martes, 29 de diciembre de 2015

¡Ultimo del año!

¿Cómo pasaron la Navidad? ¿Se les encendió una lucecita en el corazón? ¡Que no se extinga! Consérvenla para Año Nuevo y que durante el 2016 vaya creciendo hasta convertirse en llama y los impulse en sus sueños y proyectos.
Aquí va el último capítulo ... del año. ¡No de la novela! ¡No,no,no! A nuestros (porque me gusta pensar que ya son sólo míos sino de ustedes también) personajes les falta muuucho por vivir: alegrías, sorpresas, suspenso, amor ... 
Pueden leerlo entre chapuzón y chapuzón, si tienen pileta o fueron al mar, o, si todavía no están de vacaciones, pero tienen un ratito (válida la opción siesta) para descansar del calor en lugar fresco. También pueden leer alguno que se saltearon o quieren releer para engancharse mejor en la historia.
¡Felicidades y brindo con ustedes: chin, chin!
Capítulo XVIII


A Carolina le había parecido enorme todo ese día: el desayuno - que apenas había podido probar_ ,el portero del edificio al que dio tres vueltas antes de entrar, la secretaria que ya sabía su nombre y el amable hombre que la atendió, la hizo pasar  al estudio y ordenó que le sirvieran un café. Ahora, allí sentada donde lo único que le parecía, más que pequeño, ínfimo, era su cuerpo, perdido en ese sillón mullido que le hubiera resultado muy confortable, seguramente, si no hubiera estado tan nerviosa.
Después había aparecido otro caballero. Apenas habían pasado las presentaciones de formalidad, y las trilladas preguntas y respuestas sobre el clima y el tránsito de las grandes urbes  para "romper el hielo", cuando una voz y una cara muy conocidas aprecieron en el monitor para teleconferencia.
Carolina tenía muy claro, desde que había aceptado la cita, que estaría rodeada por personas que sabían más que ella de las circunstancias que la involucraban, pero se esforzaba en que eso no le provocara temor. El problema era encontrar un punto entre la desconfianza y la ingenuidad. La precaución, pensaba, era lo más indicado. Pero entre el entusiasmo del proyecto inminente y lo extraordinario su situación, estaban su perspectiva desproporcionada de los objetos y el sudor de las manos. Precisamente en eso estaba pensando, cuando sus oídos parecieron mantener en suspenso a todos sus otros sentidos, llevando, como un telegrafista nervioso, el mensaje a su cerebro:
  _Buenas tardes. Soy Miguel Saberia.
Carolina se había preparado psicológicamente para tratar con los representantes, para moverse mínimamente en ese mundo tan desconocido y tan diferente al de ella, para no firmar nada sin que lo leyera algún abogado y para cuidarse mucho, mucho de lo que decía. Pero para oír (¡y ver!) al mismísimo Miguel Saberia, no. De hecho, sus diálogos con Nélida habían planteado tácitamente como muy improbable esa conexión. No sabía cómo, pero sentía claramente que las cosas habían cambiado. ¿Para su provecho o en perjuicio suyo? ¿Para "blanquear" la situación, o para complicarla?
Seguía perdida en su confusa nube mientras Alberto Hidalgo y el hombre que está con él, saludaban con naturalidad a Miguel, e, imaginándose su estado de nerviosismo, la presentaban.
  _ Miguel, aquí está la Srta. Carolina Duprat.
 _ Mucho gusto. Y gracias por la puntualidad. Es una virtud que admiro sumamente.
Carolina está tan aturdida que no se da cuenta del desconcierto que hay en la voz de Miguel, ni de que él está fingiendo naturalidad para no demostrar que no sabe en absoluto de qué se trata esa reunión. Se revuelve en el sillón pensando qué es exactamente lo que acaba de salir de su boca con una voz aguda que no parece la de ella: "¿Qué le contesté? :¿Encantada yo también? o . . . ¿Encantada, yo también? Porque entonces quedó como si  me encantara que fuera puntual, y no conocerlo. ¿O al revés?"  Mientras ella cavila, Miguel se ha disculpado y ha pedido hablar en privado con Hidaldo.
_ Con todo respeto, Alberto, hace mucho tiempo que no nos vemos, siempre te tuve mucho aprecio y no quisiste explicarme las razones de tu alejamiento, pero…¿Quién es esta señorita y qué tenemos que ver con ella?
     _ Es la autora de las últimas letras, que tanto te gustaron, y, posiblemente, si tenemos suerte, la que te ayudará a darle un golpe de aire fresco a tu estilo y a mantener tu éxito.

