domingo, 28 de febrero de 2016


Después de tanto calor  ... ¡que lindo el regalo de un fin de semana agradable! ¿No les parece? Tanto que estoy escribiendo debajo de la higuera (sí, literalmente, no es una metáfora, estoy como doña Paula, a excepción del  tejido) de mi jardín en esta tardecita de domingo. En un rato acompañaré la vista del paisaje con una taza de té. No, no es que no sea autóctona: mate tomé pero más temprano.

Capítulo XXIX

A  la mañana siguiente, Walter y Miguel están en el refugio personal que el segundo tiene en la empresa, tratando de eliminar, no tanto la resaca, sino la tensión nerviosa de la noche anterior, con litros de café y persianas entrecerradas.
Hundido en su sillón, Miguel expresa:
_ Creo que lo más indicado sería despedirla. La verdad es que la impresión que causó el "broche de oro de la noche", contigo teniendo que sacarla literalmente a rastras hasta tu auto para poder llevarla hasta su casa…
_ Tampoco me parece muy elegante la salida furiosa de Alejandra juntando los restos de su peinado y su falda. Bueno, en realidad no recuerdo bien si era un jirón de vestido o u chal.
Miguel ríe y aporta:
_ ¡Y no olvides los zapatos en la mano!
Ambos vuelven a reírse y toman un sorbo de negrísimo café.
_ El problema _ continúa el representante _ es que los dos sabemos muy bien que no estaríamos castigando al verdadero culpable _ Y antes de que Miguel emita sonido, agrega _ Ya lo sé, ya lo sé...Nos tiene atados de pies y manos.
_ Quizás sugerirle unas vacaciones. Unas laaaargas vacaciones…
_ Es una buena idea. Pero no podemos permitirle a tu cuñado que esto le resulte totalmente gratuito.
_ ¿Qué sugieres?
_ Hablar seriamente con él _ al observar el gesto derrotista de Miguel, continúa _ Sí, ya lo sé: ese método nunca ha surtido mucho efecto en él, pero esta vez tendríamos que ser realmente enérgicos.
_ Pero mi hermana…
_ Debemos convencerlo de que esta vez no aceptaremos esa extorsión _ Walter lo nota dubitativo, así que se acerca a él en un tono más convincente _ Soy tu amigo, y me duele decirte esto, Miguel, pero no puedo permitir que siga manejándote así. Piénsalo: todos estos años indultándolo para evitarle sufrimientos a tu hermana, ¿en qué están resultando? : Ella en un centro de rehabilitación y él, como si nada, le agrega el plagio a su prontuario y cambia de amante. Hay que hacerle comprender que muchas personas dependen de esta empresa así que la próxima vez que su imagen se vea perjudicada por su comportamiento, no lo aceptaremos más como placebo de la enfermedad de tu hermana. Lejos de eso, sabemos que es el causante.
Dilucidados estos temas, se relajan en un silencio de casi media hora, hasta que Walter corta el aire con un comentario en tono casi adolescente, en parte para distraerse de tantas preocupaciones, en parte por curiosidad:
_ ¡Qué cambio el de Carolina! ¿Eh?
_ ¡Ah!.. Sí… _ responde su amigo, como volviendo de una larga ausencia.
_ ¿Cómo "sí"? ¿Nada más? Se notó que te había impresionado.
_ Bueno, no puedo negar que el aspecto exterior es importante en este negocio, pero es una colaboradora, y nada más. No me interesa cómo le quede un vestido de fiesta, sino que escriba bien.
_ ¡Epa, epa! ¡Qué reacción defensiva! Cuando hablamos de mujeres nunca te pones tan serio…y no escatimas entrar en detalles… ¿Qué pasa? ¿Tanto te impresionaron esos ojos verdes?
_ Son castaños.
_ ¡Ja! ¡Caíste! ¡Trampa, trampa, y caíste!
Miguel se levanta, fastidiado:
_ Walter, pareces un chico de secundaria.
_ ¡Peor te portas tú, que te estás sintiendo atraído y te preguntas cómo vas a huir!
_ ¿Atraído? ¿Qué disparates dices?
_ Fuiste a buscarla en limusina personalmente.
_ Está en una país desconocido, en un ambiente extraño, era su primera fiesta con nosotros…
_ ¡Ja, ja! Cuando vino Mister Melbourne de Estados Unidos, el año pasado, era la misma situación; peor, porque no conocía el idioma, y le mandaste el coche con un traductor. Vamos, vamos… continúa inventando excusas, amigo, que me gusta ver como patinas en piso enjabonado. Yo creo que te atrae, y, más que eso: te intriga _ y a pesar de los gestos de tedio del cantante, insiste _ ¿Y sabes por qué? Por que es la primera mujer que no se derrite ante ti, y que será capaz de ver al verdadero Miguel, no al galán de las melodías románticas.
Miguel sonríe y disimula el aguijón de duda que le han dejado clavadas las palabras del ensayista verbal de la psicología femenina.
Salen, preparados a enfrentar un día que se presenta muy difícil. Reciben la noticia de que Nélida  pidió excusas telefónicas y se hará presente después del mediodía, lo cual no los asombra, así que el trago amargo quedará para más tarde. En cuanto al tema de Néstor, deciden no esperar a que se presente, sino ir a su casa, aprovechando la ausencia forzada de su esposa, para hablar seriamente y con mayor intimidad.
La escena es breve, en partes, casi repetitiva: la pobre Lidia, angustiada por el problema de la señora; Néstor, despertado violentamente por los puñetazos de Walter en la puerta del dormitorio; y Miguel, en el comedor, recibiendo de Lidia (en honor a su insistencia y a los detalles de sus beneficios, más la perorata sobre los abusos del café), un té de hierbas.
Después de unos minutos, hablan los tres en el comedor. Miguel está entre preocupado y resignado, Walter disimula su ira en aras de la diplomacia que las circunstancias exigen y Néstor está fresco (después de todo el escándalo casi no le había dejado tiempo para beber la noche anterior), y bastante consciente de su situación. Al principio, como siempre, niega, alega locura en Nélida e inventiva exacerbada en Alejandra, pero cuando se da cuenta de que, por primera vez, su parentesco no le servirá de as en la manga, acepta, al menos en las formas, el trato.
La charla con Nélida tiene otro tono y el desenlace es muy diferente al que esperaban. Se presenta ella deshaciéndose en disculpas por su comportamiento, y recibe (también opuestamente a lo que pensaba), palabras de contención. En ese clima, Walter y Miguel, deslizan su sugerencia de unas vacaciones. Por unos segundos su rostro permanece incólume: ella sabe que es un despedido encubierto. En el trayecto de su departamento a la empresa, no la había dejado tranquila la idea de renunciar para evitar la vergüenza de las miradas y los comentarios cotidianos de pasillo, pero le parecía que era darle un placer inmerecido a su amante, así que lo había descartado. Al sentarse frente sus jefes, huele el despido inminente. Le duele profundamente la decisión, pero sabe que sería inconcebible salir sin costos de la denigrante situación que recordaba entre restos etílicos que le aprisionaban las sienes y gritos desmesurados en unos arbustos. Para sorpresa de sus interlocutores, no hay llanto ni escenas de súplica. Respirando profundamente, dibuja una amplia sonrisa y en tono casi jovial, les asegura que es justamente lo que iba a solicitar.
_ ¡Qué sabia sugerencia! Bueno… yo sabía que no podía esperar menos de ustedes. Realmente, creo que es lo que me hace falta hace tiempo. Van a ver que cuando regrese seré una mujer nueva y más eficiente.
   _Jamás tuvimos quejas de tu trabajo _ se apresuró a aclararle Miguel.
   _ Sí, sí, lo sé: seguramente ese en mérito a eso que no toman una medida más drástica… no crean que no se los agradezco. Pero les repito que los compensaré… trabajaré mucho. Mucho.
Agradecidos de haber salido airosos de dos momentos difíciles, cuando se retira Nélida (con un abrazo, de tanto entusiasmo fingido), cantante y representante se disponen a diseñar una estrategia para recuperar la respeto que han perdido ante los colaboradores de la empresa con el desafortunado incidente. ¿Aclarar las cosas? ¿Dejar que corra agua bajo el puente?
De repente, Miguel recuerda que ya promedia la tarde y no se han comunicado con Carolina desde la noche anterior, así que además de confundida con la imagen del lugar donde trabajará, no sabrá cuál será su tarea ese día. Deciden que nada se hará hasta el otro día, así que Miguel toma el teléfono. Walter no puede dejar pasar la oportunidad:
_ ¿Le avisas tú mismo?
_ Al menos por hoy no tengo secretaria… ¿o no has visto que acaba de irse?
_ Hay otras empleadas. A mí mismo podrías habérmelo pedido. No me engañas: quieres saber de su misma voz cómo ha reaccionado a lo de ayer. Por otro lado, después de la imagen que le dio la primera de nuestras fiestas, ¡quién sabe  lo que piense!
_ En realidad, sí: estará pensando: "¿Dónde me he metido?"
_Precisamente, por simple cortesía, lo menos que puedo hacer es telefonearla personalmente.
_ Claro: cortesía… cortesía _ repite socarronamente Walter al retirarse.

