¡Ay, ay, ay! Promesas de político en campaña las mías. Y sí: había prometido (y me lo había propuesto como disciplina, les aseguro), publicar todos los domingos y el pasado no lo hice. Es que ... estoy yendo al parque caminar para bajar unos kilitos porque aunque me cuide en otras comidas el helado... ¡ME PUE-DE! (seguro que algún seguidor me va a lo entender). Fui ese domingo pero el calor me mató, porque la temperatura no había bajado aunque eran las 8 de la noche, así que hice una vuelta y media, me senté para descansar como para tomar impulso y el único impulso que llegó me empujó al auto de regreso a casita con el oasis del aire acondicionado. Finalmente: ni el pan, ni la torta: no me ejercité ni publiqué. Mi intención era compensarlo en el transcurso de la semana, pero ya entré en el estrés pre- casorio (sí, me caso el 18 de marzo con un mártir que se arriesga a compartir su vida conmigo) y aunque va a ser algo sencillo, sin recepción, cuando no estoy planificando, estoy preocupada por la relación entre lo que planifiqué y el tiempo que queda. Y... soy virginiana. Para resumirlo: ¡Ahhhhhhhhh!.
Bueno, al final estoy haciendo más novela de mi historia que de la que venimos transitando. Es que, a esta altura, aún a los que no conozco, los considero mis amigos. Espero que les guste. ¡Bye!
Capítulo
XXV
Al día siguiente, Miguel sale del ascensor, rumbo a su oficina, con
rasgos innegables de agotamiento y preocupación. A Nélida le extraña su saludo
apagado y lo sigue a su oficina para averiguar el motivo de tanta pesadumbre.
Su jefe es muy escueto: le dice que su hermana fue internada la noche anterior
a causa de un repentino problema respiratorio y él estuvo acompañándola, así
que no había podido ni siquiera ducharse y llevaba la ropa del día anterior.
Posiblemente pudieran darle de alta ese mismo día. Había sido sólo un susto: si
guardaba reposo y controlaba sus nervios, los médicos eran optimistas. Nélida
se abstuvo de preguntar dónde estaba Néstor, pero sospechaba que no había
señales de él. Lo que no sospechaba era que la historia que le acababa de
relatar Miguel no era exactamente fiel a la verdad: era cierto que la hermana de Miguel estaba internada, que
después del llamado de la noche anterior él había tenido que salir raudamente,
y que había pasado la noche velando su sueño. Pero las causas no eran para
ventilarse frente a cualquiera.
Minutos después, llega Walter, también con la preocupación surcándole el
rostro. Él sí sabe la verdad, porque después de la llamada de Alicia, desde su
coche, Walter le telefoneó para ponerlo al tanto de la situación: Al ser
despedido con tantas evidencias en su contra, Néstor había ido directamente a
su casa a hacer una escena frente a su esposa, diciéndole que estaba seguro de
que Walter lo odiaba y le tenía envidia, Por eso había fraguado toda una
situación para que Miguel pensara que era un tramposo. Mientras hacía una
valija y le explicaba, con fingida indignación, que él no podía seguir
perteneciendo a una familia que no le tenía confianza, ni lo defendía, ni lo
respetaba como él se lo merecía, Alicia lloraba e imploraba infructuosamente.
Sin hacer caso de los sentimientos de su mujer, Néstor había subido a su coche
con rumbo desconocido, prometiéndole que regresaría en unos días para recoger
el resto de sus cosas y hablar más tranquilamente. Ya desde la ventanilla, le
había quedado tiempo justo para la escena de " no sabes cuánto te quiero,
y cuánto me duele que nuestro amor se vea afectado por el proceder injusto de
terceras personas".