-Las últimas letras? ¿Cómo sabes tú de eso?
Aleccionado por Nélida, Hidalgo sabe hasta dónde debe hablar, y qué es lo que debe callar.
_ Por el momento, puedo asegurarte que los versos con que estás trabajando no son de Néstor y tengo pruebas para demostrarlo. Eres inteligente, Miguel, por eso has llegado a donde estás, y por eso has telefoneado hoy, así que tú sabrás  cómo desenmascararlo. Yo no sé más de lo que te digo, pero confía en lo que sí sé: Hablemos con esta chica. No hay nada que perder. Al contrario, puede convenirte.
_Pero… entonces Néstor… además: no sé siquiera quién me dio aviso de esto. ¿Iban a hacer algún arreglo con usted (mirando a Carolina) sin que yo lo supiera?
_ Te dije, hermano: lo de tu cuñado deberás descubrirlo tú, y en cuanto a esta reunión… vos… tú (disculpa, desde que regresé olvidé el tuteo mexicano y volví al argentinismo)…tú solías tenerme confianza. Por esta vez, vuelve a tenérmela. Y si hay algo que no te agrada, replantearemos las cosas.
 Miguel le pide quince minutos, que utiliza para consultar con Walter y se aparta de la pantalla. Al cuarto de hora, Miguel regresa.
_ Está bien. Nada se pierde con hablar.
  Dos horas después, Carolina, en el ómnibus que la lleva a La Plata, lee y relee la copia de un contrato que tiene entre sus manos. Es noble pero no tontamente ingenua, así que, elegante pero firmemente, ha rehusado firmar hasta que un abogado primo suyo, la asesore.
   No reacciona aún sobre lo que ha sucedido. Revive  como en un sueño la charla entre ella, Miguel, Hidalgo, y el asistente que le había abierto la puerta, un tal Mariano. Se habían interesado por su trabajo, las cosas que le servían de inspiración, sus inicios literarios: un preámbulo que alanara el sendero donde transitaría el otro diálogo, el que había culminado con  la aparición de la secretaria, papeles en mano. Trata de recordar cuál recuerdo es el verdadero y cuál, una trampa de la tensión del momento: ¿Realmente había balbuceado todo el tiempo, cada vez que Miguel se había dirigido a ella, o era su imaginación? ¿Qué impresión  les habría quedado de ella: la de una deslucida profesora que tartamudeaba en cuanto un mundo tan diferente al de su caminito cotidiano se le acercaba, la de una desconfiada, la de una ambiciosa?
     Al llegar a su departamento, mientras cumplía con la rutina de llenar el plato de Kitty y calentar una sopa para llevarse a la cama y mirar una hora de televisión, en esa mezcla de exaltación, alegría y temor, otra pregunta destellaba en su mente. Según lo conversado y siempre que su primo lo estimara conveniente, el viaje a México parecía inevitable: ¿tendría que inventar una excusa, o, una vez "blanqueada" la situación, podría ponerla en conocimiento de sus allegados?