Miguel se limita a sonreír y mover la cabeza. Sabe que su amigo no tiene remedio. Y comienza a preguntarse si él lo tiene.

domingo, 21 de febrero de 2016


Capítulo XXVIII

El interior de la limosina huele a una mezcla envolvente de la fragancia floral de Carolina y la varonilmente áspera de Miguel. Tanto que, por primera vez desde que lo conoce, ella siente en sus piernas esa trémula punción que una mujer experimenta cuando ve al otro, ya no como un prójimo cualquiera, o un amigo, o un familiar, sino como a un símbolo masculino. 
Carolina nunca ha soñado con un príncipe azul, ni en su niñez, ni en su adolescencia, como la mayoría de sus amigas en su pueblo. Ni siquiera había diseñado su hombre ideal, porque al apoyar la cabeza en la almohada, sus imágenes eran viajes, libros, amigos… y una libertad que no parecía coexistir con una estructura familiar tradicional. Después de algunas relaciones breves con las que no había alcanzado ni a remontar el barrilete de las ilusiones de pareja, había llegado Ricardo. Después de un tiempo de conocerlo, el amor había sido inevitable: tan dulce y tan fuerte a la vez, respondía a un retrato que no había dibujado. No había tenido tiempo ni intención de soñarlo: allí estaba, directamente en la realidad, sin haber pasado por la estación del proyecto, en el modelo de carne y hueso sin el sopor de la fantasía. Así que ella no estaba familiarizada con las nubes de ensoñación más allá de sus poesías.
Con esa falta de experiencia, no resulta extraño que no tenga la más mínima idea de lo que pregunta y responde a su futuro jefe y sorpresiva pareja de la noche, durante el deslumbrante trayecto hacia la fiesta. Si apenas puede  conseguir hilar algunas palabras coherentes para no dejar a Miguel hablando solo, no se imagina deambulando entre los demás en la fiesta. ¡Juancito! La única salvación es Juancito: no iba a apartarse de él más que para ir al tocador. Después de todo, la culpa la tenía él. ¿Para qué vestirla así? La Carolina anterior hubiera pasado desapercibida, casi invisible. Pero… después de todo… ella casi se lo había pedido. No con palabras, pero con la cara de tristeza del día anterior después del comentario de Nélida.
_ ¿Así que esta transformación fue idea de Juan? Para mí no te hacía falta, pero… no puedo negar que el efecto es extraordinario _sigue hablando Miguel, mientras le señala edificios importantes bajo las luces de México, le ofrece algo de tomar y le asegura que no tiene  por qué ponerse nervios. Ha ido a buscarla personalmente porque le ha parecido lo más prudente para demostrarle su apoyo.
Carolina sigue sonriendo, agradeciendo y haciendo comentarios diplomáticos hasta que llegan.
Bajan en la estupenda mansión de Jorge Díaz. La brisa con olor a pino hace que su vestido le roze las piernas, y su frescura, al chocar con su rostro, le despeja la mente. Miguel le ofrecie el brazo y ella no pude evitar las observaciones asombradas de los presentes. Sin embargo, para su propia sorpresa, cada susurro, cada sonrisa, cada expresión de soslayo, no la amedrenta, sino que parece añadirle un destello más a su mirada. Las palabras de su compatriota peluquero estabán surtiendo efecto: esa es su noche para ser Cenicienta, y en su poder está la decisión: disfrutarla o sufrirla. Y  ha decido gozarla.
Miguel la presenta a cuantos se acercan a saludarlo. Carolina es desprendida con suavidad de la compañía de Miguel por la esposa de Joge Díaz, quien quiere acompañrla en un recorrido. En cuanto puede, empezieza a buscar con la mirada a Juan. En su búsqueda, no es a él a quien encuentra primero, sino a Nélida. Carolina no es vengativa, pero de haberlo sido, se hubiera regodeado en la escena: la secretaria vegetaba en un rincón, apoyada contra la pared, con una copa en la mano y un lamentable cóctel  de envidia, resentimiento y soledad en su expresión. No es sólo por el éxito que puede profetizar en la nueva autora, sino toda esa tarde, y casi toda su vida que le iban pasando en una visión borrosa. Hace cinco horas, en la oficina, han vuelto a discutir agriamente con Néstor: después del desagradable incidente en el que han descubierto su engaño con las letras de Carolina, y él le ha prometido venganza por traidora, han cruzado unas pocas palabras con su extraño regreso: el anuncio de su reincorporación, telefónicamente, y las críticas a Carolina. A ella le había extrañado que no le recriminara nada, si bien su mirada tenía una aguja de desdén, pero esa tarde se había encendido otra vez la mecha de las recriminaciones. Ella está segura de que, por sus condiciones, su esposa no asistirá esa noche a la fiesta, pero lo que no esperaba era  que llegaría descaradamente con la despampanante Alejandra, y aunque, por discreción ante Miguel simulan no estar juntos, charlando con diferentes grupos durante la reunión, se había percatado de los furtivos roces de manos y de una escapada al parque, por más que intentan hacerla parecer casual.
Ajena a todo esto, Carolina la saluda y va a refugiarse junto a su reformador:
_Vos sos una belleza _ le dice él, y agrega, con tono humorístico _ y… bueno… para qué pecar de modestia… ¡yo soy un artista!
_ Sí, artista, artista… pero a ver cómo me sacás de esta: yo que quería pasar desapercibida y Miguel me tiene de presentación en presentación.
_ Bueno, querida: esta es la prueba de fuego, así, a aguantar un poco, mi amor. Además, escucháme: no lo tomés así, tan formal. Relajáte, tomá algo, comé que hay unas delicias _ se lleva los dedos a los labios para besarlos, y cuando te presenten a alguien, simplemente sé vos misma. Vas a ver que todo sale genial.  ¡No te preocupes! Dentro de dos horas toda esta gente habrá tomado tanto, que si cometes alguna tontería, mañana nadie se acordará de nada.
De manera muy sutil, Juan toma dos copas de la bandeja que trae un mozo, le da una a Carolina y la lleva al punto neurálgico: el círculo donde están los productores que trabajan con Miguel. Como todos están interesados en sus nuevos proyectos, ella les cuenta con sencillez, y cada vez con mayor confianza, sus ideas y los temas que le parecen adecuados para el repertorio de Miguel. De pronto, para darse valor, Carolina se imagina que esos ojos que la miran son (aunque bastante más sofisticados, por supuesto), los de sus alumnos, y que, como a estos tiene que usar una estrategia para "vender" el tema que dará, y se va soltando.
Una hora más tarde, mientras Juan la mira desde lejos, se le acerca Miguel:
_ ¡Pobre Carolina! Será mejor que vaya a salvarla de esos viejos aburridos que no saben hablar más que de ganacias y pérdidas.
_ Espera _ lo detiene Juan _ Obsérvala… ¿te parece amedrentada?
Es cierto: Carolina está haciendo reír a carcajadas a los "viejos aburridos", con sus anécdotas escolares, como la del alumno que le contestó que en la obra "Romeo y Julieta" la protagonista había muerto por comer una manzana envenenada.
_ ¿No serás tú el que está teniendo miedo? _ interroga el estilista.
Miguel no tiene tiempo de responderle, porque lo interrumpen unos gritos en el parque, y sigue al dueño de casa cuando lo ve salir.
Allí se encuentra con una escena vergonzosa: Nélida, completamente ebria, increpando a viva voz a Alejandra, mientras Néstor, visiblemente avergonzado, trataba de calmarla.
El primero en llegar al arbolado lugar es el anfitrión. Néstor se vuelve a él para explicarle la situación y rogarle la mayor discreción, pero dejar de interponerse entre las dos mujeres fue un error: Nélida aprovecha la ocasión para empujar violentamente a la voluptuosa pelirroja, que, al principio, trata de conservar la propiedad para parecer civilizada y, cuando sus nervios no lo soportan más, opta por emprender la retirada. Cuál no sería su sorpresa al sentir que, al dar la espalda la despechada para dirigirse al interior de la mansión, esta la jala de los cabellos para volver su cara y estamparle una sonora bofetada. Alejandra no ha entrado en la empresa por su abolengo ni educación. Apenas había aprendido a simularlos, así que, primero trata de desprenderse de la presión física sin atacar, pero como su contrincante no cede demostrando que su condición de bebedora podía medrarle la coordinación pero no la fuerza, comienza a lanzar aspamentosos golpes.
Jorge y Néstor tratan de separarlas y Miguel y Walter atraviesan el sendero de lilas a largos trancos que hubieran espantado al jardinero, mientras las luchadoras han bajado tanto el nivel de ubicación protocolar que se rasgan sus carísimos vestidos.
A estas alturas, la mayoría de los invitados están observando, ya desde el parque, ya desde los ventanales. Entre ellos, Juan y Carolina.
_ ¿Y vos estabas preocupadas por la impresión que ibas a causar? _ le dice  el estilista, tentado de risa, a su asombrada interlocutora _ Ahora ya sabemos cuál va ser el tema excluyente mañana.

