Seguramente muchos se preguntarán quién es el pobre mortal que se animó a prometer soportar tooooda la vida. Y sí: es el hombre más bueno, cariñoso, gentil y, desde luego, conmigo no podría dejar de ser PACIENTE. Lo amo a él y a su familia, que ahora es la mía también.
Después de compartir esta intimidad, paso a subir otro capítulo.
Desde luego que esto no justifica tanto tiempo de alejamiento (por más ocupados que nos haya tenido la luna de miel, ¡ja, ja!). También cuanto más tiempo pasaba, más dudaba de seguir con el blog. ¿Estarían interesados en seguirlo todavía? Después pensé cuánto entusiasmo había puesto en la creación de la novela, y cuánto me gusta compartirla, así que, esperando que me perdonen ooootra vez, aquí va.
Un beso a todos.
Capítulo
XXX
Después de enterarse de que tendrá el resto de la tarde libre, Carolina
se sumerge en la bañera para relajarse, algo que parece estar convirtiéndose en
una costumbre para ella, aunque empieza a pensar cuánto la extrañará al
regresar a su modesto departamento.
Meditando, mientras observa cada arruga que el agua le va provocando a
los dedos de sus pies, se siente culpable. Ya no le parece justo seguir en la
mentira. Sobretodo con su novio: él fue su soporte, el viento de su velero
cuando soñaba con "saltar" a un proyecto distinto y ahora lo estaba
dejando fuera de todas estas excitantes novedades. Está pensando cómo contarle
la verdad, cuando debe envolverse en la bata de baño para atender por teléfono
a Juancito, quien la insta a no quedarse "acovachada" y salir con él
y su amiga maquilladora a disfrutar el atardecer mexicano en algún bar "de
onda". A ella le cuesta desperezarse de ese lujo hotelero, pero ante la
insistencia, accede. Además, sabe que él está muriéndose por comentar cada
detalle de la noche anterior.
Una hora más tarde, sale, con el firme propósito de telefonear a Ricardo
y ponerlo al tanto de todo.
Después de varios chismes del mundillo artístico al que está entrando y
dos sabrosísimos tacos con sus amigos, Carolina decide telefonear a su novio,
antes de que el valor que reunió en su corazón y está subiendo a su cerebro
ayudado por dos margaritas se le escape. No lo encuentra en su casa, así que lo
llama al hospital. Sabe que no son ni el momento ni el lugar ideales, pero,
sabe también que será "ahora o nunca". Ricardo se sorprende del tono
urgente primero y del relato después. Escucha con atención, sin interrupciones
(bueno, Carolina, sin parar ni para respirar y alternando lo anecdótico con las disculpas, no le da
oportunidad de ello). La llamada de la secretaria, su novia trabajando con
compositores, el encuentro con la estrella… Todo le suena a telenovela. A una
telenovela de la cual le están resumiendo los capítulos que se perdió. Y no
comprende claramente por qué se los perdió: ¿tal vez porque no le avisaron
cuándo comenzaba, o quizás el televisor estaba encendido y él había pasado
frente a la pantalla tan ensimismado en sus cosas que no les había prestado
atención? Ricardo ama profundamente a la Carolina, pero desde su partida, el
trabajo lo ha presionado mucho, las guardias son más frecuentes y las
autoridades nuevas y los problemas económicos del hospital lo han extenuado,
así que, al tiempo que ella termina su síntesis, le pregunta cómo se siente, si
no está enojado y multiplica sus disculpas por no haber sido sincera desde el
principio, él se cuestiona cómo, conociéndola tanto, no había advertido en sus
anteriores llamadas que algo pasaba. Y, por otro lado ¿no significa esto una
falta de confianza hacia él? ¿Había creído que él se hubiera negado a que
tomara aquel avión? ¿Que no hubiera comprendido lo que la oportunidad
significaba para ella? ¿Que no la creía capaz
de desenvolverse en circunstancias tan nuevas?
Ricardo no contesta y su novia comienza a disimular un sollozo en la
voz.
_ Si no quisieras volver a hablarme nunca… nunca más, mi amor, tendrías
razón. Estuve muy mal, pésimo, pero yo…yo te adoro: no te olvides de eso. Hoy
mismo te mando un mail para explicarte mejor.
