¡Increíble! |
¡Hola, amigos!
¿Tuvieron la oportunidad de ver la luna la semana pasada?
Casi sin primavera, estamos entrando en el verano. ¡Calor y humedad! O mínimas muy bajas y máximas muy altas. Al menos en las regiones cercanas a La Plata y Capital Federal.
Además, mientras aquí sudábamos, en Ushuaia ...
Los jardines y las plazas, sin embargo, están en su esplendor.
Recordarán que cuando terminamos la novela, empecé un texto que enfrentaba machismo- feminismo en forma algo extrema con intención humorística. No hubo comentarios escritos, pero por opiniones cercanas interpreté que no había sido entendido así y que se tomaban los dichos como convicciones mías.
Decidí entonces cambiar de tema para que se "relajara" la situación.
Ahora, después de considerarlo, he decidido mostrarles la continuación. Es del mismo tono: quizás con esta aclaración lo lean desde otro punto de vista y les guste. Comenten, por favor, aún si no les interesa. Sus palabras me orientarán.
Nacimos con
culpa, nos criaron con culpa, alimentamos la culpa, nos fomentan la culpa. Ya sea
por una o por todas las nombradas semillas y sus riegos, este no es un tema
menor en nuestro género.
Si tenemos
marido, hijos y/ o padres mayores a
cargo y trabajamos fuera de casa, sea
por realización personal o por el necesario sustento, nos angustiamos con
monólogos sin salida:
v
¿No estaré siendo egoísta, pensando en nuestra realización
personal y quitándole tiempo a mi familia?
v
Las tensiones me provocan contracturas. El médico me
recetó masajes, pero… ¿quién les prepara la merienda a los chicos?
v
Me gustaría hacer alguna actividad física, pero si lo
hago no tengo tiempo para preparar la cena, y eso de pedir comida hecha no es
saludable.
v
Si dejo algo preparado antes: ¡se lo comen todo y
cuando llego no hay nada!
v
El nene tiene fiebre.
Si falto al empleo, el jefe no me dice nada, pero al otro día me pone
una cara. Si lo dejo con la niñera/ abuela/ tía, ya sé que voy a estar
preocupada todo el día y a llamar cada rato.
v
Si yo me enfermo, mi marido no puede faltar para
cuidarme porque él en su empleo es in- dis- pen-sa- ble. Además, seguro que si
las cosas se complican no va a saber qué hacer. Si quiero un simple jugo de
naranja, me tengo que levantar yo.
v
Si alguno de los chicos se despierta a la noche, me
levanto yo, porque al otro día, aunque sea mal dormida, me despego de la
almohada, hago el desayuno y preparo a todos para la escuela. En cambio él, ¡pobre!
sin sus ocho horitas de sueño, no sirve ni para espiar.
v
Estoy esperando una película nos perdimos en el cine
hace dos años y desde la semana pasada la están publicitando poruque van a darla por la televisión. Cenamos
temprano, lavé los platos, acosté a los chicos . . . ¡Increíble! Hasta alcancé
a poner el agua para hacerme un tecito. Desde la cocina miro el sillón el
living: marido e hijo mayor mirando el partido. Es el clásico: ¿cómo se lo van
a perder? Ya está el agua. Me preparo el té, busco una revista o un libro que
empecé a leer en las vacaciones y tuve
que suspender cuando la nena se raspó por primera vez la rodilla y me lo llevo
a la cama.
v
Llueve. Tengo un montón de ropa acumulada. Para colmo,
mañana la nena tiene educación física y mi marido juega al paddle con los amigos.
¿Cómo no vi las nubes o escuché el pronóstico así lavaba antes? ¿Qué se van a
poner?
v
Son las doce de la noche y no doy más así que me voy a dormir. Ya estoy
en la cama. Él ronca. La casa está en silencio. Me pongo los auriculares del
celular: ¡Qué lindo, música clásica, para relajarme hasta llegue Morfeo! De
repente, me asalta una acusación desde la conciencia: “¿Por qué no puse una
carga más en el lavarropas, así iba aflojando para mañana?”.
v
Si por alguna razón, llego a casa un rato antes que
los demás integrantes de la familia, a cada uno que entra, además de
contestarle el “Hola, mamá”, u “Hola, mi Amor” le estudio la mirada. Y leo. Leo,
más que entre líneas, entre pupilas: “Olor a comida no hay”; “¿No había que hacer
mandados?”; “Mmm . . . seguro que no me
ordenó la pieza.”; “La mesa no está puesta”; “¿Llamó a la pizería otra vez?”;
“Que me haya arreglado las calzas para el cumpleaños del sábado, que me haya
arreglado las calzas para el cumpleaños del sábado, que me haya . . . “ (este
último es en tono de letanía y, a veces, cruzando los dedos, aunque implique
una contradicción entre la fe y la superstición).
v
Necesito zapatos. La mitad de los que tengo no
resisten otra visita más al zapatero: ya les hice poner suela de goma, cambiar
chapita y por más que lustro y lustro la puntera, no se disimula el color
gastado. La otra mitad están tan pasados de moda que si Margarita Sánchez
tuviera una tertulia y no supiera qué ponerse, me los pediría a mí. Razones
para comprar nuevos, sobran, pero . . . En quince días es el festival de patín
de la nena y no la voy a mandar con el
mismo atuendo de la
última vez. El sábado la mayor tiene un cumpleaños de quince: tampoco puede ir
con lo mismo que al anterior. ¡Van las mismas compañeras y se van a dar cuenta!
