miércoles, 28 de septiembre de 2016

Capítulo LXVI


Aquí, en La Plata, primavera, pero, según comentarios, en Mar del Plata ...
Igual, las vistas de esa ciudad, en cualquier época,  siempre son un placer, aunque sea desde un Cafecito (que hay tantos y tan lindos) desde enfrente.
¿Estará Alfonsina mirándolo aún, desde donde sea que se encuentre?

Capítulo LXVI

Buenos Aires brilla con el sol de la mañana. Y bulle, como siempre, el tránsito en las calles céntricas.
Ricardo sale, contento, de un lujoso edificio de Núñez y se dispone a conducir su auto hasta La Plata. En el recorrido va pensando el gesto generoso que ha tenido su amigo al prestarle el dinero para el pasaje a México. Dos viajes en tan poco tiempo no son algo que él pueda solventar, a pesar de que aún cuenta con algunos ahorros. El amigo, a quien ha ayudado en varias oportunidades, cuenta ahora con una posición que le permite devolver favores de otros tiempos.
Llega a su departamento y reserva el pasaje telefónicamente. Cuando cuelga, se decide a marcar nuevamente: hay otra llamada que hacer antes de concretar este acto de arrojo que, sin embargo, ha tomado con toda lucidez.
Marta responde y acepta reunirse con él al día siguiente.
Ya en la casa de ella, sentados cómodamente tomando mate, ella trata de hacerlo reconsiderar su decisión:
_ Pero . . . ¿estás seguro de lo que vas a hacer? ¿No te parece . . . bueno . . . no sé . . .?
_ Una locura. Sí, sí, decílo sin miedo.
_ Bueno _ ríe Marta _ No quería sonar tan brusca.
_ Pero era esa la palabra que te venía a la cabeza, ¿no?
_ Es que tenés que aceptar que es un poco arrebatado.
_ Riesgoso puede ser, pero no arrebatado, Marta. Lo pensé muy bien: no puedo seguir enviando mails y llamando por teléfono con el corazón en la boca, sin saber qué va a pasar.
_ Es que si ella no te contesta nada definitivo, es porque no está decidida.
_ Precisamente por eso es que decidí ir.
_ Pero eso es apresurarla, presionarla, y de esa forma puede tomar la decisión equivocada. ¿O no te acordás de que ya fuimos y no pasó nada?
_ Sí que pasó.
_ Sí. ¿Y de qué sirvió? ¿No la confundiste más?
_ No. Yo no la confundí: la hice pensar, que era lo que necesitaba. Y estoy seguro de que la balanza se inclinó hacia mi plato. Tenía que bajarla de esa nube brillante donde sólo existen los halagos y la vida glamorosa para mostrarle que aquí abajo estaba yo, que soy una persona real.
_ Está bien, eso fue entonces, pero, ahora: ¿Para qué?
_ Es que estando acá no tengo ninguna posibilidad.
_ ¿Por qué? ¿Acaso creés que ella no piensa en vos? Porque si es así, entonces no va a servir ningún esfuerzo que hagas. Yo creo que sí, que te tiene en mente. Lo de ustedes no fue algo pasajero. Sólo se está tomando su tiempo.
_ Es que si no estoy ahí en ese “tiempo” como vos decís, no tengo oportunidad. Como te dije, desde lejos, yo soy lo intangible, lo irreal, y lo demás es lo real. Quiero presentarme para que despierte y compruebe que no es así.
_ No quiero desanimarte, Ricardo, pero su futuro allá también parece bastante concreto y prometedor.
_ Yo creo que es a él a quien ves “prometedor”.
_ ¿A “él”? No entiendo.
Ricardo sonríe irónicamente:
_ ¡Vamos, Marta! Vos sos su mejor amiga y estoy seguro de que te habrá confiado hasta lo más íntimo de su extraña relación laboral con . . .vos sabés . . . “el jefe”.
_ ¿”El jefe”? _ Marta ríe ostentosamente_ ¿Vos te referís a Miguel Saberia? ¡Qué imaginación!
_ Nada de imaginación: ¿Es el jefe o no es el jefe de Carolina?
_ Bueno, en cierta forma, sí. Pero en realidad es una empresa y no pasa tanto tiempo con él. Están el representante y los músicos.
_ Marta . . . _ dice él con tono de pensamiento sobreentendido.
_ ¡Ah! Pero . . . es que lo decís de una manera. Después dicen que las mujeres nos damos manija y nos imaginamos cosas.
Observa la cara triste del muchacho.
_ Ricardo . . . ¡me extraña! ¡Como si no conocieras a Carolina!
_ La conozco, la conozco. No lo tomes a mal. Pero también me doy cuenta de la impresión que esos hombres provocan en las mujeres. Si le gritan semejantes cosas en un recital, a metros de distancia: ¿cómo te parece que se sentirán tratándolo a diario?
_ ¡Qué equivocado estás, Ricardo! Carolina no era una fan. Sólo se interesó en las letras porque el tema le convenía para su estilo. Las cosas se dieron así. Pero podría haber sido cualquier otro. Una mujer inclusive.
_ ¡Ajá! Dijiste bien: “Podría haber sido una mujer”. Pero no lo es: es un hombre. Y ese tipo de hombre: pintón, joven, exitoso, y junta el dinero con pala.
_ ¡Ah! “Ese” tipo. ¿Quiere decir que conocés alguno íntimamente?
_ Claro que no. Pero no es necesario. Se nota que es de los que obtienen todo lo que quieren y no están acostumbrados a un “no” por respuesta.
Marta ríe en medio de un suspiro, expresando la queja que le produce lo que le parece una ridiculez:
_ ¡Claro, claro! Y Carolina es la ingenua doncella que grita:”¡No, no, por favor, caballero, que no corresponderé a sus requerimientos!” ¡Ja, ja, ja!
_ No te burles. Voy a pensar que no tendría que haber venido.
_ No te enojes, por favor. No me burlo. Pero quisiera grabar esta conversación para que la escucharas en un momento en que no estuvieras tan cegado por los sentimientos y más asistido por la razón. Vos tampoco les encontrarías pies ni cabeza a tus palabras.
Él no emite sonidos que formen frases, sólo refunfuña.
_ Además _continúa ella _ si hacés memoria, te vas a dar cuenta de que estás siendo injusto.
_ ¿Injusto? ¿Por qué?
_ ¡Ay, Dios! Los hombres tienen amnesia o memoria de elefante según lo que les convenga.
_ ¿Qué decís?
_ ¡Claro! ¡Seguí haciéndote el distraído! Muy bien, te voy a refrescar la memoria. Te pinto una escena a ver si te resulta familiar: Una chica va a ver al novio al departamento y cuando le abren la puerta se encuentra con una “se-ño-ri-ta”, si puede llamársela así, con muy poca ropa . . .
Ricardo la interrumpe bruscamente:
_ Bueno, pero eso no tiene nada que ver, es totalmente diferente.
_ Sí, tenés razón, totalmente diferente: vos estás haciendo una montaña con simples suposiciones sobre la actitud de ella en algo que no viste. En el otro caso las evidencias eran totalmente condenatorias: ¿Quién podría culparla a Carolina de no querer verte más después de eso?
Él depone su orgullo. Se nota en el cambio de su tono de voz:
_ Bueno, pero es que yo . . . en ese caso . . .
La actitud de Marta es opuesta a la de él: en cuanto Ricardo va replegando su ofensiva, ella se envalentona:
_  ¿Vas a volver a decirme que tu caso es diferente? ¿Y por qué? ¡Ah! ¡Ya sé! _él abre la boca para replicar pero ella no se lo permite _ ¡No! ¡No me digas nada! ¡Te digo que ya lo sé! Muy simple. La excusa de siempre: porque sos hombre.
A pesar de que la situación por la que está pasando no es fácil, Ricardo, gracias al gracioso entusiasmo de Marta, se atreve a sonreír. Se imagina cuántas experiencias frustrantes sostienen la teoría que le enrostra la mujer, como levantando una bandera que le perteneciera a todas las de su género. Y ella, como si estuviera en alta cátedra de un mitin feminista, sigue, usando la cuchara como batuta:
_ Y el hombre, es hombre y tiene necesidades más urgentes por su propia naturaleza. ¡Claro! ¡Qué fácil que se justifican! La que tentó con  la manzana fue Eva y el pobrecito de Adán  sucumbió, víctima de su instinto. Y así por siglos, las mujeres somos las que tenemos la culpa porque los provocamos, y ustedes, con su voluntad  debilitada, caen. Ahora, yo me pregunto: en toda esta teoría machista, ¿no cuentan con que nosotras también tenemos necesidades?
Nuevamente el único representante del género masculino que está en la habitación trata de elevar algún argumento para defenderse, pero no se lo permite:
_ Ya sé, ya sé: otra vez me vas a venir con que no es lo mismo. Esa explicación la inventó algún mujeriego para justificar sus infidelidades y de ahí en adelante todos “ustedes” sostuvieron la misma pancarta. Así, cuando una mujer engaña, es una perdida, mientras un hombre que tiene varias mujeres es “un vivo bárbaro”.
A esta altura, Ricardo cae en la cuenta de que nada de lo que diga servirá para salvar su causa, menos aún la de todos los hombres ni para justificar el incidente con su compañera de trabajo. Así que, sin darle la razón verbalmente, se ríe para que el ambiente no siga tan tenso.
Al oírlo, Marta observa la expresión corporal que ha acompañado sus palabras y no puede más que reírse. Él también se relaja y admite:
_ No sé qué contestar a toda tu filosofía, Marta, pero voy a tomar la parte que me toca. Si bien yo no fui culpable _ esta vez es él quien no le permite interrumpir _ reconozco que a simple vista todo estaba en mi contra. Carolina fue muy comprensiva al recibirme en México. Por eso es que no puedo esperar. Quiero pasar mi vida con ella. Estoy profundamente enamorado. La quiero mucho y . . .
A Marta, como buena romántica que es, aunque no lo admita, se le llenan los ojos de lágrimas al ver este hombre que parece tener el corazón en la mano. Un corazón desnudo y, además, vulnerable.
_ Y soy capaz de cualquier cosa para recuperarla.