Otro domingo ...otros dos capítulos



Capítulo XXVII

Carolina está frente a un espejo otra vez, pero no el del cuarto de Juan, sino de un elegante salón de belleza. Juan y su amigo conversan animadamente mientras levantan, bajan, estrujan y sueltan el cabello de la joven. Ella se limita a mirar alternativamente las revistas de cortes y colores que le han colocado sobre la falda y el reflejo que tiene en frente, temiendo en que vaya a convertirse en una completa extraña. Cuando trata de intercalar algún bocadillo que exprese su opinión, le responden sonrisas y movimientos de asentimiento con la cabeza, así que, acaba por darse cuenta de que su imagaen futura no está en sus manos. ¿Resistirse? No parece un camino posible. ¿Preocuparse? Un gasto inútil de energía. ¿Confiar? Parece lo más cómodo, aunque quizás después tenga que pagar un precio.
Una vez que se decide por la confianza, su mente queda libre para vagar por las bolsas de sus compras: Juan la había llevado por todos sus negocios de confianza con el objetivo de
 " reinventarla". Carolina le había aclarado que no quería un cambio radical, porque no deseaba asustarse con los resultados. Así pues, Juancito le había explicado su teoría sobre "cómo cambiar y seguir siendo la misma" y "descubrir la esencia interior" para "sacar la mujer que tenía dentro", de tal manera que ella no terminaba de entender cómo había estado viviendo tanto tiempo con alguien adentro sin darse cuenta, pero le daba cierta idea de aventura que hacía tiempo que estaba necesitando. La imagen en el espejo el día de su llegada la había hecho tomar conciencia de eso. Además, su situación actual, con esa mezcla de magia y realidad, era el marco perfecto para la transformación. Si se dejaba estar, si regresaba a la Argentina sin hacerlo, ya no lo haría. Así que, Juan tenía carta blanca.
Entre estos pensamientos, las conversaciones con el amable personal y los cafés, Carolina fue pasando por tijeras, champúes, baños de crema, colores, lámparas, cepillos y secadores, casi sin darse cuenta. Al final, hasta ella misma estuvo conforme con el resultado: sobre la base de su natural castaño oscuro, jugaban unos discretos mechones cobrizos, que le daban brillo a la cabellera y vida a su rostro. Su melena ostentaba unas ondas casuales, que no llegaban a ser rulos, pero le daban movimiento, el cual se veía acentuado por los contornos rebajados. Si bien la sonrisa de Carolina y el aplauso de su amigo eran alicientes innegables para su "obra de arte", Juan necesitaba más, así que, convenció a Carolina para que aceptara todos los consejos, demostraciones y artículos que la maquillista del salón le prodigó entusiastamente.
Ya tenían un arsenal preparado, y, según palabras de su mentor, sólo había que esperar a que se presentara ocasión de batalla para desplegarlo. Carolina se aterrorizaba de sólo pensar que, aunque fuera por unos minutos, sería el centro de atención. En atención a eso le había pedido a Juan que le permitiera presentarse por partes: esa tarde, todos notarían el cambio en su cabellera, así que podía dejar el maquillaje para alguna ocasión especial y el vestuario para más adelante. Juan había aceptado, sin saber que el destino iba a favorecerlo: esa tarde se hicieron los acuerdos legales como se había pactado y todos notaron el cambio de Carolina, pero la oportunidad deseada se presentó  allí mismo, con la invitación de todos a la celebración del cumpleaños de Jorge Díaz, el colaborador en composiciones. Era en su amplia residencia y nadie podía negarse. Miguel expresó a Carolina su satisfacción por ese evento, ya que le parecía el momento y la forma perfecta de incorporarla, no sólo a las labores, sino a la confraternidad del equipo.
Al llegar al hotel, Carolina se sumerge en la bañera con agua tibia y esencias relajantes (¡qué rápido se acostumbra uno a lo placentero!) y piensa en lo que le ha sucedido ese día: el contrato no la preocupaba. Esa mañana, entre una compra y otra, se había comunicado con su abogado y él, que ya había recibido y leído el contrato, le había dado el visto bueno. En cuanto a su nueva apariencia, la inquietaba, pero no de una manera negativa, sino en la forma de expectativa. Era otra cosa lo que la preocupaba: pensaba y repensaba la conversación que había tenido con su novio esa tarde. ¿Hasta cuándo seguir mintiendo? ¿Cuándo dejaba de ser una protección saludable y se convertía en una falsa mentira piadosa? Nunca le había ocultado nada a Ricardo, y le costaba imaginarse que él pudiera mentirle alguna vez. La situación comenzaba a parecerle desagradable. Por lo tanto, abandonó la bañera cuando la textura rugosa de su piel le advirtió que era el momento, con la resolución de contarle todo
la próxima vez que hablaran.
Aún resonaban los "te extraño, pero me alegro de que hayas podido hacer este viaje", el "que lo pases bien" y "cuidáte", con la voz de Ricardo en esa entonación melodiosa que trataba de ocultar su tristeza para no amargarla a la distancia ni hacerla sentir culpable por su "abandono", cuando desbarató los cosméticos en el tocador y las prendas sobre  la cama.
Pero muy pronto el teléfono la saca de su abstracción. De la recepción le dicen que hay un caballero que ha venido a visitarla. Carolina deja entrar a Juan (impecable y hasta casi tentadoramente masculino en su esmoquin) que, conocedor de las peripecias humanas, especialmente de las femeninas, imaginaba que la chica estaría sufriendo un severo caso de indecisión y buena falta le harían unos consejos, así que había decidido ponerse su traje imaginario de Superman (aunque se identificaba más con el de Mujer Maravilla) y acudir en su ayuda.