    Un actor emitía un parlamento repetido, en una vieja serie, cuando Carolina apoyaba la taza vacía sobre la mesa de luz y miraba el teléfono. ¿A quién llamar? ¿A Ricardo? No. Muy pronto. ¿A Marta? No. Su conversación se extendería hasta la madrugada, y al día siguiente, había que madrugar. El día siguiente… otro día de alumnos, planillas que firmar, portafolios. Pero…  ¿cómo? ¿Cómo volver a la vida diaria, teniendo en la cabeza que podría ser la nueva autora de los temas de Miguel Saberia? 

domingo, 20 de diciembre de 2015

¡Hola, amigos! ¿Preparándose para las fiestas? Dios quiera que (me incluyo) que entre las corridas de la compra de regalos y decidir con quiénes y dónde las vamos a pasar, nos demos un tiempo para reposar el alma, armonizar  nuestro interior, y sobre todo (aunque sea una frase muy repetida) encontrar la paz, y DAR paz.
Y para los que somos católicos, dejar que nuestro corazón sucumba ante la maravilla de lo que sucede en el pesebre.
Otra cosa: Para los que quieren leer "Historias de paz ¿Quién dijo que todo está perdido?", aprovechando las vacaciones frente al mar, en las sierras, o simplemente en casa, y también para aquellos que  ya lo leyeron, les gustó y quieren regalarlo para esta Navidad, les aviso en qué librerías está:

  • Lenzi:  diag. 77 (6 y Plaza Italia)
  • Capítulo II  6 (47 y 48)
  • La Normal: 7 (54 y 55)
Antes del capítulo XVII que nos toca hoy, quiero compartir con ustedes una de mis poesías que tiene que ver con estas fechas. Como siempre, espero que les gusto y  ....

¡Feliz Navidad!



                              Yo hubiera sido . . .


En algunas entrevistas
cuando suelen preguntar
qué te gustaría haber sido
de no llegarte el azar
de ser lo que por destino
o Dios te hubo de tocar,
yo también en ese estilo
me vi tentada a pensar.

Sin límites en la historia,
ni amarre en la geografía.
otra vida, otra memoria,
el infinito a elección:
¿Qué papel o cuál misión
si hubiera estado en mi mano
habría elegido yo?

Conquistadores y santos,
científicos, literatos,
para mí son demasiado:
Leí de ellos tales proezas
que me queda grande el sayo.

Sin embargo, me figuro
un personaje ignorado.
Mi nombre no está en los libros
y de nada soy el amo.

Un pastorcito quisiera,
(un pastorcito ¡no un rey!)
sería esa Santa Noche,
con mi cabrita, en Belén.

Analfabeto, seguro.
Cuanto más simple . . . ¡mejor!
Él prometió a los humildes
la mayor consolación.

¡Qué paz, Señor, sentiría,
como no la hubo jamás!
Ricos, grandes, poderosos
no la podrían comprar,
mas yo, descalzo, harapiento,
la tendría allí no más.

La luz que irradia el pesebre . . .
Imposible de explicar.
Por eso todos callamos:
sólo se puede adorar.

Mi corazón ya no es carne:
es fuego ,es nube, es amor.
Estoy bajo las estrellas
que alaban a mi Señor.

“¡El Emmanuel ha venido!
¡Ha nacido el Salvador!”
Cantan los ángeles todos.
Los oigo, porque allí estoy.

Quizás, Niño, no me vieras
aunque yo te pueda ver.
Lo que importa es que me amaste
desde antes de nacer
y  en este punto la historia
marcó un antes y un después.

Volvería caminando
con mi cabra y mi cayado
a mi casita en la piedra,
sin lujos y sin reinado.
Les contaría a mis ovejas,
alegre y atropellado:
_ Con estos ojos lo he visto
en un  pesebre acostado.
Una Virgen lo sostiene
 y su padre está a su lado.
No saben lo que se siente.
¡Hoy . . . hoy el mundo ha cambiado!

¿La belleza de Cleopatra?
¿Las huestes de Napoleón?
¿La valentía de Aquiles?
¡No, no las querría yo!