Además, el otro día, el rey del “fulbito” con los muchachos dejó las zapatilas
tiradas en la cocina, como siempre (me parece que lo hace por seguridad, más
que por descuido, pobre, porque si entran ladrones, con el olor se desmayan) y
les eché una miradita: están casi para la jubilación. Con tantas necesidades:
¿se justifica que yo haga tanto derroche? ¡Voy tirando dos meses más que
empiezan las liquidaciones!
v
No pasé por casa de mamá ni llamé en todo el día. A mi
hermano seguro que ni se le ocurrió ir para preguntarle si necesitaba algo. Con
mi cuñada no cuento porque ¡le tiene una tirria! Mi mamá a ella… ¿O es ella a mamá? Bueno, parece que es mutuo
y para el caso da lo mismo porque ni mi cuñada va a ofrecerle ayuda, ni mamá se
dejaría servir un té por ESA, como le dice ella, que le robó al NENE que podría
haber elegido algo muchííííísimo mejor. Estoy cansadísimas. ¿La llamo? Me arriesgo
a dos panoramas: Si el día fue bueno, me cuenta que se encontró con la peluquera,
que papá está mejor de la gota, que floreció el jazmín . . . y nos quedamos
media hora pegadas al teléfono. Si los astros le fueron adversos,me detalla
todas las partes de su anatomía (y de la de todos los parientes de los que tuvo
noticias) que le pasaron factura y la deprime mirar por la ventana porque las flores
están agonizando. . . y nos quedamos una hora pegadas al teléfono. ¿No la llamamos hoy? Más de mañana no puedo
pasar y entonces me toca la cantinela: “¡Ah! ¿Te acordaste? Porque una se puede
morir acá sola y tirada, hasta que los vecinos por el olor llaman a la policía.
Tu hermano no puede, pobrecito. Si vive para el trabajo y para darle a ESA
todos los gustos. ¡Ni a los chicos me mandás! ¡Claro! Como ahora son grandes,
ya no necesitás que te los cuide.” Y me quedo dos horas pegadas al
teléfono, a la culpa, a la bronca y a
una contractura cervical por haber tratado de ir preparando la ropa que llevaré
al día siguiente a la oficina, pelando la verdura y haciendo la lista de las
compras con el inalámbrico apretado entre el hombro y el cuello.
v
Mientras algo va marchando en el horno, aprovecho a
planchar. Veo por la ventana que unos feos nubarrones se acercan, o que está
atardeciendo. Se me ocurre una idea
innovadora. En lugar de salir a recoger la ropa tendida antes de que la
sorprenda la noche o la lluvia, le pido a mi marido, hijo, hija… cualquiera que
esté a la vista, que lo haga. Alguno acepta (quizás porque le cayó la ficha de
las miles de veces que me quejo: “¿no hay nadie que me ayude en esta casa?). Lo
hace sin quejarse. Miro el montículo que trajo y recapacito: “Le corté lo que estaba
haciendo. ¡Pooooobre! ¡Si yo en una corridita (como siempre) lo hacía!”
v
Tengo una cita. Causa probable de culpa número uno:
¿Me arreglo de manera muy seductora? ¡Va a pensar que soy una cualquiera!
¿Demasiado recatada? Puede imaginar que soy una reprimida o, en su defecto,
unas atorranta, vestida así para disimular.
v
Causa probable de culpa número dos: ¿Hablo mucho? Voy a parecer egocéntrica. Y si encima toco muchos
temas: política, arte, música… mmmm… ¡encima inteligente! No, no conviene.
¿Hablo poco? Creerá que soy aburrida o que tengo algo que esconder.
No quiero
comenzar indicando que ellos, primero, tendrían que buscar el significado de la
palabra en el diccionario, porque sería muy agresiva. Además, pienso que sí la
cuentan en su haber, pero, ya sea por la manera en la que se los educó o por
mandato social, es mucho más acotada.
v
El nene amaneció con fiebre. Mejor que se quede mi
esposa a cuidarlo porque, como la madre ¡no hay! Además, si falto por una razón
como esa, después el jefe... ¡me mira con una cara! ¡Y hay que aguantarlo! ¿Eh?
Ni hablar de los compañeros que van a pensar qué clase de mujer desamorada tengo
que lo deja en mis manos. Por otro lado, lo que me toca hacer a mí en la
oficina, no puedo delegarlo. Si lo agarra otro, cuando vuelvo, me encuentro que
me hizo un desastre y por faltar un día, necesito tres para arreglarlo.
v
¡Uy! ¡No la llamé a mamá! Bueno… seguro que mi hermana
o mi cuñada se acordaron. Si pasó algo grave me van a avisar. Ellas entienden
que estoy muy ocupado.
v
Mi esposa me encargó que comprara algo al salir del
trabajo. ¿Qué era? ¿La llamo? ¡No! Va a pensar que soy un desmemoriado, o, peor, que no le presto
atención cuando me habla. ¿Para qué perder tiempo? Seguro que era una pavada y
aunque no lo lleve se arregla igual. ¡Claro! ¿Será por eso que la última vez
que hice eso me dijo: “ No, no te preocupes. La tarada soy yo que cuento con
vos… y nunca aprendo.”?
v
Ella está cocinando y planchando a la vez, mientras,
sentado en el sofá, leo el diario. Miro por la ventana: atardece ¿o amenaza lluvia?
Hay ropa tendida. ¿Y si me ofrezco para descolgarla? O la traigo, directamente,
como en sorprendida cooperación. ¡Nooo! A ver si lo toma como costumbre y se
convierte en una obligación adquirida. ¿Y si justo está espiando un vecino
machista? Total… seguro que ella ya se está dando cuenta y, en un rato, pasa
corriendo y vuelve con los brazos llenos, como siempre. Eso sí: si pasa cerca,
me ofrezco para ayudarla a compartir la carga.
'
¡Hasta pronto!