Al entrar en la habitacióncapta la situación antes descripta. Sin dar un minuto de ventaja al pánico, Juancito tomamel tubo y llama a su amiga la maquilladora, mientras hace que  Carolina se pruebe una por una las prendas que tiene y niega con la cabeza o con el dedo índice cada vez que ella sale del vestidor.  Un vestido largo con un tajo mediano en la pierna derecha, ni muy escotado ni muy cerrado, de color lila con aplicaciones de strass que forman flores muy delicadas, es el afortunado que recibe su aprobación. Carolina está muy contenta,  y más aún, agradecida de haber hecho caso a su maestro al comprarse zapatos y cartera plateados, aunque esa mañana le habían parecido pretenciosos e innecesarios. Por su condición económica, su sencilla manera de ser y los eventos sociales a los que solía asistir, hasta ese momento, el marrón y el negro habían sido sus comodines en marroquinería.
Juan la hizo sentarse en el tocador para el paso siguiente: el peinado. Ella no se había percatado, pero su cuello largo y fino, merecía lucirse, así que su amigo la convence de un peinado alto. Terminado éste, Carolina  se da cuenta del buen efecto que las máscaras faciales de esa mañana han surtido en su cutis, tan alejado de la expresión cansada del día de su arribo a México. Ahora es el turno de Aurora, la maquilladora que ha llamado Juan. Ni bien llega la simpática cubana pone manos a la obra. Sin embargo, mientras prepara sus innumerables brochas e inspecciona lo que Carolina ha comprado, les hace una observación en la que, ni transformador ni transformada habían reparado: las joyas. ¿Qué hubiera sido de Cenicienta o de Mi bella dama, o cualquiera de los productos de la magia pigmaleónica sin un cuello bien adornado, y los lóbulos y las muñecas desnudas?
Juancito sale corriendo con una breve explicación:
_ Tengo amigos en el teatro.
Está de regreso al tiempo que Aurora da fin a su labor estética. Le pide a Carolina que cierre los ojos mientras rodea su escote con un collar de cristal de roca y atraviesa lentamente los orificios de sus lóbulos con los pasantes de los aros de la misma piedra. La ansiedad de la joven es insoportable cuando siente en su muñeca derecha el roce de un brazalete.
Cuando abre los ojos se impacta. Parece que tiene los ojos más grandes, las pestañas más largas, la boca más sensual. ¡Y el brillo de ese collar y esos aros! El destello le ilumina el rostro.
Aurora y Juan están más que satisfechos. La hacen pararse y dar una vuelta para lanzar sus impresiones:
_ ¡Hermosa!
_ Sobria pero impactante.
_ Moderna pero con estilo.
_ Ingenua pero con una chispita diabólica.
_ Suave pero con cuerpo.
A estas alturas Carolina no sabe si están hablando de ella o catando un vino.
_Pero, chica, a ver, lo más importante _interviene Aurora _ ¿Cómo te siente' tú?
    _ Yo…yo… _ musita Carolina mientras echa miradas alternadas a su imagen de carne y a la de cristal _ siento…siento… ¡Que brillo!
Juan y Aurora rén.
_ Siempre has tenido ese brillo, Carolina_ dice Juan, tomándola de los hombros.
_ Nosotros sólo lo sacamos fuera, chica_ agrega Aurora  _ Ahora es tiempo de que todos lo vean.
Cuando Juan le ofrece el brazo para salir, ella le pide un minuto y corre a la caja de seguridad de su habitación para extraer un estuche. Lo abre y les muestra un anillo con una purísima aguamarina.
_ Ya sé que no combina con el resto, Juancito, pero dejáme llevarlo, por favor. Era de mi abuela y es muy importante para mí.
_ Pero… si tanto lo apreciás, ¿cómo te animaste a traerlo en el viaje? ¿Y si te lo robaran, o lo perdieras?
_ No lo puse en la valija. Lo llevé en mi bolso de mano y no lo descuidé en ningún momento. Lo uso en momentos especiales, y no quería que una de esas ocasiones me sorprendiera sin él. Y, ya lo ves, mi instinto no me engañó.
Ante ese pedido, aunque no le parece prudente, Juan no sólo accede a que lo lleve, sino que él mismo se lo coloca.
Aurora guarda su arsenal y les asegura que hacen una pareja perfecta, lo que vale el cómico comentario de Juan:
_ Mmm… faltaría una tiara… Para mí, por supuesto.
Todavía están riendo de la ocurrencia cuando suena el teléfono. La recepción le avisa que ha llegado una limosina del señor Saberia a recogerla. Carolina, sin querer ser descortés, pero por lealtad a su amigo, responde que lo agradece mucho, pero ya tiene cómo trasladarse. Juancito le arrebata el auricular:
_La señorita ya baja. Muchas gracias _ corta y se vuelve a Carolina_ ¿Estás loca mujer, o se me fue la mano con el fijador que te puse para que el peinado te dure toda la noche? No te preocupes, yo vine en mi coche y en él puedo llegar. Cenicienta tiene que llegar en un hermoso carruaje, no en una mula.
_ Pero, Juan, vos te tomaste tantas molestias…  Bueno, ya sé: vamos en limosina, pero los dos. Al regreso pasás a buscar tu auto por acá. Vos vas conmigo.
_ Yo te escolto hasta la calle, para que todos los hombres me envidien, pero ahí terminó mi misión. Después nos vemos en la fiesta.
_Pero, ¿voy a llegar sola? ¡No, no, Juan! Yo entro de tu brazo ¿No le creés a Aurora que hacemos una pareja ideal?
_ Sí, mi amor, sí. Pero lo ideal no existe, y lo que vas a vivir a partir de hoy va a ser real. Además… tres son multitud.
_ El chofer no cuenta.
_No es a él a quien cuento. Tengo un pesentimiento y a mí esta _ se señala la nariz _ no me falla. Vamos, no discutas que te arrugás.
Carolina se resigna y busca su bolso, mientras Juan le susurra algo al oído a Aurora. Esta, al oírlo, se apresura a tomar un rociador del tocador.
_ ¡Momento! _ toma a Carolina del brazo_ ¡El toque final!
Carolina cierra los ojos instintivamente mientras cae sobre su cuello, escote y muñecas una lluvia de perfume.
Atraviesa el corredor del piso, va en el ascensor y flota por el loby del hotel sin ver casi, aferrada al brazo de Juan, sintiendo miradas que no conoce.
Junto a la puerta de la limosina, Juan le aprieta las manos y le susurra:
_Todo va a ser maravilloso.
Él va hacia a su auto y el chofer de la limosina abre la puerta. Ante su sorpresa, sale una mano extendida. Por un segundo piensa que han enviado a Walter o a Roberto, pero al entrar se da cuenta. Ha tomado una mano, unida a un brazo enfundado en elegante traje, y un impecable corte de cabello que deja al descubierto un cuello viril .Su mirada sigue subiendo hasta encontrar unos ojos y una boca que le sonríen, le dan la bienvenida a bordo y le dicen que está bellísima.
Es Miguel Saberia.