Laureles de cualquier tipo,
cien años de emperador,
toda mi vida daría
a cambio de ser pastor.
Pero no un pastor cualquiera:
un pastorcito con fe
sería esa Noche Santa,
con mi cabrita, en Belén.
                                          
                                             Teresita de Antueno

Capítulo XVII

Lunes de una mañana con algunos nubarrones en México. Son las diez cuando Miguel llega a la oficina y le extraña no encontrar a Nélida en su escritorio, que siempre ocupa el lugar a partir de las nueve y lo espera con la agenda abierta.
Al entrar en su oficina, las persianas bajas y la taza de café vacía son la confirmación de que ella no ha llegado. Aparentemente, todo está como lo dejó la noche del viernes. Pero hay algo diferente: cuando despeja la ventana y la luz que pasa entre alguno que otro nubarrón se posa en el escritorio, una nota llama su atención, así que la lee: "Llama a este número a las seis de la tarde."
El número telefónico tiene la clave de Argentina. Junto a la nota hay un sobre. Miguel lo abre: contiene sólo una hoja con unos versos que lee rápidamente y reconoce como una de las últimas letras presentadas por Néstor. Justamente él mismo había estado ensayando el tema el viernes, mientras Néstor hacía los últimos arreglos, feliz porque le había concedido tres días de descanso (quejas de Walter mediante: "¡No trabaja nunca, y por una vez que comienza a hacer las cosas bien ya lo consientes!"). Al final de la página lee un nombre: Carolina Duprat.
Miguel, desorientado, abre la puerta en busca de Nélida, aunque sabe que no está. Vuelve a leer la nota, da unas vueltas en su silla y marca en la memoria de su teléfono el número de su secretaria. Del otro lado, oye la voz de Nélida en el contestador. "Seguramente vendrá en camino" piensa " Pero . . . ¿por qué? ¿Por qué tarde, justamente cuando sucede esto?" Miguel sabe que no es su costumbre llegar tarde. Tenía otras falencias, para su gusto, pero ninguna en el ámbito profesional. En el tiempo en que había trabajado para él, llevaba las cosas como un reloj. Lejos está de imaginarse que lo ha hecho con un propósito.
Oye unos nudillos en la puerta y entra Walter. Apenas le da los "Buenos días" y escucha su comentario sobre la ausencia de su asistente.
_ Mmm . . . ¡Qué casualidad! Unos días de descanso para tu cuñado y tu secretaria desaparece. Supuse que se iría con tu hermana.
_ No. Mi hermana tuvo una de sus recurrentes jaquecas. Creo que él contaba ya con eso. Pero lo de Nélida, no lo creo. No es tan tonta, no sería tan evidente. Además, desde hace un tiempo, apenas si se dirigen la palabra. ¿No te has dado cuenta?
_ En eso tengo que darte la razón.
_ De todas maneras, tenemos algo más importante que resolver_ dice Miguel, al tiempo que le extiende la nota y la página. _ ¿Tienes idea de lo que significa?
_ ¿Qué es esto? _ comenta Walter, dándole una rápida mirada.
_Por lo visto no puedes ayudarme. Lo que falta saber es de quién lo dejó. A partir de allí obtendremos las demás respuestas. Como cuáles son sus intenciones, por ejemplo.
_ ¿Y qué harás? Simplemente… ¿ esperar la hora y llamar?
_Sólo después de hablar con Nélida y con el guardia. Alguien debe de haber entrado el fin de semana.
_ Tiene que ser alguien de aquí, de la empresa. ¿Quién podría tener acceso si no?
Golpean la puerta. Cuando Miguel da permiso verbal para entrar, aparece, con la cara sonrosada propia de la agitación, Nélida. Antes de que Miguel diga algo, ella apresura una explicación que mezcla un despertador que no sonó con un taxi que no llegaba nunca y está por introducir la falsa anécdota de un choque pero se detiene: le parece que ya ha sido suficiente, y que inventar más atentaría contra la credibilidad de la historia; además, a Miguel y a Walter no parece interesarles tanto su excusa como los papeles que le señalan sobre el escritorio. Le piden que entre y cierre la puerta.