El olor a tequila no llega hasta Argentina, pero su novio lo sospecha,
y, aun dentro de la situación, le resulta un tanto gracioso imaginarse esa cara
que para él es angelical, haciendo "pucheros". Quiere decirle algo
tranquilizador, pero ella no le da tiempo, por miedo a llorar y hacerlo sentir
mal.
_No me digas nada ahora. Yo te llamo dentro de un rato desde el hotel.
Pensálo, pensálo tranquilo. Y pensá que te quiero mucho también. Ya te lo dije,
¿no? Sí… bueno, no importa: te lo digo otra vez. Chau, mi cielo.
Ricardo queda desconcertado. No ha podido ni despedirse. Se sienta en la
sala de espera y observa el reloj. Faltan cuatro horas para que termine la
guardia. Con las manos en la frente y el pensamiento en México (que ahora le
parece aún más lejos; ya no está en el mismo continente, ni siquiera en la
misma galaxia), no se percata de que a su lado se ha sentado una colega.
_ ¡Sandra! _ Exclama el muchacho cuando siente que le presiona la
rodilla para sacarlo de su ostracismo.
_ ¿Preocupado o cansado, nada más? _ interroga la joven doctora mientras
suelta el broche de su blonda cabellera para volver a peinarla.
Desde que Carolina había conocido a Sandra no había podido sacarse la
idea de que tenía una mirada que no
parecía conformarse con el rótulo de "amiga" de su novio. Desde
luego, esta sospecha le había sido confesada a Marta y no a Ricardo, para que
este no la calificara de celosa ni le reprochara que su imaginación literaria
le hacía ver cosas donde no las había. Lo cierto es que, cuando Ricardo estaba
cerca, Sandra siempre se ocupaba de que alguna parte de su cuerpo estuviera
discretamente en contacto. Si Ricardo hubiese estado más atento, o su fidelidad a Carolina no hubiese sido
férrea, hubiera reconocido el clarísimo lenguaje corporal con el que jugaba su
compañera de tantas horas de suturas, urgencias y medicaciones: "yo
siempre estoy acá, para lo que necesites".
En México, Carolina, llorosa, comenta con sus amigos lo hablado con su
novio.
_ Él debe de quererte mucho para dejarte venir hasta aquí sin ningún
reproche. No va a cambiar de idea ahora _la consuela Juancito, mientras la
acompañan a su hotel, y como la notan tan alicaída, deciden quedarse un momento
en la habitación.
Entre charlas, frases filosóficas a cerca del amor y más margaritas
pedidas al servicio al cuarto, el momento se extiende en horas, y aunque la
sensatez le indica a Carolina que es mejor dejar asentar las cosas, al menos
hasta el día siguiente, la falta de resistencia al alcohol y la impaciencia le
embotan la razón y aprovecha la presencia de sus amigos para llamar de nuevo.
Como imagina que Ricardo ya habrá salido del hospital, telefonea a la casa. La
voz femenina que oye del lado argentino le hace sospechar que ha discado erróneamente,
así que verifica el número y queda pasmada cuando le ratifican:
_ Sí, es el número. Habla Sandra… ¿Quién es?
A Carolina le toma unos minutos reconocer la voz de su interlocutora, y
sólo unos segundos sentir una aguja de sospecha, pero trata de fingir
naturalidad:
_ ¡Ah! ¡Sandra! Sandra…
_ Sí… _ afirma la doctora, esperando algún tipo de explicación.
_Soy Carolina, la…
Quiere agregar, como toda mujer
cuando cree que necesita aclarar lo que es suyo "novia de Ricardo", pero Sandra, a quien se le ha ocurrido una
idea, veloz como rayo, no la deja seguir hablando:
_ ¡Ay, hola, divina! ¿Cómo estás? ¿No me digas que estás hablando desde
México?
_ Sí…
_ ¡Ay, perdonáme, linda! Vos llamando de larga distancia y yo haciéndote
perder tiempo y dinero…Con lo que cobran los docentes. Mirá, dulce, mejor no te
entretengo, porque Ricky está duchándose. Si querés entro y le pregunto, pero
me parece mejor que le dé tu mensaje, ¿no?
