Brrrrr... noche invernal. Como para acurrucarse entre las frazadas y seguir la historia de Carolina. Yo sólo les doy las palabras, las imágenes serán el trabajo (¿o juego?) de su imaginación. Esa es una de las cosas que siempre me gustó de la lectura. El lector es co-autor. Pónganse cómodos porque este capítulo es más extenso. ¡Hasta la próxima!
Capítulo
XL
Ya han pasado dos semanas desde la conversación entre Ricardo y
Carolina, yendo y viniendo varios e- mails. A pesar del arduo trabajo, ella ha
tenido tiempo de reflexionar y ha tomado una decisión: debe viajar a la
Argentina y aclarar las cosas, tanto con su familia como con Ricardo. La mitad
de las canciones ya están listas y Miguel debe ensayarlas. Los pasos siguientes
podrían darlos Jorge Díaz y él sin su ayuda. Por una semana o quince días no la
necesitarían, tiempo suficiente para que ella regresara más aliviada.
Por supuesto, al que manifestó primero su idea fue a Juan, a quien le
pareció muy acertado, excepto porque iba a extrañarla mucho.
Esa mañana, antes de que empiecen a trabajar, habla con Walter, quien no
ofrece objeción. Cuando ven llegar a Miguel lo llaman para hablar tranquilos en
la oficina y le explican. (Ella, por supuesto, no ha tocado el tema de su
novio) El cantante mira el calendario, calcula el trato con la disquera y le
parece bien.
_ Es más, _acierta a comentar _además de ser justo, porque has trabajado
en forma tan dura y eficiente, es el momento conveniente, ya que ahora me toca
a mí ponerme a tono. Aprovecha a descansar y a absorber tus afectos, así
volverás con más energías. Después de todo, no hay mejor motor creativo que un
corazón satisfecho _ le lanza una mirada tan intensa que ella no puede evitarla
_ ¿verdad?
Carolina nota que se está ruborizando y que Walter comienza a mirarlos a
ambos de manera extraña, así que se apresura a cambiar de tema:
_ ¡Ah! En cuanto a la cuestión del anonimato . . .
Los dos se miran, y el representante prefiere usar la psicología:
_ ¿Qué es lo que preferirías tú?
_ Bueno . . . a mí la fama . . .
_Te da un poco de miedo.
_ Sí.
_ Es propio de la mezcla de tu talento y tu modestia, Carolina. Sin
embargo, en algún momento tendrá que darse a conocer.
_ Si . . . pero . . ¿no podría ser de manera discreta?
Miguel y Walter sonríen:
_ En este ambiente, lo único que puede decidirse (y eso si no te
descubren antes) es cuándo darás una noticia. La repercusión, los mensajes . .
.eso ya se nos va de las manos. En eso
son los medios los que mandan.
A Carolina le da vergüenza saber tan poco de estos manejos, pero Walter
la tranquiliza.
_ ¿Qué te parece lo siguiente? : Cuéntales lo imprescindible a tus más
allegados, a los que sabes que no van a hacer olas. Más adelante, aquí, sin
darle un tratamiento especial, cuando lancemos las nuevas canciones,
anunciaremos quién eres y de dónde vienes. Así, por lo menos, evitarás el
asedio en tus lugares cotidianos, donde tendrían más acceso. ¿Están de acuerdo?
_ pregunta a sus interlocutores, que quedan conformes.
La fecha queda fijada en tres días, los suficientes para hacer los
arreglos necesarios.
Esos tres días son tan intensos como los anteriores, pero Carolina los
vive con alas en el corazón. De nada puede quejarse: todos la trataban muy
bien, en ningún momento (excepto el breve episodio de Néstor y Nélida) la habían
hecho sentir como una intrusa . . . pero
la tierra se extrañaba. La última
tarde de trabajo todos la saludan afectuosamente y hasta, a instancias de
Walter, desde luego, se brinda con champán por el regreso.
Como si eso no fuera suficiente, al llegar a los departamentos se
encuentra con una fiesta preparada por sus vecinos a la luz de la luna, al
borde de la piscina y un letrero que dice: "Hasta pronto…o te vamos a
buscar". Desde luego, cuando corta la torta que tiene escrito un
"Buen viaje", no puede evitar las lágrimas.