Cuando Alicia llamó a su hermano, el llanto le cortaba el aliento. Lo único
que Miguel entendió fue la preocupación porque su esposo no regresara nunca,
sus deseos de no vivir más y las palabras claves "alcohol" y
"sedantes", que lo arrancaron de su oficina con horribles pensamientos,
hasta la casa de ella. Así era: al llegar, la desesperada Lidia estaba a punto
de llamar a la policía porque la señora no quería abrir la puerta de su
habitación. Cediendo a los ruegos de su hermano, Alicia había abierto la
puerta, pero la mezcla fatal ya estaba invadiendo su cuerpo, así que, después
de pedirle a Lidia que llamara una ambulancia, comenzó la angustiosa tarea de
mantener a su hermana consciente. Después. el trayecto hasta el hospital,
sosteniendo su mano, tratando de interpretar las palabras que salían de su
boca, aún cruzadas por las lágrimas. Mientras le lavaban el estómago, el
corazón de Miguel se revolvía de impotencia: ¿De qué le servía ahora la fama y
los discos de oro? ¡Si con ellos hubiera podido ayudar a Alicia en sus
frecuentes depresiones!
Walter está en desacuerdo con su amigo. De ninguna manera desea
contratar al fraudulento autor nuevamente, pero… ¿cómo decírselo en ese
momento?
_ Es lo que me pidió mi hermana, Walter. No puedo sacarla de esa clínica
sin asegurárselo. Me hizo prometérselo. No comenzará ningún tratamiento de
recuperación si su marido no regresa.
_ Sabes cuánto te aprecio _ responde Walter, conteniendo su ira y
tratando de sonar comprensivo_ y que tu familia ha sido la mía todos estos
años, así que… ¿puedo hablar como un hermano?
_ Lo eres. Habla.
_ ¿No crees que la recuperación de Alicia se basa en la desaparición de
ese tipo, y no en su presencia?
_ Eso podemos opinarlo tú y yo, amigo, porque estamos sanos. Ella, no.
_Pero, ¿qué lograrás con traerlo de vuelta? ¡Otra vez a las mentiras y
las infidelidades! Y de nuevo Alicia
a la bebida. _Miguel está por hablar, pero Walter continúa_ Es doloroso, pero
hasta que no lo admita, no podrá recuperarse. ¿O esperarás a que lo intente
otra vez y no llegues a tiempo?
_ Lo sé. Pero ella no dará el primer paso si no le aseguro que volveré a
contratarlo. Una vez que ella mejore, ya irá comprendiendo que ese hombre no le
conviene.
_ Lo que intentas decirme es que, para curarla de su adicción a este
sujeto, hay que mantenerlo cerca.
_ Suena ilógico, pero…
_ No, no, no _ Walter mantiene la suavidad de la voz, para no agravar la
firmeza de sus palabras_ Es ilógico.
_ No entiendes.
_Porque no tengo hermanos. ¿Es lo que ibas a decir?
_ No, no es eso. Es que no estás en la situación.
_Te equivocas, amigo. Estoy en la situación, trato de ponerme en tu
lugar, y es por eso que no comprendo cómo alimentar una relación enfermiza
puede ayudar a solucionarla.
Miguel está pensativo. Unas sombras azules navegan en sus párpados
cuando le pregunta a su representante:
_ Si lo hago regresar a él, te perderé a ti, ¿verdad?
En esa duda se arriesga el futuro de su relación. Miguel sabe que Walter
es un hombre de carácter y de fuertes principios, así que no le gustará que su
opinión sea despreciada. También sabe que llamar a su cuñado tendrá un costado
humillante, aunque traten de disfrazarlo. Pero la imagen de su hermana la noche
anterior, es más fuerte que todas estas especulaciones.
Es cierto, Walter es un hombre firme. Pero más que eso es un amigo, y el
ver a Miguel, con quien ha pasado buenos y malos tiempos, desde que era un
chiquillo que no sabía manejar su voz hasta el éxito, sumido en ese
abatimiento, lo hace ver, no a la estrella, sino al hombre. A un hombre que no
puede elegir entre la integridad de su orgullo y la justicia, y los
sentimientos del último familiar de sangre que le queda.
_ Si fuera tu representante, me iría.
_ Y tendrías razón.
Walter detiene sus palabras con un gesto apaciguador de sus manos.
_ Pero al amigo no le importa tener la razón, sino no acompañarte en un
momento difícil.
Miguel se alegra, lo abraza y le da las gracias. En su emoción, comienza
a hacer promesas alborotadamente:
_No te preocupes: le pondremos límites, apenas podrá participar, se le
hará firmar un contrato muy específico, para que sepa que sólo cubrirá las
apariencias.