martes, 27 de septiembre de 2016

Y.... ¡vamos por el LXV!


Otro hermoso día. Así disfruta Frank, nuestro perro, las mañanas como la de hoy. ¡Vida sacrificada!


Capítulo LXV

Hace casi media hora que Carolina está parada en la cocina mirando por la ventana con una taza de té que se ha ido enfriado entre sus manos. Cuando lo va a tomar hace un gesto de disgusto y lo derrama en la pileta.
Suspira hondamente y marca números en el teléfono:
_ ¡Hola! ¿Mamá?
Se emociona porque del otro lado oye su nombre entrecortado en sílabas.
_ Tranquilizáte, que te va a hacer mal. Calmáte. _ escucha _ ¿Qué? ¿Estás sola? ¿Papá salió? Bueno, bueno . . .
La madre, nerviosamente, le comenta el programa de televisión que está viendo, cómo ha crecido el nieto y cuánto le cuesta hacerle tomar a su padre la nueva medicación que le han recetado.
_ Escucháme, mamy _ interrumpe la chica, porque si no, sabe que no podrá hablar nunca _ pronto van a recibir una linda sorpresa _ escucha_ No, no. No te voy a adelantar nada más. Pero te va a gustar, eso te lo aseguro.
El atardecer da optimismo después de la lluvia, pues enrojiza el paisaje urbano con un sol que se está despidiendo. Esta visión y la voz de su madre le llenan a Carolina los ojos de lágrimas y le comenta:
_ ¿Sabés qué lindo está acá? No, no. No es un día radiante de sol, pero . . . no sé . . . es lindo.
La madre advierte cierto temblor en la voz y Carolina se aclara la garganta.
_ No te preocupes. No: no estoy resfriada. Es sólo que está atardeciendo y refresca. Sí, mamá, quedáte tranquila, que me voy a abrigar.
Después de despedirse varias veces, logra que su madre deje de hablar y corta.
Se pega al vidrio de la ventana, como hipnotizada, olvidando por completo la promesa que acaba de hacerle a su madre de abrigarse. Algunas lágrimas siguen corriendo pacíficamente por sus mejillas hasta que el teléfono la sobresalta.
Es Walter, para notificarle que ya está decidido el día del lanzamiento de la gira.
_ ¿Pasado mañana? _ confirma ella con su interrogación _ Es que . . . antes tendría que hablarte, Walter.
_ ¿Algo grave?
_ Grave, no. Pero bastante importante.
Walter no quiere esperar más, así que sugiere ir al apartamento de ella.
_ Es que no tengo las comodidades que tiene Miguel y las que habrá seguramente en tu casa.
_ ¿Crees que yo nací con estas superficialidades? Además, como buen soltero, tengo todo en este momento . . . cómo explicarte . . . imagínate Hiroshima después de la bomba.
Ella ríe.
_ ¿Cenaste? _ pregunta ella, recordando que tiene el refrigerador vacío.
_ Llevo comida china de paso por el centro: ¿qué te parece?
Carolina es tímida para decirle que no le gusta mucho y acepta.
No tiene deseos de cambiarse, así que, simplemente, se envuelve en una frazada y se sienta en el sofá a ver televisión mientras lo espera.
El viaje con el control remoto la lleva a una telenovela y ahí se queda, como sin querer, viendo cómo el galán se arrepiente de sus errores del pasado y le dice a su amada que no puede vivir sin ella, quien, desde luego, quebrado su orgullo herido, estalla en lágrimas y lo abraza en lo que parece un futuro eternamente feliz.
La escena le arranca una sonrisa y cuando está pensando:“ Qué fácil sería en la vida real”, suena el timbre.
Walter, vestido con un jogging (cosa extraña en él), carga varias cajas pequeñas.
_ Adelante, adelante, que no quiero que se enfríen.
_ ¿La comida o yo?
_ Ninguno de los dos.
Deja los paquetes sobre la mesa mientras Carolina abre la heladera.
_ Lo lamento, nada de alcohol.
_ No te preocupes, cualquier cosa estará bien _ da una vuelta al departamento con la mirada _ ¿Así que este es tu refugio, eh?
_ Aquí, en México, sí. Pero mi verdadero antro protector está en Argentina.
_ ¿En tu apartamento?
_ Sí. Aunque a riesgo de parecer infantil, en realidad, si de protección se trata, no hay nada mejor que mi habitación  en el pueblo.
_ ¡Ah! Ya me imagino: fotos con las antiguas compañeras de colegio, algún trofeo . . .
_ No, eso sí que no: el deporte nunca fue para mí.
_ ¿Algún animal de peluche?
_ Sí. Y en el placard, el vestido de la fiesta de egresada.
Walter la mira profundamente mientras sirve la comida.
_ Mmmmm . . . las que tienen sexto sentido son las mujeres, sin embargo, estoy intuyendo que la conversación por la que estoy aquí tiene que ver con eso.
_ Y . . . sí . . . más o menos.
_ ¿Más que más o más que menos?
   Carolina ríe, pero Walter, a pesar de ser un soltero empedernido, conoce la naturaleza femenina. La nostalgia empaña el rostro de ella y el tono de su voz revela que le costará reunir las palabras para expresar lo que quiere.
   Entre bocado y bocado, Carolina desentraña sus reflexiones y él responde apenas con monosílabos para no interrumpirla. No parece ser un tema banal, porque no se presta a ninguna de sus bromas. Por el contrario, de vez en cuando frunce el ceño y está a punto de presentar alguna objeción.
   Para el momento del café, la palabra está en boca de Walter:
_ Sí, técnicamente, podría hacerse por mail, pero estarías perdiéndote las presentaciones, las fiestas . . . y, desde luego, no sería lo mismo.
_ Ya lo tuve en cuenta y no me son imprescindibles. Creéme: está muy bien masticado.
_ ¿Masticado?
_ En mi país quiere decir que se ha reflexionado mucho.
_ Bueno . . . si estás tan segura y es una decisión definitiva . . .
_ Definitiva.
Walter se para, hacen referencia al clima en un breve diálogo trivial y se despiden. Cuando está por traspasar la puerta, una idea lo asalta y se vuelve a Carolina:
_ A todo esto: ¿quién se lo dirá a Miguel?




jueves, 22 de septiembre de 2016

Capítulo LXIV

           Hoy el sol no estuvo tan presente como ayer.            Llegaba y se iba. Pero cumplió con las                      condiciones de segundo día de primavera y              las plazas volvieron a poblarse.
           ¡Que siga así!