_ ¿Qué sabes de esto?
Ella observa lo que dejó una hora antes como si lo viera por primera vez. Como si no hubiese entrado una hora antes a la oficina, ni hubiese salido furtivamente para hacer tiempo en el salón de descanso de la planta baja. Mantiene la expresión de extrañeza y niega con la cabeza como respuesta a las preguntas de los dos.
_ ¿Estás segura? Tú manejas todo en esta oficina cuando no estamos. ¿Nadie entró ni salió, el viernes, a último momento?
_No. . . no. Bueno, casi siempre, una vez que he cerrado todo voy a arreglarme a la sala de baño y directamente hacia el ascensor. O tal vez hoy.... no olvides que no hubo nadie durante una hora. Puede haber sido alguien de otra oficina.
_ ¿Que tuviera las llaves? Somos sólo nosotros tres.
_ ¡Eso es! _ dice Nélida, simulando que acaba de hacer una deducción _ ¿Ninguno de ustedes las perdió?  Quién sabe…quizás aprovecharon la ocasión.
Mientras dice esto, revuelve en su cartera que aún tenía con ella, pues no había pasado por la silla de su escritorio para dejarla, en el apuro por avisar de su llagada.
Tan buena es su actuación, que Walter hace lo mismo.
_Si no las tuviera, no estará aquí dentro_bromeó Miguel.
Nélida sabía que Walter no las encontraría en sus bolsillos.
_ ¿No las habrás dejado en tu apartamento? _ pregunta Miguel, al verlo revisar infructuosamente.
Nélida coloca las suyas, con un suspiro de alivio, sobre el escritorio:
_ ¡Tienen razón sobre las carteras de las mujeres! Por un momento creí que las había perdido.
Walter se para, nervioso, para hurgar mejor en su búsqueda infructuosa.
_En otro traje, quizás_dice Nélida, como si no supiera que no las va a encontrar. Como si ignorara que el jueves, mientras almorzaban, ella había extraído del bolsillo de su chaqueta, el llavero con todas las llaves que pertenecían a las oficinas. Por suerte, Walter no las colocaba con las de su apartamento o su coche; de ser así, las habría echado en falta antes. Además, ella siempre abría las puertas necesarias cuando llegaban o tan pronto iban a ingresar en una habitación, así que, hasta ese momento, era muy improbable que lo notara.
_No, no… Walter se queda pensando _A menos que . . .
Ella, expectante, ni se imagina que un episodio fortuito hubiera ayudado a sus planes.
_ El viernes, cuando fui  a almorzar aquí mismo, en la cafetería,  estaba pagando y cayó a suelo mi agenda. La recuperé, pero…quizás, no sé, también se habían caído las llaves y no lo noté.
_Pero _acotó Walter_ las llaves hacen un ruido metálico, muy característico. Lo hubieras oído.
Nélida, recuperada del asombroso espaldarazo que le daba el destino, no podía desaprovechar la oportunidad:
_ ¡Miguel, por favor! ¡Se nota que jamás almuerzas en nuestra cafetería, como los "plebeyos"! Está ajetreada y ruidosa a esa hora. A penas si puedes oír lo que pides para comer. Además, si alguien ya tenía la intención, se le presentó la ocasión perfecta. Puede haber sido cualquiera. Decenas de personas de la empresa van allí.
_Mmmm. No sé. Me parece una situación muy forzada.
_ En algo hay que darle crédito a ella _ aclara Walter_ cuando alguien tiene algo en mente…
_ No hemos llegado a las últimas instancias. Tienen que ayudarme para averiguar quién hizo esto y con qué intenciones antes de esta hora_ señala el papel _ Pero sólo investigar. Sobre la nota, no le diremos una sola palabra a nadie. ¿Estamos de acuerdo?
Walter y Nélida se miran y afirman. El primero pregunta.
_Una duda: ¿Si llega la hora y no hemos averiguado nada…?
El plan de Nélida resultó a la perfección; no en vano había cubierto todos los flancos.
Horas más tarde, Carolina no daba crédito a sus oídos, cuando una voz imponente cortaba el aire de la oficina donde la habían citado:
_Buenas tardes. Soy Miguel Saberia. Tengo entendido que se tratarán asuntos que me conciernen y debo estar al tanto.