_ Y no olvidemos _agrega su
representante _ que es importante esconder cualquier apariencia de
desacuerdo ante Carolina. Es nueva en esto y un ambiente de tensión sería muy
perjudicial para su trabajo. Habrá que encontrar la manera de hacerle entender
a él que deberá ser amable con ella, mal que le pese. Y como la única forma en
que funciona Néstor es con amenazas…
_ ¿Lo convencemos de que ella ha sido más que considerada al no iniciar
un juicio por plagio?
_ Exacto. Esta vez hay que abarcar todas las posibilidades y no dejarle
a él la más mínima para que nos cause problemas.
Suena el intercomunicador. Es Nélida, quien le recuerda a su jefe que ya
ha salido el carro a buscar a Carolina.
_ ¡Es cierto, el almuerzo para presentarla!
_Ayer saliste tan apurado, que no pude preguntarte dónde querías que
hiciera las reservaciones _prosigue la secretaria.
_ ¡A estas alturas, ya no conseguiremos lugar en ningún sitio
respetable!
_ Bueno, si me disculpas, me tomé una libertad_ dice ella_ Ya que es
para presentarla con el equipo de trabajo, y dijiste que no querías que fuera
algo muy formal porque la joven parece tímida, se me ocurrió organizar todo
aquí, en la sala de reuniones.
_¡Perfecto, Nélida! Gracias.
_Buena idea la de Nélida, especialmente porque en nuestro estado de
ánimo, un restorán conocido no sería lo más apropiado. Además, no tendrá que
presenciar el asedio de tus admiradoras.
_ ¡ Ah! Con respecto a eso… no imaginas lo que recordé en mi noche de
vigilia.
_ Yo sabía que la había visto.
_ ¿Y bien?
Mientras se dirigen a la sala de conferencias, Miguel le relata el
extraño episodio, y ambos ríen. Al notarlo un poco más repuesto, su amigo le
aconseja.
_ Escucha, Miguel, pero, ¿te has dado cuenta de que llevas el mismo
traje de ayer?
_Es cierto _ se palpa el rostro sin rasurar _ ¡Dios! Debo de lucir
fatal. No había tenido tiempo ni de pensarlo.
_ ¿Por qué no vas a tu cuarto de descanso, te duchas y te rasuras,
mientras mando buscar ropa para ti?
_ No te preocupes, siempre tengo algo aquí por si acaso. Si me retraso,
ten la bondad de hacer las presentaciones.
Walter se detiene en la sala de reuniones y Miguel gira en el pasillo
hacia su cuarto especial.
Al ingresar, Carolina está conversando con un personaje muy singular de
la firma: Juan. Juancito, como lo llamaban todos. Juancito también es
argentino, así que el invitarlo había sido una buena estrategia. Y no sólo eso:
era un ser realmente especial. Desde luego, su apodo no era el de ningún
empresario, ni músico, ni inversionista. Él era el maquillador y vestuarista,
el que había cambiado, a pedido de Walter, la imagen de Miguel de un
adolescente superficial, a un cantante adulto y romántico, pero a la vez
varonil.
Es la primera vez que ella siente que "entra" a la empresa y
este coterráneo es tan simpático que la hace superar la sensación de mariposas
en el estómago. Es que Juancito no es un
homosexual histérico: sus preferencias amorosas son conocidas en el ambiente,
pero nadie bromea con ellas, porque, más allá de ciertos rasgos femeninos en su
voz y algunos de sus gestos, su forma de vestir es no convencional, pero no
ridícula. Más, sobre todas las cosas (y este rasgo debe de ser el que da esa
tranquilidad a Carolina), es sincero. Y esa cualidad es, en ese ambiente, una
perla en las profundidades. Y eso lo sabe hasta ella.
Carolina presiente que sus deseos de ayudarla son auténticos y lo
escucha como en una ya presentida amistad, cuando el le dice:
_ ¿Nerviosa, no? ¡No te preocupes, mi amor! _ le dice, reteniendo sus
manos_ ¡ Si lo sabré yo! ¡Si me hubieras visto, hace quince años, cuando llegué
aquí! En comparación, tú estás hecha una reina. ¿Has notado cómo se te
"pega" el tú de tanto escucharlo? Y yo estaba en peores condiciones
que tú: cansado de los avatares de nuestra patria y de problemas familiares
acarreados por mi "especial" forma de ser, junté mis ahorros y caí,
casi en paracaídas, aquí, donde vivía una tía que me quería mucho, a probar
suerte.