Capítulo LXIV

Cuando Carolina llega a su apartamento, aún es temprano, pero la brisa ha desaparecido y las nubes que antes se insinuaban oscurecen con decisión el cielo. Antes de colocar la llave en la cerradura mira a lo alto y afirma lo que el anciano se había preguntado en el parque: “En poco tiempo se larga”.
No tiene sueño como para acostarse otra vez y el olor que salía de las cafeterías cuando hacía su caminata de regreso la ha tentado. Mientras calienta el café se le ocurre una idea: Juan estará por despertarse aún y, después de servirle de psicólogo la noche anterior, se merece un premio. Pone pan a tostar, prepara una bandeja con dos tazas y saca la mermelada. “¿Hay naranjas? No. Bueno, lo importante es la intención.”
Quince minutos después, haciendo equilibrio con la bandeja, llama al apartamento del compatriota, que aparece en bata, restregándose los ojos y tratando de saludar con sonidos guturales:
_ ¿Mmmmm?
_ Buen día, paisano. ¿Lo desperté? _ saluda Carolina, fingiendo con poco arte un acento campero.
_ No servirías para detective. ¿No me ves la cara, que necesitás preguntar? ¿Qué es esto? _ pregunta Juan, agudizando el olfato.
_ Bueno, mate y facturas no conseguí, así que hice lo que pude. No pretenderás que amase unas tortas fritas.
_ ¡Ah, no! Eso ya serían palabras mayores. Cuando era chico, mi mamá hacía tortas fritas los días de lluvia.
_ Muy linda tu anécdota, pero . . . ¿no me permitirías entrar, que me estoy mojando?
_ ¡Es cierto! _exclama él, más despabilado, observando las primeras gotas, que han mojado los hombros de su amiga _ Pasá, pasá.
Ella entra  y coloca la bandeja sobre la mesa.
_ ¡Mmmmm! ¡Qué olorcito! _ comenta él, restregándose las manos _ ¡Qué buen detalle! ¡Gra . . .! _ se interrumpe cuando está sentado y adopta un gesto serio _ Un momento . . .un momento: ¡Paren las rotativas!
Carolina ríe:
_  “¿Paren las rotativas?” “¿Paren las rotativas?” ¡Eso es del año de mi abuela! ¡Ja, ja, ja!
 _  ¿Acá no hay gato encerrado?
_ ¿Qué? ¡Ay, por favor, dejáte de frases del año del ñaupa y apuráte antes de que se enfríe, desconfiado!
_ Está bien, está bien _ se calma Juan, mientras hinca el diente en una tostada cubierta con rojo manjar. _ ¡Mmmm! ¡Mermelada de tomaaaaate! _cierra los ojos para saborear con nostalgia _ ¿Dónde conseguiste estas joyitas?
_ Me la trajo Marta cuando vino de visita.
_ Cuando “vinieron“ de visita, querrás decir.
_ Ya sé que vinieron dos, pero la que me la trajo fue  . . ._ Carolina se detiene, dándose cuenta de que ha caído en la trampa_ ¡Ah! Así que desde temprano estamos chistosos y sarcásticos, ¿eh?
_ ¡Ah, no, no, no! ¿Yo? Vos te levantás temprano, me traés el desayuno con cara de “feliz cumpleaños” ¿y el que está raro soy yo? ¡Vamos, vamos! ¡Largá, largá!_ porteñea  con la boca llena.
_ Bueno . . . Yo porque te conozco, pero otro que te viera con esa bata, querido . . .no sé qué pensaría . . .
_ ¿Qué tiene? ¿Qué tiene? _ repite el hombre  mientras repasa con la vista y con las manos las estrellas de mar, los caracoles y los grandes peces en la tela de colores chillones _ ¡Aj! El tiempo que llevás acá y todavía no te desprendiste  del “qué dirán” argentino. ¡Por favor! _ hace un silencio pensativo y continúa  con fingido aire de seriedad _ Bueno . . .mmm . . . pensándolo bien . . . tenés razón: podrían pensar . . . podrían pensar . . .¡que soy gay!
Ríen los dos. Las gotas se han convertido en una cortina de agua y el ruido acompaña la conversación.
_ En serio, en serio. Decíme la verdad: ¿Por qué estás tan contenta?
Carolina deja de reírse, suspira y toma un sorbo de café:
_ No sé si “contenta” es la palabra adecuada.
_ Entonces: ¿Qué es? Porque tenés una actitud muy distinta a la de ayer.
_ Yo diría que estoy . . . aliviada.
Juan no necesita volver a pedir con palabras una explicación, porque sus movimientos lo hacen: traga el último trozo de tostada, toma el último sorbo de café, usa la servilleta y coloca los codos en la mesa en una actitud prohibida por el ceremonial y el protocolo y la mira fijamente. Ambos saben que esa es la señal universal para: “Te escucho”.
Carolina apoya su espalda en la silla, vuelve a suspirar y  corta el monótono ruido de la lluvia contra la puerta:
_ Es que . . . tomé una decisión.

miércoles, 21 de septiembre de 2016

¡Feliz primavera! Viene con el capítulo LXIII



¡Feliz día también para todos los estudiantes!
 

Así está nuestro jardín.  





 



