lunes, 14 de noviembre de 2016

Tema nuevo


 ¡Hola, amigos del blog!

Otra vez nos encontramos un domingo. Este fue rarísimo climáticamente: llovió desde la noche y a la tarde salió el sol. Podría ser una metáfora (lástima que muy usada) de las circunstancias difíciles de nuestra vida y la esperanza del resurgimiento.





Como no hubo ningún comentario en las dos entregas anteriores, se me ocurrió cambiar de tema a ver si se entretenían más. Así que ahí va una anécdota. Está en mi último libro, “Historias de paz (¿Quién dijo que todo está perdido?)”. Quizás estén regresando  una reunión familiar (amenizada con rica comida y un buen vinito), o de algún paseo (hoy en La Plata había varios eventos), o simplemente sigan acurrucados en la modorra dominguera que favoreció la mañana de lluvia. Los invito a bajar un poco la velocidad, acomodarse, y acompañarme en esta reflexión. A riesgo de ser repetitiva, les sugiero que hagan comentarios. Creo que este texto es ideal para hacerlo.







                                              Los verdaderos revolucionarios

Cuando supe que debía dirigir unas palabras en el colegio donde me desempeño como profesora de Lengua, para el aniversario del golpe de estado del setenta y seis, me preocupé bastante, (no porque estas me falten , al contrario, son el instrumento de mi profesión y, a veces, la tortura de mis amigos), sino porque mi opinión respecto de los hechos que se recuerdan difiere bastante de la de la mayoría, y, en tiempos de tanta confrontación, lo último que necesitaba nuestro querido país, eran más divisiones.
Soy docente: mi vocación no es adoctrinar, sino enseñar; soy cristiana, así que mis palabras debían sembrar la paz, y no la discordia, y soy misionera, por lo tanto, no debía imponer MI verdad, sino dar elementos para que cada uno la encontrara en su interior.
    Por lo tanto, hice lo mismo que cuando selecciono una obra para leer en mi materia : buscar algo que deje un MENSAJE. Y se me ocurrió el siguiente: sea cual sea el caso: guerrilleros o militares, oficialistas y opositores, católicos y no católicos, judíos y musulmanes, políticos y pueblo… y hasta equipos de fútbol rivales. A lo largo de la historia, he aprendido una cosa. Cualquiera sean las diferencias:
                               
LA VIOLENCIA NUNCA ES LA RESPUESTA.





Un verdadero revolucionario no utiliza la violencia para demostrar la validez su teoría.
Un idealista convencido, no tiene que apuntar con un arma para convencer. Si realmente tiene la razón, bastará su palabra y, más aún, su ejemplo, para que quieran seguirlo.
Jesucristo dividió la historia en un antes y un después, y no arrojó ni una piedra: al contrario, sabemos que los que estaban a punto de castigar a una mujer, al oír sus palabras, las soltaron.
¿Vieron alguna foto de Mahatma Gandhi empuñando un fusil? Y logró, nada menos, que la independencia de la India.

Santa Teresa de Jesús hizo reformas radicales en la vida conventual, y no se conocen de ella ni siquiera palabras de odio.
La Madre Teresa de Calcuta inició una verdadera guerra al hambre y al abandono, sin violentar a nadie, y tocó profundamente millones de almas, aún de aquellos que no la conocieron personalmente ni practicaban religión alguna. Dando un discurso en el Estado económicamente más poderoso del mundo, tuvo la valentía de decir que estaba en un país en donde, con el aborto y la pena de muerte, el asesinato se había vuelto legal. No amenazó a nadie, no gritó, no se enojó, pero el mismísimo presidente, allí presente, tuvo que escucharla, y, no me cabe la menor duda de que habrá tenido en qué pensar esa noche al poner la cabeza en la almohada.


Martín Luther King, un pastor, con sus discursos y su tenacidad, logró la mayor parte de los derechos que hoy tienen los negros en los Estados Unidos. La palabra, la fe en sus creencias, la fe en Dios, la vida recta. . . eso fue suficiente para los millones (blancos y negros), que lo seguían. Ninguna de sus estrategias incluyó el uso de la violencia. Más aún, prohibía a sus partidarios el uso de la misma.

Nelson Mandela soportó años de cárcel, y fue elegido presidente. Hubiera podido usar la venganza (ahora tenía el poder y los medios) contra sus detractores, y no lo hizo.


San Francisco de Asís. . .  ¿qué más revolucionario que difundir el desprendimiento de las posesiones materiales en un mundo donde todos eran por lo que tenían? Pero no fue casa por casa, espada en mano, a obligarles a los ricos a entregarles sus pertenencias a los pobres. Él se desnudó primero.
Y así encontraríamos miles de ejemplos, y muchos que permanecerán siempre anónimos.





Repito.
                             LA VIOLENCIA NUNCA ES LA SOLUCIÓN

Es cierto que hay países que forman verdaderos imperios que oprimen a los que menos tienen, pero volar las Torres Gemelas no me pareció una buena forma de hacérselos saber.
El mismo Papa Su Santidad Juan Pablo II, pidió perdón por las Cruzadas.
Un hombre que quiso defender la idea de que su raza era la única perfecta, mató a millones de judíos por ese “ideal”.
Un idealista no es un loco. Un revolucionario no es un asesino. Más bien hay locos o asesinos, que esconden o justifican su patología disfrazándola de ideal.
Un idealista no es capaz de matar por su causa, sino de morir por ella.
 ¿Qué más pruebas necesitamos? ¿El siglo XXI y todavía no lo entendimos?
                     
                 LA VIOLENCIA OBLIGA, PERO NO CONVENCE.

Si no te gusta como son las cosas hoy, si sos un idealista, si querés “revolucionar” el mundo, me parece fantástico. Es más, me resultaría extraño que, siendo adolescente, fueras conformista.
¿Tenés un ideal? ¿La doctrina cristiana la igualdad social, más educación, la inclusión de las personas con capacidades diferentes…, el que sea? ¡Genial! Nuestra generación confía en la tuya. Convencénos de que tu idea es válida. Pero no escribas las paredes en la calle, ni los bancos de la escuela, ni las estatuas de las plazas, ni contestes groseramente a tus profesores y a tus padres faltándoles el respeto, ni te agarres a trompadas con el que piensa diferente. Hablános, comprometéte, planificá qué querés de tu vida, trabajá, estudiá, conocé tu causa y aprendé a amarla. Cuando hagas todo eso, puede ser que  convenzas a uno, a dos, a varios o a miles, no importa. Porque sólo entonces, el mundo comenzará a cambiar.
                                                                           




Espero que les haya gustado ¡Hasta la próxima semana!

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