domingo, 6 de diciembre de 2015

Bueno ... parece que estoy pudiendo ser más cumplidora y no les fallo los domingos. Una día casi otoñal: fresquito a la mañana, tarde de sol y tardecitas con un poco de viento fresco. Cada uno elegirá su en qué momento quiere abrir la computadora y ponerse a leer, a meterse en esta mezcla de aventura y juego con el que fui construyendo esta historia. Espero que les guste para seguir asomándose a ella.

Capítulo XVI

Esa misma noche, en México, Nélida está ordenando su escritorio mecánicamente, como si fuera un ritual que se efectúa sin saber por qué, sólo por el hábito que se cultiva día tras día. Su mente no está en la agenda que guarda en el cajón, ni en los papeles sueltos, ni en los sobre abiertos. La rondan pensamientos mucho más complicados debido los acontecimientos que se han ido desarrollado los últimos días (la segunda conversación con Hidalgo para convencerlo de que la ayude en su plan, el arreglo de una reunión entre él, Carolina y otros colegas en Buenos Aires) y cuyo desenlace será decidido por el juego de una última carta: una charla con Néstor para darle la buena noticia. Ella, tan paciente, tan comprensiva, tan útil, le había dejado todo listo. Sólo faltaba hacer que la argentina ingenua firmara unos papeles que la comprometieran a proveerles material por un tiempo sin abrir la boca. ¡Cuánto le había costado fingir que no sabía nada de Alejandra! ¡Cuánta sonrisa falsa para pasar por estúpida, para no despertar sospechas y conseguir que él llegara, confiado, a ese momento! Pero había valido la pena, porque esa última carta tenía un anverso y un reverso. El anverso suscitaría gratitud; el reverso, una mentira, le demostraría, de una vez por todas, quién era Néstor.
Suena el teléfono. Ella sabe quién es. Néstor ha recibido una nota de ella: breve, pero con lo suficiente para no poder negarse. Además, desde el seguimiento que confirmara su traición, bien se había cuidado ella de no presionarlo para ningún otro encuentro, cuestión de que él pensara que su petición se debía únicamente a motivos profesionales.
_ Sí. Ya sé que se fueron todos. _ escucha y contesta_  Primero salgo yo y espero al lado de tu carro, en el estacionamiento.
Pocas fueron las palabras que cruzaron en el auto, mientras se dirigían al departamento de Nélida. Él, animado por la marcha de sus planes, acostumbrado a mentir y seguro de que ella no tenía la menor sospecha, se concentraba en cuidar que nadie los descubriera y en dar algunos rodeos, tomando un camino más largo pero más seguro. Ella, pensando en el diálogo que se desarrollaría y en que su semblante no delatara sus verdaderos sentimientos: el más mínimo gesto, una palabra, una mirada que indicaran celos, reproches o desconfianza, podían arruinarlo todo. Una hora, dos a lo sumo, y la suerte estaría echada: una nueva vida (sin clandestinidad, sin excusas para verse, sin las sospechas de los demás, ni la censura de Walter, ni las recriminaciones de Miguel, ni llantos en la plaza, ni despechos ahogados en el alcohol, ni rastrearlo por teléfono para angustiarse con conjeturas, sin acechos en la esquina, y, sobre todo, sin su esposa y sin Alejandra), o la venganza. Pero  no una venganza histérica, una venganza de amante que reclama el lugar de esposa; no una venganza de gritos, llantos y portazos. Una revancha mucho más sofisticada. Una que Néstor no esperaría de ella. ¿Ella, la tonta, la que siempre recriminaba para volver, suplicando las migajas de algo que nada tenía que ver con el amor, la que soportaba las respuestas secas de la esposa y los rumores de la oficina, la que estaba orquestando todo para limpiar la imagen de él ante Miguel con el único beneficio de unas horas de sábanas apenas tibias?
Cuando llegaron, no hubo mucho preámbulo. Él le dijo que no podía irse muy tarde porque viajaría: lo había convencido a Miguel de que, alejándose el fin de semana, la inspiración regresaría. Nélida no necesitaba que le dijera que no la llevaría, pero él lo hizo. La excusa fue la de siempre: no despertar sospechas.