Feliz día mundial de la Paz. Trabajemos todos por ella



Capítulo LXIII

Carolina se sorprende, pero no puede retrucarle con el cincuenta de la conversación anterior porque sería delatarse como una oyente indiscreta, así que redacta otra pregunta para satisfacer su curiosidad:
_ Así que . . . no hace tanto que se conocen.
_ ¡Ah, no, no! De eso hace cuarenta y ocho años.
Se nota la expresión de sorpresa en el rostro de la joven, así que la mujer resume la historia.
_ Nos conocimos en un baile, pero él tenía novia. Sin embargo, el muy sinvergüenza se las arregló para hablarme, con la confabulación de mis hermanos, que eran juates de él, y me invitó a salir.
_ Por lo visto, usted le dijo que sí, y ahora están juntos.
_ No fue tan sencillo.
Él vuelve por un minuto de su distanciamiento:
_ ¡No vas a contar otra vez esa historia, mujer!
_ Nuestra historia _ replica ella _ y ¿cómo no contarla, si es para una telenovela?
_ ¡Pero  a todo el mundo, por Dios!
Ella chista para hacerlo callar.
_ Tú vuelve a tu mundo y déjanos a nosotras, las mujeres, que nos gustan estas cosas. ¿Verdad que no la aburro, querida?
_ En absoluto_ contesta la chica, que tiene a Julio César enrollado en su falda y se ha acomodado frente a frente para prestar más atención.
La mujer codea al esposo.
_ ¿Ves?
Él sólo responde con un resoplido y ella continúa.
_  Insistió varias veces y yo, finalmente, acepté.
_ ¡Pero tenía novia!
_ Precisamente: era la tentación de lo prohibido, más grave aún en esa época.
_ ¿Y entonces? _pregunta Carolina con la curiosidad de una adolescente que da vuelta la página de una novelita rosa.
_ Fuimos al cine, en las afueras, para que nadie conocido nos sorprendiera. A mí él me gustaba mucho: alto, elegante, culto . . . pero cuando volví a casa me sentí culpable.
_ ¿Por la novia?
_ Y . . .sí. Además, si era capaz de salir conmigo a sus espaldas: ¿qué futuro podía tener esa relación? Tiempo después, se comportaría conmigo de la misma manera que con ella. Volvió a invitarme, pero yo me negué varias veces y dejó de insistir.
_ Pero . . .entonces . . .
_ Ya sé: usted se pregunta cómo estamos juntos ahora. Bueno, yo no volví a verlo, pero por mis hermanos tuve noticias de vez en cuando: que se había recibido y que un año después había viajado a España, aprovechando la hospitalidad de unos familiares y seguía especializándose. Luego consiguió dar clases allí y se estableció.
_ ¿Cómo? ¿Y la novia? ¿No se casó?
_ Sí, pero no con él. Aparentemente la distancia había disuelto los lazos.
_ Y usted volvió a tener ilusiones.
_ No. Yo no sabía si se había casado en España y como la distancia también me desanimaba, decidí olvidarlo. Yo estaba muy feliz dando clases de música en mi casa hasta que un alumno adulto no se conformó con el piano y quiso algo más personal y permanente. Así que nos casamos y nos vinimos aquí, al D. F. Tuvimos un hijo y una hija. Él, abogado como su padre. Ella, médica. Desgraciadamente, al poco de diplomarse, cuando ya tenía novia y hacían planes para formar una familia, tuvieron un accidente en la ruta hacia el pueblo donde vivían los padres de ella. La chica resultó herida y estuvo un año aprendiendo nuevamente a caminar. Aún nos visita. Pero mi niño . . .mi niño . . .
La voz se le estranguló  y el marido aún desde su ausencia, le pasó un brazo alrededor de los hombros.
_ Lo lamento, señora _ le dijo Carolina, apoyando una mano sobre las de la mujer, que se recompuso con un suspiro profundo y continuó.
_ Mi hija se casó y se fue a trabajar, con su esposo, que también es médico, a Veracruz. Tienen dos hermosas niñas y el chiquitín que es un diablo. Hace cinco años quedé viuda y, a pesar de seguir con mis clases de música, formar parte de un coro y ayudar a la iglesia, me sentí muy sola. Luego mi hermana mandó a su hijo aquí para sus estudios universitarios. El contacto con los adolescentes y sus amigos, rejuvenece. Pero está mucho tiempo en la universidad o en casa de condiscípulos, aunque a veces son ellos los que vienen a nuestro departamento porque hay espacio. Entonces tengo que cocinar bastante porque ¡son langostas!
Ríen las dos.
_ En las vacaciones vuelve con sus padres y el silencio se nota. Así que, un día uno de mis hermanos en una conversación telefónica me dijo, como al pasar, que Esteban estaba de regreso en México por la muerte de su madre y, aparentemente, no pensaba regresar a España porque ya se había retirado y la nostalgia le estaba haciendo clavar el ancla. Decidida, le pedí a mi hermano el número de teléfono y lo llamé para presentarle mis condolencias. Yo no sabía siquiera si iba a acordarse de mí, ni si tenía esposa, hijos, tal vez nietos, pero marqué el número. Y me respondió él, en la casa que ahora era suya.
_ ¡Qué extraño oír su voz después de tantos años! ¿No?
_ Un poco raro sí, pero no tan incómodo como yo pensaba. El diálogo fue corto, seguramente por la reciente pérdida. Su padre había fallecido cuando era niño y era hijo único, así que había quedado solo. A pesar de eso, no deseaba, momentáneamente regresar a España. Me agradeció la atención y casi involuntariamente lo invité a visitarme aquí, en el D. F. Unos días más tarde me telefoneó para aceptar y concretamos el encuentro.
_ ¡Me imagino, qué nervios!
_ Después de tantos años . . . ¿Me encontraría avejentada? ¿Habría cambiado él? Como una adolescente me cambié tres veces de atuendo. Mi sobrino se fue a la universidad creyendo que la edad ya me estaba afectando la razón. Revisé la mesa del té cuatro veces, sacándole y poniéndole distintas cosas, hasta que el timbre del portero me sobresaltó. Respondí y esperé el ascensor con la puerta del apartamento abierta, para que lo ubicara enseguida.
_ Y ahí estaba.
_ Un poco más gordo, con menos cabello, pero los ojos de siempre. Para romper el hielo nos dijimos lo usual en estos casos: Qué bien que estábamos, el clima, el viaje, el tráfico de la ciudad. Cuando nos sentamos a tomar él té hubo algunos silencios incómodos, pero yo los llené con las fotos de mis nietos y sus anécdotas. Al terminar la merienda, vimos por el balcón que la tarde estaba hermosa y como desde allí se ve este parque, entusiasmados por la ciudad iluminada, decidimos salir a caminar. Ahí le conté mi historia y él, la suya. No se había casado. Había sido un mujeriego de relaciones cortas con las mujeres y largas con el estudio y la enseñanza. Vinimos a este parque a sentarnos.
 _ ¿Aquí mismo?
_ Sí, por allí _ señala unos bancos entre los árboles._ Después las llamadas y las visitas se hicieron más frecuentes, hasta que Esteban se cansó de viajar y me pidió que nos casáramos. Cuando le di la noticia a mi hija no estaba muy segura de cómo reaccionaría, pero se puso muy contenta, y hasta aliviada al saber que ya no estaría más sola. Unos meses después del reencuentro, en una ceremonia sencilla, nos casamos. Estaban mi hija, mi yerno,  los nietos, sobrinos y algunos amigos.
_ Los que quedaban vivos _ interrumpe él.
Ella, con fastidio:
_ Por supuesto, Esteban, los muertos no tenían vestimenta apropiada.
Carolina los mira con admiración.
_ Posiblemente, a tu edad, si no tienes novio o marido . . .
_ ¿Cómo lo sabe?
_ Si lo tuvieras, no te dejaría andar sola a estas horas. Como decía, quizás dudes de si existe o no el amor verdadero.
 _ Lo sé por mis padres.
_ Si los tienes vivos y juntos, eres muy afortunada. Sí, querida, existe. Pero no el de la nube rosa y el enajenamiento que pintan las revistas y la televisión o el cine. El otro, el cotidiano: el de alegrarte de despertar con esa persona especial, sin importarte que tenga la barba crecida y que ocupe el baño antes que tú. El que te hace enojar con la manía de dejar los anteojos en cualquier lado y preguntarte a ti por su paradero. Así de real. A cualquier edad, por supuesto con características diferentes: la pasión física de la juventud, el cansancio de la crianza de los hijos, el malhumor de la falta de horas de sueño y la dolorosa pero resignada partida de los hijos. Es simplemente cuidarse y quererse mutuamente.
Julio César se ha dormido profundamente en la cálida protección de Carolina, pero cuando su dueño mueve los pies para irse, su instinto lo despierta y baja de un salto. Mientras la mujer y Carolina se despiden, el perro se somete  con docilidad al collar.
_ ¿No te habré aburrido, verdad?
Esteban no le da tiempo a contestar:
_ Aún así, no te lo diría por educación. Vamos, que ya están llegando los locos.
_ Él le llama así a los que van a las oficinas. A ti tampoco te conviene quedarte querida, o te harán perder la tranquilidad de la que hemos disfrutado hasta ahora.
_ Es cierto. Y no me ha aburrido en absoluto. Al contrario, me ha resultado muy fructífero su relato.
Carolina los ve alejarse, con el mismo paso lento con que llegaron, tomados del brazo, con Julio César olfateando cada árbol que encuentra a su paso, y sonríe.
Decide regresar caminando, alegrándose de haber seguido el impulso que la llevó hasta allí.