A la mañana siguiente mira ansiosa su pasaje, en el aeropuerto, con
Juan. Le habían ofrecido personal de la empresa para ir, inclusive la limusina,
pero ella quería la mayor sencillez posible. Quería volver a su país como la
misma de siempre: como una profesora de Literatura a la que el destino le había
presentado, inesperadamente, una curva.
Antes de abordar, Juan le entrega una pequeña caja para que abra en el
avión. Ella lo besa, agradecida, y comienza a subir las escaleras. Una vez
sentada, la abre: es un broche pequeño, un cóndor. Hay una nota firmada por su
amigo: " Es una artesanía de Taxco. Es el símbolo de la fidelidad. No lo
olvides cuando se encuentren".
Cansada a consecuencia de tanto festejo de despedida, Carolina duerme la
mayor parte del viaje, y un recuerdo se entromete en su sueño: la noche en que,
de la limusina, asoma el brazo de Miguel. Pero en el sueño hay una variante: En
la vereda del hotel están parados Juancito y Aurura con rostros radiantes.
_ ¡Caro! ¡Caro! _gritan los dos, señalando sus zapatos.
La chica levanta su bellísimo vestido unos centímetros y ve con sorpresa
que son de cristal.
Despierta cuando están llegando las bandejas con comida, y, mientras
hace lugar a su compañero de asiento y trata de descifrar a qué huele el
interior de la envoltura, sonríe. Y piensa: "Bueno, al menos el hechizo no
se rompió a las doce".
Le había costado mucho hacer que Ricardo desistiera de ir a esperarla,
que entendiera que lo mejor sería verse después, en privado, y no delante de
toda esa gente.
Quien está, infaltable y ansiosa, es Marta, que le da un interminable
abrazo y le hace más preguntas de las que se podrían contestar en toda una
tarde. Van al departamento de Carolina y su amiga la ayuda a preparar un
equipaje más pequeño para ir a su pueblo. Marta ya había sacado los pasajes
para ambas, pues era un fin de semana largo y se había ofrecido a acompañarla.
Después de dos llamadas telefónicas (una a sus padres y otra a Ricardo) para
avisar que ha llegado bien, y unos cuantos mimos a su gata, a quien lamenta
tener que abandonar otra vez, parten a la estación de autobuses.
En el viaje, Carolina practica
distintas formas de empezar la charla con su familia:
_Mamá, papá, disculpen que no se los dije antes pero me pidieron
discreción y pensé que ustedes, sin querer . . .
_ No, no, no _ interrumpe Marta
_Primero: no te retuerzas las manos, parece que fueras a decirles algo muy
grave, y menos que menos te refieras a su indiscreción. Lo tomarán como falta
de confianza.
_ Está bien, pero, entonces . .
.¿cómo se los digo?
_ A mí no me parece que tengas que sentarlos aparte y tratarlo como un
tema especial. Ya sé que lo es: no todos los días sucede lo que te pasó a vos,
pero si aprovechás una sobremesa, o algún momento en que un programa de
televisión se ponga aburrido, lo van a tomar de manera más natural. Y sobre
todo, que les quede bien claro que no se los contaste porque era una condición
indispensable. Es más, yo voy a fingir que no lo supe hasta que fui a recibirte
al aeropuerto.
Hablando de este tema, se pasa el viaje sin que Marta tenga oportunidad
de desquitarse las ganas de saber más sobre los entretelones de un ambiente que
imagina mágico e intrigante, pero se consuela pensando que tendrán tiempo
durante las desveladas en la habitación de Carolina en casa de sus padres.
Llegan y ya divisan por las ventanillas las caras familiares: su madre,
su padre, su cuñada con su sobrino de tres años en brazos para que pueda
saludarla mejor y hasta la tía Amanda, con sus ochenta años, a quien el bastón
sirve más como signo de distinción que como apoyo al andar. Su hermano no está:
es horario de trabajo y, si hay algo en lo que se parecen es en la
responsabilidad. Además, no confía tanto en el ayudante recién recibido que
tiene en el estudio jurídico como para dejarlo arreglarse solo. Se guarda para
la cena, donde, como siempre, le hará tantas bromas cuantas sean necesarias
para hacerla enojar.
Abrazos, besos, ¡tía, tía!, bolsos, el padre colocándolos en el
portaequipaje y preguntándose, como siempre: " ¿por qué las mujeres
necesitan tantas cosas?", y el nieto pidiendo a los saltos sentarse con el
abuelo para "ayudarlo" a manejar . . . En el desorden habitual llegan
a la casa, donde se repite la ceremonia: A ver quién llega primero, el nene que
quiere bajar el equipaje y termina en brazos de la tía Carolina después de
recibir el reto de la madre: "¡Dejá de correr que vas a hacer caer a la
tía Amanda!" Ya desde la entrada el aire huele a jazmines que su madre renueva
frecuentemente, de su propio jardín y la nostalgia envuelve a la hija de
regreso.