_¿ Y dónde comenzaste? ¿En algún salón de belleza importante?
_ No. Aunque no lo creas, en nuestro país, además de peluquero, yo era
profesor de Historia. Así que, por eso comencé, pero, desde luego, tuve que
preparar las reválidas de las materias que se dan aquí. A sí que, de mañana
trabajaba en una escuela para niños, para ayudar a mi tía con los gastos, y de
tarde cursaba en la facultad. Hasta que, un día, un compañero de estudios que
trabajaba en un salón de belleza, me pidió que pasara por allí para recoger
unos apuntes. Yo había trabajado en
varios en Argentina, y había hecho cursos de moda, pero nunca en lugar tan
completo. De una manera informal pero muy acertada, mi amigo no sólo les
aconsejaba cuál sería su mejor apariencia, sino que las escuchaba. Comencé a
aparecerme por allí con mayor frecuencia y así me di cuenta de que Roberto, mi
condiscípulo, iba convirtiéndose, gracias a su dedicación y a su conocimiento
de la psicología humana (¡no sabes cuántas cirugías estéticas les evitó a las
mujeres que estaban despechadas por el abandono en pos de una jovencita!), iba
escalando posiciones. Fuimos haciéndonos amigos. Así fue como me comentó sus
aspiraciones: el dueño estaba cansado; quería retirarse pero ninguno de sus
hijos quería continuar con el negocio ("¡Esas cosas no son para hombres,
papá!"), así que, con sus ahorros de años, iba a hacerle una oferta para
comprarlo. El propietario se la vendió, aunque sabía que lo que Roberto podía
pagar al contado era menos de lo que valía, pero en atención a su arduo
trabajo, a que las clientas pedían exclusivamente su atención y a que, con el
paso de los años, le había sido de más ayuda que los hijos de su sangre, se la
entregó, dejando el resto a pagar en cuotas irrisorias.
_De modo que tu amigo se transformó en el dueño.
_ Así fue. La buena fama que había comenzado a hacerse se fue incrementando,
con la mejor estrategia publicitaria: de boca en boca. Y así comenzaron a venir
esposas de políticos, algunas actrices… y necesitó más colaboradores… y me
ofreció el trabajo a mí._ Juan desvía la mirada hacia Walter, que viene hacia
ellos con la mano extendida.
_ Charlas de argentinos, ¿eh? Me alegro: queremos que Carolina se sienta
como en casa.
_ Sí, gracias_ responde Carolina _ Juan es muy simpático.
Con cierta afectación que le es característica en la voz, Juancito
bromea:
_ ¡Ay, querida, qué desilusión! ¿Simpático, nada más? ¡Yo siempre me
consideré i- rre- sis- ti- ble!
Walter y Carolina se ríen.
_ Y como ves _ agrega Walter_ no le gusta hablar. Pero ven conmigo, que
quiero presentarte a otras personas _le dice a Carolina, y, mientras se vuelve
a mirar a Juan, la toma suavemente del brazo _ no tan "carismáticos"
como el asesor de imagen de Miguel.
_ Eso sería imposible _ dice Juancito.
_ Pero me quedÁAs debiendo el resto de la historia, ¿eh?_ le recuerda
ella.
_ Prometido: en cuanto te desocupes, tendrás el desenlace de mi fabulosa
aventura en este país. Mejor. Sí, en capítulos se hace más interesante.
Walter le va presentando, informalmente, a los que van llegando. Saludan
también a Miguel, cuando se reincorpora a la reunión. Su cara de preocupación
se ha transformado en cara de sorpresa y, cuando lleva a un rincón de la sala a
Walter y le habla en forma confidencial, la de este reproduce la de aquel: como
si la expresión de Miguel se moviera cual los efectos especiales de una
película, para posarse en el rictus de su amigo. Pero la reunión comienza, sin
que hagan ningún comentario al respecto, cuando la comida que Nélida había
encargado llega.