martes, 20 de septiembre de 2016

Un poco de música e imágenes para acompañar el capítulo LXII


Capítulo LXII

“Por favor, Carolina, mandáme una respuesta. Decidíte, no me hagas esperar más. Te quiero”
Es la voz de Ricardo. Varonil y casi imperativa, pero algo temblorosa.
Carolina se conmueve y vuelve a escuchar el mensaje. Va hacia el refrigerador con la intención de servirse algo, pero sólo mira el interior sin  detener sus ojos en nada. Reflexiona: esto no es un caso para digerir sola. Necesitaría un diálogo con Marta, pero, a falta de esta, se dirige a Juancito.
La vista que tiene cuando su amigo abre la puerta la hace olvidarse por unos minutos de sus problemas y lanzar una carcajada: el rostro completamente verde, cubierto con una sustancia obviamente pegajosa. No hay tiempo ni para el saludo:
_ ¡No te rías! Es una máscara muy efectiva: no te deja ni una impureza. Un día voy a hacértela. Pero vamos, entrá, entrá.
_ Sí, mejor antes de que te vea algún vecino y piense que estamos siendo atacados por extraterrestres.
_Bueno, bueno _ comenta él, mientras le ofrece el sofá _parece que estamos de muy buen humor hoy. ¿Fue productiva la reunión?
Carolina le cuenta todo con lujo de detalles: el periplo de la gira, el pintoresco café, el viaje de regreso y el mensaje de Ricardo. Juan la escucha atentamente y guarda sus palabras para el final.
_ ¡Ay! ¡Carolina, Carolina! _ dice juntando las manos y restregándoselas entre sí._ Vos sabes cómo me traiciona esta _se señala la lengua _ y me moriría por aconsejarte algo, pero sos vos la que debe tomar la decisión. Eso va a afectar toda tu vida y nadie más que vos debe ser responsable de eso.
_ Aunque sea dejáme pensar en voz alta, porque si sigo analizándolo sola, sin expresarme con el habla, las ideas me van a seguir dando vueltas en la cabeza y voy a volverme loca.
_ ¿Y quién te dijo que un poco de locura no es buena en la vida? Bueno . . . si es tan, tan importante para vos . . .
Carolina junta las manos en forma de súplica:
_ ¡Sí, sí, Juancito, please!
_ ¡Ah! ¡Y encima me cargás con palabras gringas!
Carolina simula sollozar como un cachorrito abandonado y lo conmueve.
_ Está bien, está bien. _ se toca la cara_ total mientras esto se seca. Pero yo . . . _ hace la mímica de cerrarse la boca con llave_ ¿De acuerdo?
_ De acuerdo.
La chica se lanza a hacer un balance casi mercantil, detallista y prolijo: por un lado las virtudes y defectos de un futuro con Miguel, por otro, los pros y los contras de la relación con Ricardo.
La vida con Miguel estaría llena de luces, viajes y relaciones importantes, pero tendrían poca privacidad y estaría lejos de sus personas y ámbitos queridos.
Del otro lado de la línea divisoria está Ricardo: Ricardo y sus comentarios del acontecer diario del hospital, Ricardo y sus pic- nics improvisados un día de lluvia en el departamento, Ricardo y su cara de preocupación por algún paciente . . . pero también está su imagen con otra mujer y la idea de una vida más sencilla.
Juancito ha escuchado las consideraciones con total atención y las ha ido sopesando, pero, al contrario de lo que cree Carolina, no estalla en un modelo de oratoria, sino que cumple lo que había anticipado.
_ Muy loable lo tuyo: la exactitud de una calculadora científica. Yo no voy a inclinarme ni a un lado ni a otro, como te prometí. Pero, a todo esto, yo me pregunto: ¿Qué dice el corazón? ¿A quién amás? Una vez descubierto eso, todo lo demás irá por añadidura. Si decidís eso, los pros serán más beneficiosos y los contras serán más livianos para sobrellevar.
Ella se queda en silencio y baja la cabeza.
Regresa a su apartamento y está por sumergirse en la bañera cuando una sorpresiva ola de cansancio la envuelve. Adjudica el hecho a la tensión a la que la han tenido sometida sus sentimientos. Lentamente va vertiendo el contenido color ámbar de una botellita en el agua caliente y un suave aroma sube como el genio de la lámpara mágica. Cierra los ojos e inspira y el cansancio va convirtiéndose en un desmayo muscular agradable. Entra en cálido contacto con el abrazo líquido y se deja mimar, enjabonándose en caricias. Después de un rato, el relax se va convirtiendo en sueño, así que, cuando su cabeza empieza a buscar involuntariamente el apoyo de su hombro y el agua está tibia, sale, se envuelve en la toalla y va hacia su habitación. Allí el contacto con las sábanas es sumamente agradable y la lleva sin escalas a un sueño reparador.
Se despierta repentinamente pero sin sobresaltos. Observa el reloj. Son apenas las cinco de la mañana y una idea destella en su cerebro y le electriza el cuerpo. Corre las cortinas de su habitación y desliza un vidrio del ventanal. Pronto amanecerá. La naturaleza entra en el cuarto, empujando suavemente un sorbo de brisa fresca. A pesar de que nunca ha sido una persona impulsiva, esta vez se dejar llevar por ese impetuoso golpe de la volunta. Se viste con ropa confortable y sale a la hora en que los noctámbulos vuelven: jóvenes bellos y bien vestidos caminan, suben o bajan de los taxis con el cansancio alegre de otra noche de diversión en la mirada. Carolina los observa con una sonrisa, se detiene, vuelve a oler la madrugada y para un taxi.
A pesar de haberse levantado tan temprano, está completamente despabilada, y la confusión que le embotaba la razón tiempo atrás parece haberla abandonado. Mira por la ventanilla y le parece increíble que la ciudad que hormiguea día y noche se encuentre ahora en letargo. En dos o tres horas sabe que volverá al agitado ritmo habitual, pero ahora sus veredas descansan de los pasos apresurados y los negocios duermen tras las cortinas metálicas.
El vehículo se detiene. Ella baja y comienza a caminar por el parque aspirando, siempre aspirando. Aprovecha a hacerlo, pues sabe que con tal polución no podrá hacerlo más tarde. Si su madre la viera a tales horas en lugar tan solitario, la alteraría con una reprensión a pesar de su edad.
Tal es su arrojo que decide sentarse en un banco a observar los árboles, en uno de los pocos reductos que la ciudad le ha dejado a la naturaleza.
Los pájaros despojan a las veredas de las migas que los apresurados ciudadanos han dejado a su paso el día anterior o cantan, estirando sus alas o arreglando sus plumas. Eso le trae nostalgia a Carolina, de las épocas en que los trinos salidos del siempreverde del jardín en su casa de pueblo la despertaban.
Ya son las seis cuando una pareja de ancianos se deja llevar por su perro lanudo por el césped. El hombre habla y los dos ríen. ¿Cómo puede alguien tener energías para decir algo ingenioso a esa hora? Seguramente es la manía de la edad: levantarse temprano sin tener obligación.
Está amaneciendo. Quizás sea un día nublado, según se puede leer en el cielo. Carolina ha dejado el resto de la plaza para concentrarse en los dos mayores. Están disfrutando de esa tarea tan prosaica como si fuera una de las primeras salidas de novios. ¿A qué edad se habrán casado? ¿Tendrán hijos y nietos? ¿O habrán decidido compartir soledades a avanzada edad?
 Deben de confiar en la buena conducta del can, porque lo sueltan y van a sentarse en el banco que está junto al de Carolina, que aguza el oído como un niño al que van a contarle un cuento. En realidad, ella sabe que podrá oír palabras  tan como “artriris”, “medicación”, “arritmia” o “colesterol”. Sin embargo, su sed romántica se ve satisfecha con las frases sueltas que le llegan:
_ A mí me pareciste guapo desde que te vi, pero no quise que se me notara el interés.
_  Tú sabías que eras la más bonita del salón.
_ ¿Más que esa coqueta de Clarivel . . .Clarivel . . .?
_ Marivel.
_ Como sea. Esa con la que habías ido.
_ ¡Pero de eso hace casi cincuenta años! ¿Y todavía lo recuerdas?
_ Si tú todavía no has olvidado el nombre . . .
El aire se lleva algunas frases de fingido reproche y orgullo herido, pero vuelven a oírse las risas.
De repente, el perro se ha alejado mucho, con su cola batiente y los ojos desorbitados de la excitación, seguramente por la aventura que significará para él salir de un departamento, y el caballero eleva la voz:
_ ¡Julio César! ¡Julio César! ¡Aquí, aquí!
Hace un chasquido extraño con la lengua mientras la mujer se vuelve a Carolina, ya que la muchacha no ha podido evitar la risa al oír un nombre tan imperial para un animal tan pequeño e inofensivo.
_ Sí, sí _ dice la mujer _ me imagino lo que está pensando. Pero es que mi marido fue durante muchos años profesor de historia fanático de la cultura romana.
El perro viene, agitado, hacia su dueño, pero cuando está a dos metros cambia de idea y va a Carolina, que chasquea los dedos y le dirige palabras cariñosas como las que se le dicen a un bebé. Se deja acariciar por la extraña y salta, poniéndole las patas en la falda. La dueña lo regaña:
_ ¡Julio César! No seas atrevido. Deja en paz a la señorita.
_ No se preocupe, señora. A mí me encantan los animales. Los perros especialmente. Desde chica siempre hubo alguno en casa.
_ Pero por el acento me parece que su casa no debe estar muy cerca ¿verdad?
_ No. Soy argentina.
_ ¡Argentina! _ se vuelve a su acompañante _ ¡Esteban! La señorita viene de Argentina.
Él le dirige una sonrisa y un saludo con la cabeza.
_ Una hermana de él está radicada en la Argentina, en Mendoza, y nos envía unas hermosas postales y fotos. Mi sobrino se encarga de mostrárnoslas, porque esto de internet a nosotros, con casi ochenta años . . .
Él interviene como picado por una aguja:
_ Aún no los hemos cumplido, mujer, aún no _ y pierde la vista en el cielo como para interrogarlo: “¿Lloverá hoy?”
_ Discúlpelo _ se excusa ella _ En este matrimonio, el que oculta los años es él.
Carolina ríe mientras el perro se ha tomado tanta confianza que ya le está lamiendo el rostro ante la severa mirada de la dueña, que no hace ninguna observación en voz alta porque sabe que será inútil. Además ve a la joven muy satisfecha. Muy lejos de rechazarlo, sonríe y le retribuye rascándole el pecho.
_ ¿Cuántos años llevan de casados?
_ Dos.