A las chicas les cuesta trabajo
que las suelten un momento para ir a acomodar sus cosas a la habitación,
mientras todos revolotean en la cocina
poniendo la mesa y ayudando a la dueña de casa con la cena, a pesar de que ella
les asegura que todo está listo, que no se molesten, guardándose el comentario
de que a la que realmente están perturbando, es a ella.
Aún están sacando las cosas de los bolsos cuando se oye la voz
inconfundible de Daniel, el hermano mayor, quien, como siempre, lleva al nene
colgado del cuello desde que entra y empieza a jugar con él.
Las proporciones físicas de los hermanos no tienen comparación, así que
en cálido reencuentro, él no puede evitar la tradición de levantarla en el
aire.
Durante la cena, su sobrino come en la falda de la tía, a pesar de la
madre, convencida por aquella: "Dejálo, pobrecito. ¡Hace tanto que no lo
veo!" y el resto de la familia la invade a preguntas:"¿Qué
comías?" "¿Te hiciste de amigos en el curso?" "¿Son
simpáticos los mexicanos?"
"¿Visitaste algún lugar típico?"
Ella contesta a todas las preguntas, evadiendo, desde luego, lo
profesional, que piensa dejar para la sobremesa, o cuando, como casi siempre,
se sienten en el living. Después de entregarles los regalos de recuerdo, le
parece lo más apropiado.
Terminada la cena, los hombres se sientan en la sala, frente al
televisor, con esas caras propias de abstracción del mundo real, mientras (por
ley de costumbre que el feminismo no ha podido vencer) el sexo femenino se
reparte el trabajo de ollas, platos, detergente y repasador y el pequeño Manuel
aprovecha el descuido de los mayores para sacar todo material gráfico en
existencia en el revistero, para segmentarlo como una autopsia, pero en forma,
desde luego, menos ortodoxa.
Carolina, a pesar de que quieren tratarla como una invitada para que no
haga nada, se las ha arreglado para ir acomodando las cosas en los muebles.
Pero en tanto sus manos se ocupan de la vajilla, su cerebro se debate en la
duda: ¿Decírselos ahora, que están todos, o esperar a que sus padres queden
solos, y así menos personas lo sabrán? Después de pensar en su madre, se da
cuenta de que, por más esfuerzos que haga la pobre, no podrá ocultarlo a la
familia más cercana, así que, decide hacerlo ella misma, con la promesa casi
bíblica de que nadie más lo sabrá.
Así, una vez que están todos juntos y que la señora de la casa persuade
(con un leve pellizco en el hombro, como suele hacerlo) a su esposo de que
apague el televisor porque: "Una vez que tenemos a la nena en casa . .
.", Carolina empieza a explicar:
Que en realidad no se había tratado totalmente de un curso, que había
tenido una entrevista con Miguel Saberia . . . y así llegó al avión que, temporalmente, la
había traído de regreso.
Las expresiones de sorpresa y de alegría se suceden en todos los
integrantes de la familia, a veces con la simplicidad de las bocas abiertas,
otras con una interjección, otras con las manos crispadas de curiosidad, pero
por suerte nadie ha interrumpido, y la relatora ha podido terminar sin tener
que tomar aire varias veces. Marta había comenzado con un gesto de visto bueno,
con el pulgar en alto. Luego, recordando la promesa que ha hecho, simula las
mismas reacciones que el resto de la interesada audiencia.
Por supuesto, como lo imaginaba, vuelven a llover las preguntas, esta
vez de distinto tipo: "¿Cómo es Miguel Saberia en persona?" "¿Y
realmente hablabas con él todos los días?" "¿Conociste otro
famoso?" "¡Les debe de haber encantado lo que escribiste! ¿No te
decía yo siempre que ibas a llegar lejos, mi chiquita?". Su madre le llena
las mejillas de besos y casi le quita la respiración.
La conversación dura hasta que pasa la medianoche.Su hermano, la esposa
y Manuel emprenden la retirada, con poca complacencia de este último, que se ha
quedado dormido en la comodidad y calidez de un sofá.
