿Creés que los grandes escritores no dudaron nunca de su talento? Sin embargo, siguieron adelante hasta que su gusto se fue convirtiendo en pasión, y le sumaron, a su habilidad innata, el esfuerzo y la dedicación que los fueron animando.
_Bueno . . . a mí se me ocurrió . . . _ balbucea el muchacho _ No sé . . . si usted quiere leer esto y decirme qué le parece . . . Me dio vergüenza dárselo delante de los demás chicos . . .
_¡Fantástico! Lo voy a leer con mucho gusto.
_Gracias, profesora _ contesta el chico, con los ojos iluminados _Sin apuro . . . cuando tenga tiempo . . . y si no le gusta . . . no termine de leerlo.
Ya habían llegado a la plaza, así que el alumno se despidió para subir al colectivo y Carolina estaba a punto de cruzar el parque por la vereda central para aprovechar la brisa tibia y el colorido de las flores y los árboles y así distenderse de medio día de trabajo, cuando la bocina de un auto llamó su atención. Mientras gira la cabeza, oye una voz muy familiar:
_¡Profesora! Si la llevo a su casa . . .¿Me pone un diez? _ pregunta, en tono bromista, Ricardo.
Carolina se acerca al auto y continúa la broma.
_Mm . . . no. Un diez, no, porque me va a hacer  perder de un hermoso paseo al aire libre. Pero . . . puedo invitarlo a pasar . . .
_¿Ah, sí? _ Pregunta él, fingiendo enojo _¿Hace lo mismo con todos sus alumnos?
_No. Solamente con los que me gustan.
_Acepto. Y le prometo el paseo más tarde. Tengo unas horas libres.
Carolina sube al auto, besa a Ricardo y parte hacia el departamento de ella, que está muy cerca. Cuando llegan, mientras se comentan las actividades cotidianas, Carolina trata de hacer "magia" con lo que encuentra en la heladera y Ricardo toma el plato de Kitty para llenarlo de su alimento favorito, que, a él le hace fruncir la nariz, pero a la mascota la hace maullar con impaciencia y comenzar a relamerse.
Minutos después, frente a una ensalada con variados ingredientes y unos sandwiches de contenido combinado por la imaginación  a la que obliga la improvisación, siguen conversando.
_¿Sabés? _ Dice Carolina _ Desde que me diste esos consejos sobre la poesía, estuve trabajando en eso.
_¡Ah! ¿Sí? Y . . .¿Qué tal?
_Bien. Me entusiasmaste mucho. No reflexioné demasiado . . . dejé fluir los sentimientos y los expresé rimando.
_¿Y ahora? ¿Otro concurso literario? ¿Vas a mandarlos a una editorial? ¿Qué pensás hacer?
_No pienso hacer. Ya hice.
_¡Bien! ¿Qué hiciste?
_Ninguna de las dos cosas.
_ ¿Los presentaste a una revista, entonces?
_No. Los envié a varios estudios de grabación. Y a varios cantantes, también.
_ ¿Qué? Pero . . .¿qué . . .? _ pregunta Ricardo, sorprendido, entre risas.
_Bueno: si no conseguí quien quisiera editarlos, quizá consiga alguien que quiera ….¡cantarlos!
Ricardo, riendo, la hace sentarse sobre sus rodillas:
_ ¡Ay! ¡Carolina, Carolina! Antes pensaba qué sería de mí sin vos. Ahora pienso qué sería del mundo sin vos!