Juancito le sugiere a Carolina que se siente a su lado, ya que él le
diría en voz baja "quién era quién" en esa empresa, como detrás de
bastidores.
Y así fue: "Este es un poco loco, pero escuchálo porque siempre
dice la verdad", "Julio trabaja con Miguel desde hace muchos
años", "El que está hablando ahora es Marcos: él me ayudó mucho
cuando empecé", eran algunas de las notas a pie de página que le susurraba
Juan. Al parecer todos eran buenas personas y se trabajaba bien, sin mucha
discordia. Pero a Junacito se le terminaron las palabras, al menos las
descriptivas, cuando abrió la puerta un personaje inesperado para todos,
excepto para Nélida, Walter y Miguel. Lo único que balbuceó Juan a Carolina, mientras esta observaba al
sonriente extraño fue:
_ ¿Qué hace este acá?
Capítulo
XXVI
El extraño sonriente acaba de estrecharle la mano y le hace cien preguntas
de rutina sobre el viaje, su estadía hasta el momento y la impresión que le ha
causado la empresa. Carolina no entiende por qué Miguel y Walter están
visiblemente molestos. Juan no alcanza a darle ninguna referencia de Néstor,
porque, ante la sorpresa de todos, que saben de la discusión y el alejamiento
de la empresa, aunque no de los motivos reales, él habla con fingida simpatía,
como si nada hubiese pasado y se muestra fingida pero convincentemente
simpático con la recién incorporada. Todos se preguntan qué habrá sucedido, qué
conversación habrán tenido para limar las asperezas que, esta vez, parecían
irreconciliables.
No se imaginan que, enterado de la situación de su esposa y dando por sentado
que su actuación de esposo despechado le ha resultado, Néstor telefoneó a la
empresa cuando estaba por comenzar la reunión y solicitó que se le permitiera
asistir. Desde luego, Miguel no estaba en condiciones de negarle nada. Y él lo
sabía. Por eso Miguel había llegado a la sala, después de cambiarse,
preocupado, y le había transmitido sus inquietudes a Walter.
Café de por medio, Carolina escucha y sonríe a este hombre que habla y
habla, sin saber específicamente cuál será la relación con él durante su
estadía. Finalmente, cuando Juancito ve su cara de cansancio, se anima a
rescatarla, pidiendo disculpas por interrumpir, con la excusa de que ha
recordado el nombre de una familia en Argentina y quiere saber si Carolina la
conoce. Entonces se acercan también Miguel y Walter, que le ofrecen una visita
guiada por el resto de las oficinas.
Carolina se despide de todos y los acompaña, atendiendo sus
explicaciones. Cuando han terminado el recorrido, se aprestan a comenzar su
reunión de trabajo. El abogado de la firma ha preparado, como se lo indicaron
días antes, un contrato. Carolina escucha atentamente la lectura del mismo.
Sabe que, por mayor que sea la confianza que estas personas le inspiren, debe
atender a sus propios intereses. Y para ello, es la única persona con la cuenta
en la habitación. El abogado comprende de antemano la situación de la joven. Él
mismo escaneará el contrato para enviarlo al profesional de confianza que ella
desee en la Argentina con la finalidad de que lo lea y le aconseje antes de que ella lo
firme. Ella acepta, y le da el número de uno que la ha asesorado en asuntos
familiares. Como la respuesta no se recibirá por lo menos, hasta el día
siguiente, de común acuerdo deciden esperar. Carolina se recuerda a sí misma
que debe de hablar esa misma noche con el abogado para pedirle que no comente
nada con su familia y que mantenga todo en estricta confidencialidad hasta que
ella se lo diga.
Si bien su interés es mostrarse cauta, no quiere que confundan este acto
con la desconfianza, así que, aún sin el contrato firmado, se ofrece a comenzar
su trabajo de inmediato. Así es como pasa el resto de la tarde entre músicos y
complicados aparatos. Le fascina cómo esos técnicos pueden hacer que sus letras
suenen tan diferentes con el solo roce de un botón o una palanca. Sin darse
cuenta son las siete de la tarde cuando entra Walter sugiriendo que descansen
hasta el día siguiente.