domingo, 14 de febrero de 2016


¡Ay, ay, ay! Promesas de político en campaña las mías. Y sí: había prometido (y me lo había propuesto como disciplina, les aseguro), publicar todos los domingos y el pasado no lo hice. Es que ... estoy yendo al parque caminar para bajar unos kilitos porque aunque me cuide en otras comidas el helado... ¡ME PUE-DE! (seguro que algún seguidor me va a lo entender). Fui ese domingo pero el calor me mató, porque la temperatura no había bajado aunque eran las 8 de la noche, así que hice una vuelta y media, me senté para descansar como para tomar impulso y el único impulso que llegó me empujó al auto de regreso a casita con el oasis del aire acondicionado. Finalmente: ni el pan, ni la torta: no me ejercité ni publiqué. Mi intención era compensarlo en el transcurso de la semana, pero ya entré en el estrés pre- casorio (sí, me caso el 18 de marzo con un mártir que se arriesga a compartir su vida conmigo) y aunque va a ser algo sencillo, sin recepción, cuando no estoy planificando, estoy preocupada por la relación entre lo que planifiqué y el tiempo que queda. Y... soy virginiana. Para resumirlo: ¡Ahhhhhhhhh!.
Bueno, al final estoy haciendo más novela de mi historia que de la que venimos transitando. Es que, a esta altura, aún a los que no conozco, los considero mis amigos. Espero que les guste. ¡Bye!