viernes, 16 de septiembre de 2016

Capítulo LXI


¿Nos hacemos tiempo para uno más?
Capítulo LXI

Cuando despierta, ve por el amplio ventanal de su habitación que ya el sol se está desangrando sobre la vereda. Suelta la hoja que tiene aún entre los dedos y se levanta, con idea de buscar a Juan y rendirle cuentas de su día, pero antes de tocar a su apartamento lo encuentra en el pasillo, camino de salida.
_ ¿Adónde vas? _ pregunta ella.
_ ¿Y dónde estuviste tú? ¿Acaso te tragó la tierra? _ retruca él.
_Yo pregunté primero.
_Está bien: voy a comprar algunas cosas para la cena. Aurora vendrá al rato a cocinar: ¿Por qué no nos acompañas? _ propone él.
_ Mejor te aviso después, o llego directamente.
_ Y bueno: ahorita tú. ¿Qué estuviste haciendo?
Carolina le resume su periplo y se despide de él apresuradamente, porque oye el teléfono de su departamento. Corre, pero no llega a tiempo, así que decide oír el mensaje.
Es Walter: habrá reunión a la mañana siguiente para organizar el itinerario de la gira.
Carolina no está segura de concurrir, porque aún no sabe si seguirá en México cuando esto ocurra. Sin embargo, al día siguiente, así lo hace y sigue el viaje imaginario y las fechas propuestas con interés. Cuando concluyen, a las cuatro de la tarde, ha empezado a caer una llovizna melancólica que le sirve a Miguel de excusa para proponerles a Carolina y a Walter un reparador café.
Tranquila por la presencia de un tercero, Carolina acepta. En el auto de Walter va la chica y en el de Miguel, sólo él. Antes de subir, murmuran algo que Carolina no entiende, pero es evidente que se han puesto de acuerdo en el punto de destino. Mientras conversan, dan vueltas por lugares inusitados de la ciudad, así que Walter le aclara que irán a un lugar un poco alejado pero muy particular, y se disculpa por no haberla consultado, pero le asegura que le gustará.
Y así es: en la entrada hay un pequeño jardín de tierra roja y cactus. La construcción ostenta las típicas paredes rústicas y el techo de tejas de las antiguas casas mexicanas. Carolina se asombra cuando, descorriendo una cortina, Walter saluda con afabilidad a una setentona gorda con muchas alhajas y maquillaje. La mujer lo abraza, haciendo ruido con sus multicolores pulseras y muestra asombro cuando ingresa Miguel, a quien prodiga el mismo saludo.
_ Teca _ dice Walter cuando la anfitriona comienza a mirar con curiosidad a Carolina_ Tenemos que presentarte a una amiga argentina: Carolina.
_ Ca- ro- li- na . . .¡Pero qué bonito nombre tienes, hija! _ le toma el mentón. ¡ Y qué mirada! ¿De dónde son tus padres?
_ Bueno . . .
Pero antes de que pueda armar algún argumento, ya la ha tomado de un brazo y lleva del otro a Walter:
_ Pues, aquí no encontrarás lujo, pero eso sí, muuuucho amor ¿Sabes hija? Porque así fue que con mi finado maridito construimos este lugar ya hace cincuenta años.
Mientras habla, los hace recorrer el lugar y, sin preguntarles si esta o aquella mesa le gusta más, los hace sentar y se vuelve a Miguel:
_ ¡Mira que eras tú pequeño cuando te parabas a cantar en esta mesa, mientras tu padre bebía un tequila y los parroquianos te miraban asombrados! ¡Y luego afuera, a jugar con los animales que eran tu devoción! Si aún recuerdo lo que Saberia me decía: “Pues, mire usted, doña Teca, que no sé que será de este niño, que yo quiero que le arranque notas a la guitarra, como lo he hecho yo, pero su madre dice que será veterinario, que ya basta con un artista en la familia, que mejor que siga una profesión decente.”
_ ¿Y tú qué le contestabas, Teca? _pregunta Walter.
La respuesta es a coro de la mujer y Walter, que ya tiene oídas un centenar de veces la anécdota:
_ “Será lo que Dios y la Virgencita de Guadalupe quieran, pues”.
Los tres ríen y Carolina, que no sale del asombro que le han causado el lugar inusual y la dueña tan pintoresca, ríe con ellos entrando en confianza con facilidad.
Unas cuantas bromas más y la matrona se retira sin preguntar lo que quieren, así que Carolina los mira con extrañeza. Ellos le explican que ya lo sabe y que no se preocupe, ya que lo que traerá es café.
_Pero no un simple café, ¡no! _ explica Walter _ Ya verás, ya verás que después de este no querrás tomar otro.
Luego le cuentan más sobre la historia del lugar, y de cómo se llenaba los sábados a la noche con música de mariachis cuyas guitarras sonaban hasta la madrugada. A pesar de ser muy pequeño en esa época, Miguel lo recuerda muy bien y se deleita en ello, porque no acudía la gente famosa, sino la bohemia a la que solía pertenecer su padre antes de hacerse famoso, que lo sorprendía con su sencillez y le había enseñado a disfrutar al máximo del arte y de la vida, sin acartonamientos, a cara lavada y con sincera amistad.
Más adelante, al comenzar su amistad con Walter, lo había sumergido en ese mundo, donde descansaban de los periodistas y de las excentricidades de los dioses mediáticos de turno. Ella se extasía observando las cosas colgadas de las paredes: una vieja guitarra, una bandera mexicana, monedas y medallas antiguas, fotos color sepia . . . y se detiene en una de ellas. Se para y se acerca para verla mejor. Al notar su interés, Miguel le dice:
_ Sí, sí. Es ella: doña Teca, a los viente años, con su marido.
_ Buenos mozos los dos. ¿Y esos escombros detrás de ellos?
Walter ríe:
_ Es donde estás parada: los comienzos de la construcción de este lugar. Ella levantaba ladrillos a la par de los hombres.
_ Con ese carácter, no me extraña.
_ Hace unos años _ le cuenta Miguel _ cuando su esposo murió, los problemas financieros la acuciaron y trabajaba limpiando casas durante el día para abrir el lugar de noche.
_ Hasta que una mano “anónima” y generosa _ cuenta Walter con un guiño que señala a su amigo_ canceló la deuda.
_¡ Qué mujer! _ exclama Carolina y va a su silla pues ve a Teca venir con una bandeja.
_ ¿No está Lupita? _pregunta Walter.
_Sí, sí. Y ahorita vendrá a saludarlos, pero a los clientes especiales los atiendo en persona.
_ Gracias por la deferencia _ dice Carolina.
_ No hay de qué, jovencita _ y mirando a los dos hombres con picardía agrega _ y cuidado con estos dos, que si le dan algún problema, véngase usted con Teca que ya los pondrá en su lugar.