Juancito, aunque sus funciones no lo retengan allí, se ha quedado, como
tantas otras veces, a hacer sociales. También ha hecho tiempo para despedirla:
él sabe lo que es estar en un país diferente y en trabajo nuevo, y su
generosidad no le permite dejarla sola. Ella le recuerda que le debe el
desenlace de una historia, así que Juan, con el permiso de Miguel, la secuestra
amigablemente. Miguel y Walter se retiran, recordándole a ella que el
carro estará a su disposición cuando
desee regresar al hotel.
Cuando ellos están y Juan le indica dónde está su "cuchitril",
como lo llama él en su argentinísimo lenguaje. Carolina recuerda al abogado, y
decide no esperar hasta llegar al hotel, pues la hora será ya inconveniente. Le
solicita permiso a su compatriota, pero, antes de que éste le conteste, Miguel
la guía hasta su propia oficina para que hable con tranquilidad y se retira.
Mientras abrevia lo más posible su charla con el abogado, Carolina oye
la voz de Néstor, en el escritorio de Nélida. Ajena a la relación que existe
entre ellos, no presta atención al murmullo, pero, cuando acaba su diálogo
telefónico, no puede evitar oír claramente:
_ No te preocupes. No durará mucho. ¿No observaste acaso cómo se viste?
Nunca será más que eso: una simple maestra de literatura tratando de vivir la
historia de Cenicienta. No tiene porte ni presencia. Durará poco en nuestro
ambiente. _ dice la voz femenina.
Carolina toma su cartera, con una mezcla de desilusión y enojo, y sale.
Cuando la ven, Nélida y Néstor se ven en una situación incómoda. No tenían idea
de que ella se encontraba allí ni de cuánto ha escuchado, así que la saludan
secamente. Quizás a Carolina no le hubieran dolido tanto esas palabras si
hubiera oído luego a Néstor contestar.
_Tú dices que no me preocupe. Pero tiene unas horas aquí y ya usa el
teléfono del jefe.
Carolina va directamente al cuarto de trabajo de Juan, golpea la puerta
con los nudillos y entra. El estilista no puede evitar un comentario sobre su
cara de desencanto y le ofrece asiento:
_ ¡Eh! ¡Pero parecés Cenicienta cuando le reconvirtieron el carruaje en
calabaza!
_ Y… a lo mejor soy eso: Cenicienta viviendo una noche de ilusión _
vuelve el rostro hacia el espejo de la habitación _ y debería regresar a
limpiar chimeneas… Ya me parecía demasiado ideal todo . . .
_Pero… ¿qué decís? Si le caíste bien a todo el mundo.
Ella sigue con los ojos fijos en su imagen:
_ ¿Es que no me observaste bien? Este cabello deslucido, una cara común.
Y del cuerpo… bueno, ni hablar. Yo le digo "pañuelo de mago"
_ ¿Pañuelo de mago?
_Sí: nada por delante y nada por detrás.
Juancito ríe, entre la gracia y la rebelión ante tanta autocompasión.
_ ¿Por qué te menospreciás tanto?
_ ¿Es que no viste a las mujeres que trabajan aquí, Juan?
_Sí, mi querida: en su mayoría, obras de arte de los cirujanos.
_ ¿Ah, sí? ¿Y la altura? Eso no es cuestión de bisturí.
_¡Qué! ¡No me vas a decir que tenés metáforas para tu altura, también!
_ Sí: referí de metegol, inspector de zócalos…
Juan lanza una carcajada:
_ ¿Y el ingenio que estás demostrando? ¿No vale de nada eso? Contáme: ¿
a qué te dedicás allá?
_ Soy profesora en colegios secundarios.
_ ¿Qué edad tiene tus alumnos?
_ Y… están entre los trece y los
dieciocho.
_ ¿Y sigue siendo como antes? ¿Más de treinta por curso?
_ Sí ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver eso?
_ A ver si entendí bien: te enfrentas a adolescentes durante años y sobrevives…
¿Y te desanima un ejército de siliconas, extensiones de cabello, dentaduras
blanqueadas, estómagos lipoaspirados, rubias oxigenadas, capas de base que
pasan el grosor del revoque fino y lentes de contacto? La verdad, no encuentro
coherencia entre tu miedo y tu inteligencia. Esto no parece salir de vos misma.