Capítulo XXV

Al día siguiente, Miguel sale del ascensor, rumbo a su oficina, con rasgos innegables de agotamiento y preocupación. A Nélida le extraña su saludo apagado y lo sigue a su oficina para averiguar el motivo de tanta pesadumbre. Su jefe es muy escueto: le dice que su hermana fue internada la noche anterior a causa de un repentino problema respiratorio y él estuvo acompañándola, así que no había podido ni siquiera ducharse y llevaba la ropa del día anterior. Posiblemente pudieran darle de alta ese mismo día. Había sido sólo un susto: si guardaba reposo y controlaba sus nervios, los médicos eran optimistas. Nélida se abstuvo de preguntar dónde estaba Néstor, pero sospechaba que no había señales de él. Lo que no sospechaba era que la historia que le acababa de relatar Miguel no era exactamente fiel a la verdad: era cierto que  la hermana de Miguel estaba internada, que después del llamado de la noche anterior él había tenido que salir raudamente, y que había pasado la noche velando su sueño. Pero las causas no eran para ventilarse frente a cualquiera.
Minutos después, llega Walter, también con la preocupación surcándole el rostro. Él sí sabe la verdad, porque después de la llamada de Alicia, desde su coche, Walter le telefoneó para ponerlo al tanto de la situación: Al ser despedido con tantas evidencias en su contra, Néstor había ido directamente a su casa a hacer una escena frente a su esposa, diciéndole que estaba seguro de que Walter lo odiaba y le tenía envidia, Por eso había fraguado toda una situación para que Miguel pensara que era un tramposo. Mientras hacía una valija y le explicaba, con fingida indignación, que él no podía seguir perteneciendo a una familia que no le tenía confianza, ni lo defendía, ni lo respetaba como él se lo merecía, Alicia lloraba e imploraba infructuosamente. Sin hacer caso de los sentimientos de su mujer, Néstor había subido a su coche con rumbo desconocido, prometiéndole que regresaría en unos días para recoger el resto de sus cosas y hablar más tranquilamente. Ya desde la ventanilla, le había quedado tiempo justo para la escena de " no sabes cuánto te quiero, y cuánto me duele que nuestro amor se vea afectado por el proceder injusto de terceras personas".
Cuando Alicia llamó a su hermano, el llanto le cortaba el aliento. Lo único que Miguel entendió fue la preocupación porque su esposo no regresara nunca, sus deseos de no vivir más y las palabras claves "alcohol" y "sedantes", que lo arrancaron de su oficina con horribles pensamientos, hasta la casa de ella. Así era: al llegar, la desesperada Lidia estaba a punto de llamar a la policía porque la señora no quería abrir la puerta de su habitación. Cediendo a los ruegos de su hermano, Alicia había abierto la puerta, pero la mezcla fatal ya estaba invadiendo su cuerpo, así que, después de pedirle a Lidia que llamara una ambulancia, comenzó la angustiosa tarea de mantener a su hermana consciente. Después. el trayecto hasta el hospital, sosteniendo su mano, tratando de interpretar las palabras que salían de su boca, aún cruzadas por las lágrimas. Mientras le lavaban el estómago, el corazón de Miguel se revolvía de impotencia: ¿De qué le servía ahora la fama y los discos de oro? ¡Si con ellos hubiera podido ayudar a Alicia en sus frecuentes depresiones!
Walter está en desacuerdo con su amigo. De ninguna manera desea contratar al fraudulento autor nuevamente, pero… ¿cómo decírselo en ese momento?
_ Es lo que me pidió mi hermana, Walter. No puedo sacarla de esa clínica sin asegurárselo. Me hizo prometérselo. No comenzará ningún tratamiento de recuperación si su marido no regresa.
_ Sabes cuánto te aprecio _ responde Walter, conteniendo su ira y tratando de sonar comprensivo_ y que tu familia ha sido la mía todos estos años, así que… ¿puedo hablar como un hermano?
_ Lo eres. Habla.
_ ¿No crees que la recuperación de Alicia se basa en la desaparición de ese tipo, y no en su presencia?
_ Eso podemos opinarlo tú y yo, amigo, porque estamos sanos. Ella, no.
_Pero, ¿qué lograrás con traerlo de vuelta? ¡Otra vez a las mentiras y las infidelidades! Y de nuevo Alicia a la bebida. _Miguel está por hablar, pero Walter continúa_ Es doloroso, pero hasta que no lo admita, no podrá recuperarse. ¿O esperarás a que lo intente otra vez y no llegues a tiempo?
_ Lo sé. Pero ella no dará el primer paso si no le aseguro que volveré a contratarlo. Una vez que ella mejore, ya irá comprendiendo que ese hombre no le conviene.
_ Lo que intentas decirme es que, para curarla de su adicción a este sujeto, hay que mantenerlo cerca.
_ Suena ilógico, pero…
_ No, no, no _ Walter mantiene la suavidad de la voz, para no agravar la firmeza de sus palabras_ Es ilógico.
_ No entiendes.
_Porque no tengo hermanos. ¿Es lo que ibas a decir?
_ No, no es eso. Es que no estás en la situación.
_Te equivocas, amigo. Estoy en la situación, trato de ponerme en tu lugar, y es por eso que no comprendo cómo alimentar una relación enfermiza puede ayudar a solucionarla.
Miguel está pensativo. Unas sombras azules navegan en sus párpados cuando le pregunta a su representante:
_ Si lo hago regresar a él, te perderé a ti, ¿verdad?
En esa duda se arriesga el futuro de su relación. Miguel sabe que Walter es un hombre de carácter y de fuertes principios, así que no le gustará que su opinión sea despreciada. También sabe que llamar a su cuñado tendrá un costado humillante, aunque traten de disfrazarlo. Pero la imagen de su hermana la noche anterior, es más fuerte que todas estas especulaciones.
Es cierto, Walter es un hombre firme. Pero más que eso es un amigo, y el ver a Miguel, con quien ha pasado buenos y malos tiempos, desde que era un chiquillo que no sabía manejar su voz hasta el éxito, sumido en ese abatimiento, lo hace ver, no a la estrella, sino al hombre. A un hombre que no puede elegir entre la integridad de su orgullo y la justicia, y los sentimientos del último familiar de sangre que le queda.
_ Si fuera tu representante, me iría.
_ Y tendrías razón.
Walter detiene sus palabras con un gesto apaciguador de sus manos.
_ Pero al amigo no le importa tener la razón, sino no acompañarte en un momento difícil.
Miguel se alegra, lo abraza y le da las gracias. En su emoción, comienza a hacer promesas alborotadamente:
_No te preocupes: le pondremos límites, apenas podrá participar, se le hará firmar un contrato muy específico, para que sepa que sólo cubrirá las apariencias.
_ Y no olvidemos _agrega su  representante _ que es importante esconder cualquier apariencia de desacuerdo ante Carolina. Es nueva en esto y un ambiente de tensión sería muy perjudicial para su trabajo. Habrá que encontrar la manera de hacerle entender a él que deberá ser amable con ella, mal que le pese. Y como la única forma en que funciona Néstor es con amenazas…
_ ¿Lo convencemos de que ella ha sido más que considerada al no iniciar un juicio por plagio?
_ Exacto. Esta vez hay que abarcar todas las posibilidades y no dejarle a él la más mínima para que nos cause problemas.
Suena el intercomunicador. Es Nélida, quien le recuerda a su jefe que ya ha salido el carro a buscar a Carolina.
_ ¡Es cierto, el almuerzo para presentarla!
_Ayer saliste tan apurado, que no pude preguntarte dónde querías que hiciera las reservaciones _prosigue la secretaria.
_ ¡A estas alturas, ya no conseguiremos lugar en ningún sitio respetable!