Ella le comentó que para su regreso, ya todo estaría en marcha: le ocultó que Hidalgo estaba envuelto en la entrevista y le pintó un panorama muy sencillo y alentador: la reunión en la Argentina, ellos en teleconferencia, la firma del contrato y el pago generoso. Más aún, lo convenció de que la dejara encargarse de todo y se ocupara únicamente de que el dinero estuviera disponible.  Si él no intervenía en los arreglos, nadie podría relacionarlo su con el asunto si surgía algún inconveniente. Su nombre, íntegro. Él, satisfecho, le agradeció con un abrazo.
Nélida, al ver los ánimos a punto, empezó a representar el segundo acto de su obra. Lo tomó de las manos, miró a sus ojos profundamente y suspiró. Pocas palabras, mínimos rodeos y lanzó la bomba. Una bomba falsa, pero el no notó la diferencia. Ella llenó sus ojos de lágrimas; él fue pasando, en muy pocos segundos, de la incredulidad a la sorpresa y de allí, sin espacio para la compasión, a la indignación.
-¡Imposible! Bueno… no es totalmente imposible…Creí que vos tomabas todas las precauciones. ¿Estás segura?
Ella sabía que después de esas palabras, de ese rostro descompuesto, podían surgir dos reacciones. En unos segundos averiguaría si era o no un cobarde. Sabía que estaba frente a un hombre egoísta, manipulador y que no la amaba sinceramente, pero la misma esperanza que la había llevado a soportar humillaciones y abandonos, la misma que la había alentado a planificar la forma de que recuperara sus éxitos y dejara a su mujer, le había hecho soñar que escucharía: "No importa. No te preocupes. Me darás lo que mi esposa  no me ha dado. ¡Al diablo todo el mundo! Si tienes un poco de paciencia…espérame, espera a que nuestro plan resulte y te prometo que viviremos juntos, como debe ser. Todo saldrá bien."
No oyó esas palabras. No vio un gesto de apoyo ni una mirada  compasiva. No hubo intentos de solución. Los gestos fueron de contrariedad; la mirada, de ira y las palabras; atropelladas, acusadoras y coronadas por la frase que ella había considerado como posible, pero a la que más le temía, la peor, la que jamás hubiera querido oír:
-¿Estás segura de que es mío?
No le quedaron fuerzas para jurarle que no había nadie más. Guardó las que tenía para seguir actuando, para seguir la farsa en forma tan impecable que le dolía. Simuló comprenderlo, simuló resignación, simuló un breve discurso para darle a entender que se arreglaría sola, sea cual fuera su decisión. Él, como si una ráfaga de lucidez lo hubiera sacudido, reaccionó:
- ¿Decidir qué? ¿Estás loca? No hay nada que decidir. Esto no debió haber sucedido. ¡Decidir! Uno decide cuando hay varias opciones y aquí no las hay. Hay una sola salida. Cuando el error no se puede reparar, sólo queda borrar las consecuencias.
Nélida ya no respondió. Ella le había puesto un examen y él no lo había aprobado. Sólo escuchó el sermón sobre los peligros que podían acechar su matrimonio, su lugar en la empresa, la verdad que se descubriría aunque ella tratara de preservar  el anonimato del padre. Mientras él hablaba, ella observaba la muerte de la esperanza que la había guiado hasta ese momento, como un doliente ante el cadáver de un ser querido. Si un hijo, aunque fuera inventado, no lo retenía, nada quedaba por esperar.
Cuando él cerró la puerta, tan muerta estaba su esperanza, que no le sorprendió enterarse, horas más tarde, que Néstor viajaría con Alejandra ese fin de semana. Lo había planeado en el mismo momento en que Néstor lo había mencionado: una llamada con una excusa tonta a la pelirroja desprejuiciada, un comentario sobre algo de trabajo y listo, había soltado prenda.
Después de esa llamada había hecho otra. A la Argentina. El mensaje fue muy breve:
-¿Hidalgo? Sí: todo lo demás, como habíamos arreglado, pero haremos el cambio que teníamos previsto. No va a ser Néstor Campos el que  telefoneará desde aquí el lunes.