¿Alguien te metió esas ideas en la cabeza?
_ En realidad, algunos resquemores tenía, y oí algo que los confirmó.
_ ¿Dónde? ¿De quién?
_ Cuando telefoneaba de la oficina de Miguel. Nélida y Néstor estaban
diciendo, sin saber que yo alcanzaba a escucharlos…
Carolina no puede terminar su anécdota. La risa estrepitosa de Juancito,
que se ha reclinado en su sillón, la interrumpe, y su cara de desánimo se
transforma en gesto de sorpresa.
_Antes de que sigas contándome, dejáme servirte un café y prepárate para
escuchar una historia. Luego vos vas a decidir cuánta es la importancia que se
merece cualquier comentario de esos dos… reptiles. No uso la otra palabra
porque en este ambiente es mala suerte.
Mientras la cafetera obedece las instrucciones de los botones, Juan
prepara las tazas y le relata las cuestiones de Nélida y Néstor con tanto
detalle como le es posible, con excepción del fraude que desconoce.
Carolina, como si estuviera inmersa en una telenovela, lo escucha con
atención.
Él se sienta su lado nuevamente,
le toma las manos y, mirándola con la comprensión de un maestro a su discípula,
le dice:
_ Se nota que sos una persona sensible, Carolina, pero tenés que
aprender que esa cualidad es un arma de doble filo: esa cuerda espiritual es la
que te hará ganar el afecto de la buena gente, pero… ¡cuidado! Los "malos
bichos", como son estos dos y tantos otros que andan por el mundo, los
envidiosos del talento ajeno, los trepadores, los incapaces de dar afecto, los
egoístas, te detestarán por las mismas razones por las que los demás te
aprecian: tu espontaneidad, tu gracia, tu frescura y tu inteligencia. Te
preguntarás por qué; es muy sencillo: porque nunca podrán ser así y eso les
corroe las entrañas. ¿Y qué pueden hacer para no podrirse por dentro con toda
esa basura que llevan encima? Expulsarla. ¿Cómo? Envenenando a los demás,
haciendo correr rumores, viéndote sufrir. De eso se alimentan. Y si es alguien
sensible… ¡mejor! ¡Más se regodean y lubrican sus colmillos!
Carolina tiene la vista baja, fija en el café para ocultar una lágrima
que se le ha ido deslizando. Juan le toma el mentón:
_ ¿Qué es esto? ¡No, no, no! ¿De dónde sale este desánimo? ¡No, querida,
no! ¿Por dos estúpidos que no valen nada? ¡No valen la pena, no! ¡No les des
esa satisfacción! No estás sola ni indefensa, caramba. Está Miguel y Walter, y
yo…¡qué tanto! ¿Qué es lo que tienen ellos? De botella en botella y de cama en
cama en cama. ¿Estarías orgullosa de esa vida?
Una segundona que espera pasar a primer lugar y un cretino que cuando no
encuentra más inspiración en el fondo del vaso llora la carta de cuñado.
Carolina enjuga su lágrima y él continúa, dándole unas palmaditas en el
hombro:
_ ¡Ay, Caro, Caro! ¿Cómo crees que me recibieron a mí, con mi forma
"especial" de ser? Y no detrás de una puerta: frente a frente. ¡Ja!
¿Te imaginás con qué cara de asco me miró de arriba abajo el idiota ese cuando
me presentaron? Se notaba que quería
sacarse un zapato y aplastarme como a una cucaracha.
_ ¿Y qué hiciste?
_Nada. Bueno, en realidad le di la sonrisa más falsa que pude. ¡Ah!
Ahora me acuerdo de algo más: cuando me retiré… ¡ja, ja, ja! ¡Placer de los
dioses! Sin que Miguel se diera cuenta, como vi que seguía mirándome con esa
expresión de " a estos tipos habría que esconderlos", lo saludé con
la mano, exagerando mis movimientos y le tire un beso. ¡No sabés la cara de horror que tenía!
Rieron juntos de la situación, hasta que Juan giró el sillón de Carolina
hasta ponerla frente al espejo:
__Y ahora… ¿si jugamos un poco?