Ya en la habitación, Marta y Carolina cuchichean y ríen como cuando eran
adolescentes, aunque ha cambiado la conversación: de los bailes, los muchachos
y la vestimenta que había llevado fulanita, habían pasado a Juan, a la primera
impresión que había tenido de Miguel, a la amabilidad de su representante y la
hostilidad de la secretaria. En cuanto a la noche en que asistió a la fiesta
con su maravillosa transformación, Marta no le permite omitir detalle, ya que
en una carta apenas le había hecho mención. Lo que sí se permite reservarse
Carolina es el "encuentro cercano" que ha tenido con el cantante y el
posterior diálogo personal. Sabe que no va a poder evitar las suspicacias y lo
único que quiere con respecto a ese incidente, es dejarlo atrás.
Tanto hablan que les da sed, así que Carolina se dirige a la cocina.
Allí echa una mirada al reloj colgado en la pared y las agujas que marcan las
dos la asombran mientras vierte el agua en los vasos. Pero más la asombra la
silueta de su madre en la sala, a oscuras, con el rostro hacia la ventana.
Se cuelga de su cuello, le besa la mejilla, y con la voz infantil que
suele usar para consolarla o sonsacarle algún secreto, le pregunta:
_ ¿Qué le pasa a mi mamita que no se puede dormir?
Ella se vuelve y la abraza.
_ ¿Tiene miedo de que me vaya y me quede a vivir allá? ¡Pero no! ¡Ni se
le ocurra! ¿Quién me va a mimar como me mima usted? Además, ¿qué saben los
mexicanos de escabeche? ¿Y estofados? ¡Estofados como los suyos no se hacen en
ningún lugar del mundo! _continúa Carolina.
_ No, no es eso _se decide a contestar su madre, haciendo pucheros con
más naturalidad que el mismísimo Manuel.
_ Entonces, ¿qué es?
_ Es que . . .
_ ¡Vamos! Desde chica vos me dijiste que te contara todo. Entonces, del
otro lado tiene que funcionar igual.
_ Precisamente, si de chica te animabas a contarme todo porque tenías
confianza en mí . . . ¿Qué pasó ahora? Todo este tiempo, creyendo que estabas
en un curso y ahora resulta que . . .¡mirá todo lo que tenías guardado!
_ Pero . . .mamá, ya les expliqué. Fue una condición que me impusieron,
y no quería perderme esta oportunidad.
_Sí, ya sé lo importante que es. Si estoy orgullosa de vos. Que lo
reservaras de los demás, vaya y pase. Pero de mí . . . de mí . . . de tu propia
madre . . .
_ ¡No, mamá, por favor! No me digas que te vas a ofender ahora, que
estoy pasando un momento tan especial, que no se va a repetir y que va a durar
apenas un poco más.
_ No, corazón, no. ¿Cómo voy a querer arruinarte esta experiencia? Pero,
ponéte un poquito en mi lugar: como madre, duele un poco.
A Carolina le da lástima ver la expresión de su madre y la comprende,
pero tampoco quiere que la invada la culpa, pues sabe que con eso nada
soluciona.
_ Perdoná, mama´, si te ofendí de alguna manera, pero, tenés que
entender que ya soy una mujer adulta, y tomo mis propias decisiones, aunque a
veces no coincidan con las opiniones de los demás _ de repente, le parece que
ha sido demasiado dura, así que se suaviza _ Además, te insisto, no dependía de
mí. Yo te lo hubiera contado, pero hicieron hincapié en eso.
La madre se va convenciendo y las marcas del rostro van volviéndose
menos tensas.
Carolina aprovecha el terreno ganado y frotándole los hombros continúa:
_ Por otro lado: ¿no es mejor así? Se hubieran preocupado. Y, ¿si me
hubiera ido mal? Seguro que habrían sufrido más que yo.
Otra vez entre los brazos de su madre, la chica sabe que el nubarrón ya
pasó, e, invirtiendo los roles madre -
hija, le susurra al oído:
_ Y ahora, derechito a la cama, usted, que es muy tarde. Hoy trabajó demasiado
y tuvo muchas emociones. Además, su marido debe de esta extrañándola.
_ ¿Tu padre? Hace rato que se quedó dormido con el televisor prendido. _
Se desprende lentamente de su hija y, cuando ya va cruzando el pasillo, agrega_
y no sabés la nueva : ahora duerme con la boca abierta ¡y ronca!