Los dos hombres se quejan y Teca ríe mostrando su blanquísima dentadura, que contrasta con el cobre de su piel.
_ Es una broma, señorita: los dos son un pan de Dios. Lástima que se les haya dado por juntarse con toda esa gentuza del espectáculo que va a lugares elegantes y come platos con nombres raros que saben a mil demonios.
Como le llama la atención el acento y la sencillez de Carolina, doña Teca se acerca una silla y le hace preguntas sobre su vida y su país. Después de un rato, se para y le dirige una amonestación a Miguel:
_ ¡Eh, niño! ¿No ves lo que yo te digo? ¡Deja esas flacas que no comen nada . . .esas aner . . .anor . .
_ Anoréxicas, Teca _ le aclara Walter.
_ Eso. Esas con las que apareces en las revistas. Búscate una mujer sencilla como esta, y verás qué feliz te hace.
Miguel, acostumbrado a que se meta en su vida privada,  ríe y se queja:
_ ¡Ay, Teca, Teca!
La chica se ha puesto roja como un tomate y trata de esconder su rostro bajándolo para observar el oscuro brebaje que le han servido. Para reponerse del momento, apura un sorbo: ¡Oh, sorpresa!: En lugar de bajar el tono de su rostro, llega al bordó, lo cual le resulta gracioso a Walter, que le da unas palmadas en la espalda.
_ Es cierto _ admite ella_ no probé esto en ningún otro lado.
_ ¿Fuerte, eh? _ pregunta Walter, aún riendo.
_ Sí_ contesta Carolina, dando muestras de que aún sigue atragantada y no puede hablar con normalidad _ Pero . . .muy . . ._la interrumpe nuevamente la tos _ muy bueno . . .muy bueno.
Daría lo que fuera por un vaso con agua, pero le parece una descortesía. Sin embargo, doña Teca, al parecer acostumbrada al efecto de su café  en los paladares novatos, hace señas a Lupita y esta aparece enseguida con un vaso  de agua fresca que Carolina apura con ansiedad. Suspira, aliviada, mientras Miguel le susurra:
_ No te preocupes: son los primeros dos o tres. Después, te resultará indispensable.
Carolina no desea expresar sus dudas al respecto y Teca no puede evitar el comentario socarrón:
_ ¡Estos argentinos! Mucho mate, mucho mate, pero  tienen un estómago tan delicado que cuando prueban nuestro chile o nuestro guacamole, tienen la boca hinchada por varios días.
Se va, riendo ostentosamente, balanceando sus anchas caderas entre las mesas.
Los tres charlan animadamente. Más bien los dos, porque son Miguel y Walter los que se extienden en las anécdotas del lugar y Carolina los escucha, pensando cómo pasará  el resto del café por su garganta.
El celular de Walter suena y él, molesto porque lo distrae de tan amena conversación, contesta con monosílabos y corta. Se disculpa con sus contertulios y se para. Carolina lo imita, pensando que es una señal para todos, pero él la detiene:
_ No, no, por favor, no se incomoden _dice él, aunque Miguel no se ha movido _ disfruten del ambiente _ No olviden que no encontrarán otro lugar donde no lo acosen las fanáticas a Miguel. Aprovechen la tranquilidad. Adiós.
Antes de que Carolina reaccione, el representante está dándole un abrazo a Lupita y a Teca, que se queja de su apresurada partida.
Después de un tenso silencio, Miguel pregunta:
_ ¿Incómoda?
_ Nnnno . . .no _ responde ella, revolviéndose en la silla.
_ Me alegro, porque necesito hablar contigo a solas.
_ ¿Sí? _pregunta ella, sin poder evitar un temblor en la voz.
Él le toma la mano y ella, mirando hacia todas las direcciones, la deja.
_ Sabes que sí, Carolina. No lo disimulemos más. Esta vez no podrás huir porque no sabes ni siquiera dónde te encuentras.
_ ¿Por qué tendría que huir?
_ Porque siempre evitas las confrontaciones.
Ella suspira y vuelve a esquivar la mirada, al tiempo que aparta la mano.
_ Te lo pregunté antes: si estás incómoda, nos vamos.
Ella vuelve a mirarlo con cierta resignación, como diciendo: “Está bien, si tenemos que pasarlo, que sea lo más rápido posible”.
_ No. Estoy de acuerdo.
_ Bien: entonces seré directo. Dime: ¿Cómo están las cosas con tu novio . . .  o ex novio? No sé cómo llamarle.
_ ¿Qué tiene que ver eso?
_ Mucho. Sólo contesta, por favor.
_ No puedo: yo misma no lo tengo resuelto. Estoy muy confundida.
Él piensa un momento y vuelve a tomarle la mano, lo cual no le pasa desapercibido a Teca, que esboza una sonrisa desde el mostrador.
_ Entonces dáme una oportunidad: ven conmigo a la gira, conóceme mejor.
Se acerca a sus labios pero ella va a pararse.
_No, no, no, por favor: no te vayas. No te besaré, te lo prometo, pero quédate, o vayámonos juntos.
Ella vuelve a sentarse pero no puede articular palabra.
_ ¿Prefieres que nos retiremos?
Ella está tan nerviosa que sólo asiente con la cabeza.
Miguel hace señas a Lupita para pagar, esta echa una mirada a doña Teca y la dueña le hace señas a Miguel para que se acerquen.
Los abraza a los dos y le susurra a la joven:
_ Tranquila, muchacha, tranquila, que es un buen niño.
Luego, en voz alta y haciendo aspavientos con los brazos, agrega:
_ Un placer, niña, un placer. Y haz de cuenta que esta es tu casa: vuelve cuando quieras.
    Miguel va a tomarla del brazo cuando traspasan la puerta, pero no se atreve, así que se atiene a abrirle la puerta del coche.
Durante el viaje, él trata de convencerla de que su fama de mujeriego es un invento de la prensa, que él sólo quiere una mujer para formar una familia. Le pinta la vida que llevaría con él: desarrollando su vocación, viajando por todo el mundo, atendida por los mejores modistos y asistiendo a las más sofisticadas fiestas. Hasta le ofrece traer a toda su familia para que no la extrañe.
   Como ella continúa en silencio, él baraja de nuevo las cartas:
_ Y si no te gusta el espectáculo, podrás que darte en casa, cuidando nuestros hijos . . .
Entonces, ante tan acelerada predicción, ella rompe el silencio:
_ Miguel: todo esto es muy apresurado.
_ No lo es, no lo es si estás seguro de que has encontrado a la persona adecuada. Además, necesitas saber cuáles son tus posibilidades si vas a tomar una decisión. Esto es lo que yo te ofrezco.
Ya han llegado al apartamento de Carolina.
_ No quiero apresurarte, Carolina _ dice él al despedirse _ Pero . . . ¿No te parece que ya es tiempo de que tomes las riendas de tu vida?
La chica entra y observa el teléfono. Revisa los mensajes y una voz inconfundible la sorprende, como si hubiese estado esperándola.