_ Bueno, si me disculpas, me tomé una libertad_ dice ella_ Ya que es para presentarla con el equipo de trabajo, y dijiste que no querías que fuera algo muy formal porque la joven parece tímida, se me ocurrió organizar todo aquí, en la sala de reuniones.
_¡Perfecto, Nélida! Gracias.
_Buena idea la de Nélida, especialmente porque en nuestro estado de ánimo, un restorán conocido no sería lo más apropiado. Además, no tendrá que presenciar el asedio de tus admiradoras.
_ ¡ Ah! Con respecto a eso… no imaginas lo que recordé en mi noche de vigilia.
_ Yo sabía que la había visto.
_ ¿Y bien?
Mientras se dirigen a la sala de conferencias, Miguel le relata el extraño episodio, y ambos ríen. Al notarlo un poco más repuesto, su amigo le aconseja.
_ Escucha, Miguel, pero, ¿te has dado cuenta de que llevas el mismo traje de ayer?
_Es cierto _ se palpa el rostro sin rasurar _ ¡Dios! Debo de lucir fatal. No había tenido tiempo ni de pensarlo.
_ ¿Por qué no vas a tu cuarto de descanso, te duchas y te rasuras, mientras mando buscar ropa para ti?
_ No te preocupes, siempre tengo algo aquí por si acaso. Si me retraso, ten la bondad de hacer las presentaciones.
Walter se detiene en la sala de reuniones y Miguel gira en el pasillo hacia su cuarto especial.
Al ingresar, Carolina está conversando con un personaje muy singular de la firma: Juan. Juancito, como lo llamaban todos. Juancito también es argentino, así que el invitarlo había sido una buena estrategia. Y no sólo eso: era un ser realmente especial. Desde luego, su apodo no era el de ningún empresario, ni músico, ni inversionista. Él era el maquillador y vestuarista, el que había cambiado, a pedido de Walter, la imagen de Miguel de un adolescente superficial, a un cantante adulto y romántico, pero a la vez varonil.
Es la primera vez que ella siente que "entra" a la empresa y este coterráneo es tan simpático que la hace superar la sensación de mariposas en el estómago. Es que Juancito no es  un homosexual histérico: sus preferencias amorosas son conocidas en el ambiente, pero nadie bromea con ellas, porque, más allá de ciertos rasgos femeninos en su voz y algunos de sus gestos, su forma de vestir es no convencional, pero no ridícula. Más, sobre todas las cosas (y este rasgo debe de ser el que da esa tranquilidad a Carolina), es sincero. Y esa cualidad es, en ese ambiente, una perla en las profundidades. Y eso lo sabe hasta ella.
Carolina presiente que sus deseos de ayudarla son auténticos y lo escucha como en una ya presentida amistad, cuando el le dice:
_ ¿Nerviosa, no? ¡No te preocupes, mi amor! _ le dice, reteniendo sus manos_ ¡ Si lo sabré yo! ¡Si me hubieras visto, hace quince años, cuando llegué aquí! En comparación, tú estás hecha una reina. ¿Has notado cómo se te "pega" el tú de tanto escucharlo? Y yo estaba en peores condiciones que tú: cansado de los avatares de nuestra patria y de problemas familiares acarreados por mi "especial" forma de ser, junté mis ahorros y caí, casi en paracaídas, aquí, donde vivía una tía que me quería mucho, a probar suerte.
_¿ Y dónde comenzaste? ¿En algún salón de belleza importante?
_ No. Aunque no lo creas, en nuestro país, además de peluquero, yo era profesor de Historia. Así que, por eso comencé, pero, desde luego, tuve que preparar las reválidas de las materias que se dan aquí. A sí que, de mañana trabajaba en una escuela para niños, para ayudar a mi tía con los gastos, y de tarde cursaba en la facultad. Hasta que, un día, un compañero de estudios que trabajaba en un salón de belleza, me pidió que pasara por allí para recoger unos apuntes. Yo  había trabajado en varios en Argentina, y había hecho cursos de moda, pero nunca en lugar tan completo. De una manera informal pero muy acertada, mi amigo no sólo les aconsejaba cuál sería su mejor apariencia, sino que las escuchaba. Comencé a aparecerme por allí con mayor frecuencia y así me di cuenta de que Roberto, mi condiscípulo, iba convirtiéndose, gracias a su dedicación y a su conocimiento de la psicología humana (¡no sabes cuántas cirugías estéticas les evitó a las mujeres que estaban despechadas por el abandono en pos de una jovencita!), iba escalando posiciones. Fuimos haciéndonos amigos. Así fue como me comentó sus aspiraciones: el dueño estaba cansado; quería retirarse pero ninguno de sus hijos quería continuar con el negocio ("¡Esas cosas no son para hombres, papá!"), así que, con sus ahorros de años, iba a hacerle una oferta para comprarlo. El propietario se la vendió, aunque sabía que lo que Roberto podía pagar al contado era menos de lo que valía, pero en atención a su arduo trabajo, a que las clientas pedían exclusivamente su atención y a que, con el paso de los años, le había sido de más ayuda que los hijos de su sangre, se la entregó, dejando el resto a pagar en cuotas irrisorias.
_De modo que tu amigo se transformó en el dueño.
_ Así fue. La buena fama que había comenzado a hacerse se fue incrementando, con la mejor estrategia publicitaria: de boca en boca. Y así comenzaron a venir esposas de políticos, algunas actrices… y necesitó más colaboradores… y me ofreció el trabajo a mí._ Juan desvía la mirada hacia Walter, que viene hacia ellos con la mano extendida.
_ Charlas de argentinos, ¿eh? Me alegro: queremos que Carolina se sienta como en casa.
_ Sí, gracias_ responde Carolina _ Juan es muy simpático.
Con cierta afectación que le es característica en la voz, Juancito bromea:
_ ¡Ay, querida, qué desilusión! ¿Simpático, nada más? ¡Yo siempre me consideré i- rre- sis- ti- ble!
Walter y Carolina se ríen.
_ Y como ves _ agrega Walter_ no le gusta hablar. Pero ven conmigo, que quiero presentarte a otras personas _le dice a Carolina, y, mientras se vuelve a mirar a Juan, la toma suavemente del brazo _ no tan "carismáticos" como el asesor de imagen de Miguel.
_ Eso sería imposible _ dice Juancito.
_ Pero me quedÁAs debiendo el resto de la historia, ¿eh?_ le recuerda ella.
_ Prometido: en cuanto te desocupes, tendrás el desenlace de mi fabulosa aventura en este país. Mejor. Sí, en capítulos se hace más interesante.
Walter le va presentando, informalmente, a los que van llegando. Saludan también a Miguel, cuando se reincorpora a la reunión. Su cara de preocupación se ha transformado en cara de sorpresa y, cuando lleva a un rincón de la sala a Walter y le habla en forma confidencial, la de este reproduce la de aquel: como si la expresión de Miguel se moviera cual los efectos especiales de una película, para posarse en el rictus de su amigo. Pero la reunión comienza, sin que hagan ningún comentario al respecto, cuando la comida que Nélida había encargado llega.
Juancito le sugiere a Carolina que se siente a su lado, ya que él le diría en voz baja "quién era quién" en esa empresa, como detrás de bastidores.
Y así fue: "Este es un poco loco, pero escuchálo porque siempre dice la verdad", "Julio trabaja con Miguel desde hace muchos años", "El que está hablando ahora es Marcos: él me ayudó mucho cuando empecé", eran algunas de las notas a pie de página que le susurraba Juan. Al parecer todos eran buenas personas y se trabajaba bien, sin mucha discordia. Pero a Junacito se le terminaron las palabras, al menos las descriptivas, cuando abrió la puerta un personaje inesperado para todos, excepto para Nélida, Walter y Miguel. Lo único que balbuceó  Juan a Carolina, mientras esta observaba al sonriente extraño fue: 
_ ¿Qué hace este acá?