_No _contesta la joven, cortante. _ Mejor ni le digas que yo llamé.
_Bueno, como quieras. Pero si querés le digo que te llame después de que
cenemos…o cuando regresemos del cine. Es más, si querés, mañana le hago acordar
ni bien nos despertemos …
Con pensamientos encontrados a mil kilómetros por hora, Carolina repite.
_ No, no me menciones.
Lo único que quiere es cortar, alejarse de la Argentina, no sólo en el
espacio, sino por la ruta del corazón y se siente estúpida, muy estúpida, más
que engañada. Pero por si esto no le bastara, escucha a Sandra:
_ A propósito…no sabés cuánto lamento el alejamiento de ustedes. Ricky
me contó. Pero, te digo, hiciste muy bien en poner distancia. Así te vas a
recuperar más rápido. Aparte, me encanta que sigan siendo buenos amigos. Vos y
yo no tenemos por qué ser enemigas, ¿no te parece? A mí siempre me pareció que
no eran el uno para el otro, pero. . . bueno, vos siempre me caíste bien…Te
deseo lo mejor, en serio y estoy segura de que vas a encontrar a alguien
especial. . . como yo lo encontré a él…
A Carolina no le quedan fuerzas más que para despedirse y colgar.
Después de eso, se lanza a llorar en los brazos de Juancito, quien espera que
se tranquilice antes de pedirle explicaciones.
La herida muchacha ha creído todo lo que escuchó. Se imagina la escena:
Ricardo, bañándose, quizás en unos segundos acompañado bajo la regadera por su
nueva amante, a quien le ha dicho que el viaje de ella se ha debido a su
rompimiento. Se los figura vistiéndose para salir en medio de las
interrupciones de los besos apasionados, paseando el estreno de su romance por
la calle, uniendo las manos en la oscuridad del cine… regresando a dormir
abrazados. Y llora. Llora con el hipo propio de los niños que sienten que el
mundo se les acaba. Pero más que nada llora porque jamás, jamás se hubiera
imaginado que Ricardo sería capaz de hacerle eso. Pocas veces Carolina había
pensado en el final de su amor: más bien había hecho proyectos para que fuera
evolucionando hacia una familia. Aún así, si se había sentido atraído por otra
mujer, o si ya no la amaba: ¿por qué no se lo había dicho ? Ella creía que
tenían una buena comunicación, que podían contarse todo. Es más, era una de las
razones por las cuales se había sentido tan culpable de ocultarle la naturaleza
de su viaje. O. . .¿habían habido signos de que la pareja ya no funcionaba y
ella, ciega y enamorada, no los había visto? Pero, aún así, ¿no había tenido la
decencia de esperar su regreso para enfrentarla? A dos semanas de su partida y
ya había comenzado otra relación. Y con Sandra. Por supuesto, su intuición no
la había engañado: la rubia había caído como ave de rapiña. Seguramente para
consolarlo, para "prestarle oreja" y alguna otra cosa con el cuento
de que un clavo saca otro clavo, y hay que recuperarse del pasado lo más pronto
posible . . . Había que reconocerlo,
atributos físicos no le faltaban. Pero, el Ricardo que ella conocía, el
hombre del que ella se había enamorado ¿podía ser tan frívolo?
Por supuesto, ella no pudo ver la escena real en la casa de su
novio: Ni en el baño, ni en ninguna habitación había persona alguna que no fuera
Sandra, quien tenía una regadera en la mano: estaba allí porque se había
ofrecido insistentemente a regar las plantas de su colega (que tenía a su cargo
también las de Carolina, mientras Marta se encargaba de la alimentación de
Kitty en el departamento de Carolina), porque él pasaría otra noche en el
hospital. Ni romance, ni cena, ni lecho compartido. Una gran mentira. Pero, ¿qué
más le da a la repentinamente solícita amiga? Según su improvisada estrategia,
sólo es cuestión de tiempo para que se convierta en realidad ahora que ha
sembrado la semilla de la discordia.