A media mañana, el capítulo LX


Otra vez veo a través de mi ventana el cielo gris. Está muy fresca la mañana. 
Como para sumirse un poco en la melancolía y en la lectura.
 Internémonos en los pensamientos de Miguel y Carolina.
 Después de lo sucedido, no será fácil. Aquí van unos cafecitos para disfrutar. Como sugiere la foto, si es en buena compañía, mejor. 


Capítulo LX

Miguel vuelve al balcón, para ver si la frescura de la noche le aclara los pensamientos. Se culpa de un mal proceder. “¿Y si en la visita de su novio hubo una reconciliación?”, piensa “El beso la habrá confundido, a pesar de que . . . bueno . . . parece que ella también lo quería: ¡Se entregó con tanta dulzura! ¿Y qué gané con eso? Sólo confundirla más. Pero . . .¿y si no lo hacía? Quizás se hubiera ido para no volver y jamás se hubiese enterado de mis sentimientos.”
Sumido en estos pensamientos, decide retrasar el viaje a la almohada porque sabe que, una vez allí, no conciliará el sueño. Así que, en lugar de juntar las cosas de la cena y dejarlas todas en la cocina para que su empleada se ocupe en la mañana, él mismo (aunque resulte inusual) lava y guarda la vajilla, desquitando su confusión con el detergente y la esponja.
Carolina llega a su  apartamento y, antes de poner la llave en la cerradura, apoya la cabeza en la puerta, tratando de ordenar  sus pensamientos ya que no le fue posible hacerlo en el taxi, donde la absorbió la belleza de México iluminado.
Una pregunta sola, acechadora, categórica, la acosa mientras coloca y aparta la cabeza  alternativamente de la puerta: “¿Por qué lo hice?”
Al contrario de Miguel, ella se apresura a acostarse. Deja la ropa en un sofá del dormitorio sin siquiera darla vuelta (cosa extraña en ella), se coloca el camisón, entreabre la ventana para que la agradable brisa nocturna le llegue a  la cama, y se acuesta. Mientras observa cómo se ondea la cortina de la ventana que dejó entreabierta, su mente sigue vagando. “¿Entonces ya no amo a Ricardo? Pero . . . ¿qué futuro me puede esperar con  Miguel? ¿Y  si lo que siente es sólo un entusiasmo pasajero? Además, con mundos tan diferentes . . . Ya no le temo tanto  a esta vorágine del espectáculo, pero empiezo a extrañar mis sencillas costumbres, mi pueblo pequeño y las relaciones llanas. Es cierto que escribir las letras y trabajar con Jorge me hizo sentir tan plena como nunca antes me había sucedido, como si cada una de mis venas hubiera nacido para eso, pero la fama es efímera. ¿Y si las próximas canciones no me encuentran tan inspirada como antes? ¿Y si  la fama de Miguel se desvanece en unos años?”
Este monólogo interior la arrastra por imágenes de su pueblo, de su sobrino, el sabor del beso de Miguel, el estudio de grabación, su gata, una tarde de lluvia con Ricardo . . . y otra vez el beso de Miguel. Aunque todas estas cosas habitan su desvelo, ella sabe, en la profundidad de su corazón, que todo se reduce a un solo cuestionamiento: ¿Ricardo o Miguel?
Con las imágenes de los dos se va entredurmiendo: la velada de la Cenicienta, una corrida bajo la lluvia con Ricardo, el confuso beso anterior, el hallazgo de otra mujer en el departamento de su novio, la mirada de Miguel en la cabina, la despedida en el aeropuerto . . . Se roza suavemente los labios con el pulgar y un velo de cansancio le produce un efecto narcótico.
Al día siguiente, caluroso y soleado, se despierta temprano. Cuando aún sus sentidos no se han despabilado por completo, duda de lo que ha sucedido la noche anterior: ¿Ha sido un sueño? La ropa sobre el sillón le enrostra la realidad, así que se levanta apartando con esfuerzo la confusión que continúa enredándola y se dedica a preparar el café y las tostadas con la atención que llevaría la preparación de una complicada fórmula química.
Esta vez no le surge la necesidad imperiosa de contarle todo a Juan, quizás porque entiende que esta decisión le toca tomarla a ella y sólo a ella. Ya es una mujer madura, y no puede hacer que la responsabilidad de sus actos recaiga en otra persona. Pero, por otro lado: ¿cómo ocultárselo a su amigo con quien ha contado siempre? ¿no lo tomaría a mal?
Quizás por la nostalgia que viene acuciándola desde tiempo atrás, cuando termina el desayuno no muy abundante porque aún los nervios siguen alojándosele en el estómago, comienza a escribir una carta a sus padres. Elige este medio, aunque esté pasado de moda y no sea tan práctico como el mail, porque sabe que será  más accesible y, sobre todo más cálido para su madre.
Comienza con generalidades sobre el clima, los lugares bonitos de México y recalca (porque sabe que lo estará esperando) que se está alimentando bien. Ni se le ocurre mencionar que, entre las comidas apuradas y su trabajo variado, ha perdido algunos kilos. Eso solo bastaría para hacer que su madre se apareciera allí en el primer vuelo a México.
No sabe si comentarle que ha comenzado a extrañar su país y, especialmente cosas muy cotidianas y simples de su familia, porque teme ponerla triste. Finalmente, se decide a hacerlo, porque su corazón nunca ha podido esconderle secretos a su madre. Sólo ella sabe cuánto le costó “esconder” la verdad de su viaje a México, y, aún así lo hizo, pero más obligada por circunstancias y personas ajenas que por su propio convencimiento.
Ella misma sale para llevarla al correo. Va caminando, para usar el trayecto como ejercicio reflexivo. Juancito se asombra al no recibir respuesta cuando golpea a su puerta a la hora del almuerzo para ofrecerle algo simple en su apartamento.
Es que después de ir al correo, Carolina ha emprendido un paseo que considera necesario para su alma, tan ajetreada últimamente. Es la primera vez, desde que ha llegado a México, que sale sola. En cierta forma, disfruta de esa soledad, que le permite ver la ciudad de otra manera, como un ciudadano común, y no como un turista. Entra en una cafetería para almorzar. Observa cada persona que ingresa, cada madre que, interrumpiendo sus compras, entra para darle a sus hijos más ilusión de paseo que de obligación a las diligencias inevitables. El sol de lleno entrando por las ventanas, los transeúntes. La caminata le ha abierto el apetito, porque la ha alejado un poco de los nervios que la han dominado desde la noche anterior, así que disfruta un delicioso sánguche con un jugo de naranjas.
Cuando termina, decide seguir su caminata, alimentando su alma con esa experiencia de una soledad no solitaria, sino nutrida de matices de una tranquilidad que hace tiempo que no habitaba. Continúa mirando vidrieras y se sienta unos minutos en la plaza. A pesar de que la ciudad lleva, como todo día laborable, un ajetreo incesante, Carolina ve todo en cámara lenta.
Finalmente, como le ha ido cayendo sobre el cuerpo una modorra agradable, decide tomar un taxi, porque ya se ha alejado mucho.
Al llegar, decide chequear los mails y encuentra uno de Ricardo: “Te extraño. ¿Qué pasará con nosotros? Por favor, estoy pendiente de una esperanza.”
Breve, pero suficiente para ameritar que lo imprima, lo doble prolijamente y lo coloque debajo de la almohada donde va a dormir una siesta que la reponga del paseo.