Capítulo XXVI

El extraño sonriente acaba de estrecharle la mano y le hace cien preguntas de rutina sobre el viaje, su estadía hasta el momento y la impresión que le ha causado la empresa. Carolina no entiende por qué Miguel y Walter están visiblemente molestos. Juan no alcanza a darle ninguna referencia de Néstor, porque, ante la sorpresa de todos, que saben de la discusión y el alejamiento de la empresa, aunque no de los motivos reales, él habla con fingida simpatía, como si nada hubiese pasado y se muestra fingida pero convincentemente simpático con la recién incorporada. Todos se preguntan qué habrá sucedido, qué conversación habrán tenido para limar las asperezas que, esta vez, parecían irreconciliables.
No se imaginan que, enterado de la situación de su esposa y dando por sentado que su actuación de esposo despechado le ha resultado, Néstor telefoneó a la empresa cuando estaba por comenzar la reunión y solicitó que se le permitiera asistir. Desde luego, Miguel no estaba en condiciones de negarle nada. Y él lo sabía. Por eso Miguel había llegado a la sala, después de cambiarse, preocupado, y le había transmitido sus inquietudes a Walter.
Café de por medio, Carolina escucha y sonríe a este hombre que habla y habla, sin saber específicamente cuál será la relación con él durante su estadía. Finalmente, cuando Juancito ve su cara de cansancio, se anima a rescatarla, pidiendo disculpas por interrumpir, con la excusa de que ha recordado el nombre de una familia en Argentina y quiere saber si Carolina la conoce. Entonces se acercan también Miguel y Walter, que le ofrecen una visita guiada por el resto de las oficinas.
Carolina se despide de todos y los acompaña, atendiendo sus explicaciones. Cuando han terminado el recorrido, se aprestan a comenzar su reunión de trabajo. El abogado de la firma ha preparado, como se lo indicaron días antes, un contrato. Carolina escucha atentamente la lectura del mismo. Sabe que, por mayor que sea la confianza que estas personas le inspiren, debe atender a sus propios intereses. Y para ello, es la única persona con la cuenta en la habitación. El abogado comprende de antemano la situación de la joven. Él mismo escaneará el contrato para enviarlo al profesional de confianza que ella desee en la Argentina con la finalidad de  que lo lea y le aconseje antes de que ella lo firme. Ella acepta, y le da el número de uno que la ha asesorado en asuntos familiares. Como la respuesta no se recibirá por lo menos, hasta el día siguiente, de común acuerdo deciden esperar. Carolina se recuerda a sí misma que debe de hablar esa misma noche con el abogado para pedirle que no comente nada con su familia y que mantenga todo en estricta confidencialidad hasta que ella se lo diga.
Si bien su interés es mostrarse cauta, no quiere que confundan este acto con la desconfianza, así que, aún sin el contrato firmado, se ofrece a comenzar su trabajo de inmediato. Así es como pasa el resto de la tarde entre músicos y complicados aparatos. Le fascina cómo esos técnicos pueden hacer que sus letras suenen tan diferentes con el solo roce de un botón o una palanca. Sin darse cuenta son las siete de la tarde cuando entra Walter sugiriendo que descansen hasta el día siguiente.
Juancito, aunque sus funciones no lo retengan allí, se ha quedado, como tantas otras veces, a hacer sociales. También ha hecho tiempo para despedirla: él sabe lo que es estar en un país diferente y en trabajo nuevo, y su generosidad no le permite dejarla sola. Ella le recuerda que le debe el desenlace de una historia, así que Juan, con el permiso de Miguel, la secuestra amigablemente. Miguel y Walter se retiran, recordándole a ella que el carro  estará a su disposición cuando desee regresar al hotel.
Cuando ellos están y Juan le indica dónde está su "cuchitril", como lo llama él en su argentinísimo lenguaje. Carolina recuerda al abogado, y decide no esperar hasta llegar al hotel, pues la hora será ya inconveniente. Le solicita permiso a su compatriota, pero, antes de que éste le conteste, Miguel la guía hasta su propia oficina para que hable con tranquilidad y se retira.
Mientras abrevia lo más posible su charla con el abogado, Carolina oye la voz de Néstor, en el escritorio de Nélida. Ajena a la relación que existe entre ellos, no presta atención al murmullo, pero, cuando acaba su diálogo telefónico, no puede evitar oír claramente:
_ No te preocupes. No durará mucho. ¿No observaste acaso cómo se viste? Nunca será más que eso: una simple maestra de literatura tratando de vivir la historia de Cenicienta. No tiene porte ni presencia. Durará poco en nuestro ambiente. _ dice la voz femenina.
Carolina toma su cartera, con una mezcla de desilusión y enojo, y sale. Cuando la ven, Nélida y Néstor se ven en una situación incómoda. No tenían idea de que ella se encontraba allí ni de cuánto ha escuchado, así que la saludan secamente. Quizás a Carolina no le hubieran dolido tanto esas palabras si hubiera oído luego a Néstor contestar.
_Tú dices que no me preocupe. Pero tiene unas horas aquí y ya usa el teléfono del jefe.
Carolina va directamente al cuarto de trabajo de Juan, golpea la puerta con los nudillos y entra. El estilista no puede evitar un comentario sobre su cara de desencanto y le ofrece asiento:
_ ¡Eh! ¡Pero parecés Cenicienta cuando le reconvirtieron el carruaje en calabaza!
_ Y… a lo mejor soy eso: Cenicienta viviendo una noche de ilusión _ vuelve el rostro hacia el espejo de la habitación _ y debería regresar a limpiar chimeneas… Ya me parecía demasiado ideal todo . . .
_Pero… ¿qué decís? Si le caíste bien a todo el mundo.
Ella sigue con los ojos fijos en su imagen:
_ ¿Es que no me observaste bien? Este cabello deslucido, una cara común. Y del cuerpo… bueno, ni hablar. Yo le digo "pañuelo de mago"
_ ¿Pañuelo de mago?
_Sí: nada por delante y nada por detrás.
Juancito ríe, entre la gracia y la rebelión ante tanta autocompasión.
_ ¿Por qué te menospreciás tanto?
_ ¿Es que no viste a las mujeres que trabajan aquí, Juan?
_Sí, mi querida: en su mayoría, obras de arte de los cirujanos.
_ ¿Ah, sí? ¿Y la altura? Eso no es cuestión de bisturí.
_¡Qué! ¡No me vas a decir que tenés metáforas para tu altura, también!
_ Sí: referí de metegol, inspector de zócalos…
Juan lanza una carcajada:
_ ¿Y el ingenio que estás demostrando? ¿No vale de nada eso? Contáme: ¿ a qué te dedicás allá?
_ Soy profesora en colegios secundarios.
_ ¿Qué edad tiene tus alumnos?
_  Y… están entre los trece y los dieciocho.
_ ¿Y sigue siendo como antes? ¿Más de treinta por curso?
_ Sí ¿Por qué? ¿Qué tiene que ver eso?
_ A ver si entendí bien: te enfrentas a adolescentes durante años y sobrevives… ¿Y te desanima un ejército de siliconas, extensiones de cabello, dentaduras blanqueadas, estómagos lipoaspirados, rubias oxigenadas, capas de base que pasan el grosor del revoque fino y lentes de contacto? La verdad, no encuentro coherencia entre tu miedo y tu inteligencia. Esto no parece salir de vos misma. ¿Alguien te metió esas ideas en la cabeza?
_ En realidad, algunos resquemores tenía, y oí algo que los confirmó.
_ ¿Dónde? ¿De quién?
_ Cuando telefoneaba de la oficina de Miguel. Nélida y Néstor estaban diciendo, sin saber que yo alcanzaba a escucharlos…
Carolina no puede terminar su anécdota. La risa estrepitosa de Juancito, que se ha reclinado en su sillón, la interrumpe, y su cara de desánimo se transforma en gesto de sorpresa.
_Antes de que sigas contándome, dejáme servirte un café y prepárate para escuchar una historia. Luego vos vas a decidir cuánta es la importancia que se merece cualquier comentario de esos dos… reptiles. No uso la otra palabra porque en este ambiente es mala suerte.
Mientras la cafetera obedece las instrucciones de los botones, Juan prepara las tazas y le relata las cuestiones de Nélida y Néstor con tanto detalle como le es posible, con excepción del fraude que desconoce.
Carolina, como si estuviera inmersa en una telenovela, lo escucha con atención.
 Él se sienta su lado nuevamente, le toma las manos y, mirándola con la comprensión de un maestro a su discípula, le dice:
_ Se nota que sos una persona sensible, Carolina, pero tenés que aprender que esa cualidad es un arma de doble filo: esa cuerda espiritual es la que te hará ganar el afecto de la buena gente, pero… ¡cuidado! Los "malos bichos", como son estos dos y tantos otros que andan por el mundo, los envidiosos del talento ajeno, los trepadores, los incapaces de dar afecto, los egoístas, te detestarán por las mismas razones por las que los demás te aprecian: tu espontaneidad, tu gracia, tu frescura y tu inteligencia. Te preguntarás por qué; es muy sencillo: porque nunca podrán ser así y eso les corroe las entrañas. ¿Y qué pueden hacer para no podrirse por dentro con toda esa basura que llevan encima? Expulsarla. ¿Cómo? Envenenando a los demás, haciendo correr rumores, viéndote sufrir. De eso se alimentan. Y si es alguien sensible… ¡mejor! ¡Más se regodean y lubrican sus colmillos!
Carolina tiene la vista baja, fija en el café para ocultar una lágrima que se le ha ido deslizando. Juan le toma el mentón:
_ ¿Qué es esto? ¡No, no, no! ¿De dónde sale este desánimo? ¡No, querida, no! ¿Por dos estúpidos que no valen nada? ¡No valen la pena, no! ¡No les des esa satisfacción! No estás sola ni indefensa, caramba. Está Miguel y Walter, y yo…¡qué tanto! ¿Qué es lo que tienen ellos? De botella en botella y de cama en cama en cama. ¿Estarías orgullosa de esa vida?  Una segundona que espera pasar a primer lugar y un cretino que cuando no encuentra más inspiración en el fondo del vaso llora la carta de cuñado.
Carolina enjuga su lágrima y él continúa, dándole unas palmaditas en el hombro:
_ ¡Ay, Caro, Caro! ¿Cómo crees que me recibieron a mí, con mi forma "especial" de ser? Y no detrás de una puerta: frente a frente. ¡Ja! ¿Te imaginás con qué cara de asco me miró de arriba abajo el idiota ese cuando me presentaron?  Se notaba que quería sacarse un zapato y aplastarme como a una cucaracha.
_ ¿Y qué hiciste?
_Nada. Bueno, en realidad le di la sonrisa más falsa que pude. ¡Ah! Ahora me acuerdo de algo más: cuando me retiré… ¡ja, ja, ja! ¡Placer de los dioses! Sin que Miguel se diera cuenta, como vi que seguía mirándome con esa expresión de " a estos tipos habría que esconderlos", lo saludé con la mano, exagerando mis movimientos y le tire un beso.  ¡No sabés la cara de horror que tenía!
Rieron juntos de la situación, hasta que Juan giró el sillón de Carolina hasta ponerla frente al espejo:
__Y ahora… ¿si jugamos un poco?